jueves, 22 de octubre de 2009

La Dama Azul


El el poblado del Castillo de Jagua, aún hoy día, no son muchos los que de noche se atreven a acercarse a la fortaleza. Los más viejos cuentan que, hace ya ni se sabe cuánto, mientras la guarnición descansaba, el silencio se adueñaba del caserio, y lo único que se escuchaba era el sonido que provocan la olas, con una luna brillante en lo alto, inmensa, que daba la impresión que se podía tocar, un ave rara, de enorme tamaño y de plumaje muy blanco, venida de no se sabe dónde, rompía veloz el espacio y practicando grandes espirales sobre el Castillo, lanzando agudos graznidos, finalmente se posaba sobre los muros.


Era entonces, como si estuviese respondiendo a un llamamiento de la misteriosa ave, que salía una mujer de la capilla de la fortaleza, desprendíéndose de sus paredes, filtrándose a través del espeso muro de piedras. Dama alta, hermosa, vestida de brocado azul guarnecido de brillantes, perlas y esmeraldas, cubierta toda, desde la cabeza a los pies, por un velo azul pálido y transparente que flotaba en el aire, y que después de pasear sobre los muros y almenas del Castillo, desaparecía súbitamente, como si se disolviera en el espacio.

Cuentan los que dicen saber, que la fantástica visión se repetía varias noches, produciendo el natural temor entre los soldados que guarnecían el Castillo. A pesar de ser curtidos veteranos de innumerable peleas, por lo que no podían ser tildados de cobardes, aquellos hombres no se atrevían a enfrentarse con la misteriosa aparición, y por miedo a lo desconocido, se resistieron a cubrir de noche las guardias que les correspondían.

Sin embargo, había en el Castillo un joven Alférez recién llegado, arrogante, que no creía en fantasmas ni apariciones de ultratumba. Rióse de buena gana el Alférez por el terror manifiesto de sus camaradas, y para probarles lo infundado que resultaban esos temores, se dispuso una noche a sustituir al centinela. Los soldados todos se retiraron. Quedó el joven Alférez paseando tranquilo en la explanada superior del Castillo, sin más armas que su espada. Una hermosa noche. Impúdicas las estrellas en el firmamento. La Luna grande por compañera. El mar en calma. La tierra en su recogimineto. Y el temerario Alférez, para distraerse, en lo que caminaba con marcada lentitud, pensando en su mujer ausente, lejos. Pero sus pensamientos, fueron borrados súbitamente por un penetrante graznido, un gran batir de alas, justo en el preciso instante que el reloj del Castillo daba la primera campanada de las doce. Levantó el Alférez la cabeza y descubrió al extraño pájaro, dibujando en medio de la noche los grandes círculos que daba simpre sobre la fortaleza antes de posarse. Y ya luego de tenerlo enfrente, ver que de las paredes de la capilla avanzaba hacia él la misteriosa aparición que los soldados nombraban la Dama Azul. El Alférez sintió que el corazón le daba un vuelco. Pero su férrea voluntad dominó sus nervios, y decidido fue al encuentro del fantasma...

A la mañana siguiente, los soldados hallaron a su Alférez tendido en el suelo, sin conocimiento, y al lado, una calavera, un rico manto azul, y la espada partida en dos pedazos. Don Gonzalo, que tal era el nombre del joven militar, recobróse poco a poco de su letargo, mas su razón ya no le pertenecía, por lo que finalmente fue recluido en un manicomio. En su extraña locura, el joven juraba que siempre lo acompañaba un fantasma, al que en vano acometía, pues al primer intento se desvanecía en el espacio, para aparecérsele de nuevo poco después.

En el poblado del Castillo, todavía hay quienes aseguran que, la Dama Azul, de vez en vez hace sus apariciones, caminando con elegancia, impávida, sobre los muros de la vieja y casi derruida fortaleza. Y que, a los primeros rayos de la aurora, se lanza al aire y dando lastimeros gritos, se pierde en el boscaje del inmediato Caletón, el de Don Bruno, creo.