Se desmonta del caballo, se despoja de su armadura,
mira a su espada con hastío, la sujeta con fuerza, luego sus ojos repletos de
odio se mueven a su alrededor, y siente unas ganas enormes de vomitar. Dos
cóndores se posan cerca; aún cuando la sangre de los caídos está caliente: hombres, bestias, y algunos todavía se retuercen, gimen, gritan, se
empeñan en vivir, se avecina la fiesta para las carroñas. Apenas si consigue moverse, su cansancio pesa lo
mismo que su armadura, ya en tierra.
Y La Iniciada aparece, desnuda,
desde lo alto de un pequeño acantilado, apuntándole con su arco, anunciando su
muerte en la flecha. Él, únicamente atina a tirar su espada, patear la
armadura, y corre hacia a ella.
Demasiado tiempo deseando a una de aquellas
brujas hermosas, con cuerpos que, nada más verlos, no logras pensar en otra
cosa como no sea la manera de gozarlos
¡Si vas a matarme -le grita- lo harás cuando consiga
estar entre tus piernas…!
DF