jueves, 3 de junio de 2010

El dilema

por Michael Sixto

El rostro distorsionado de la verdad es como una lista vacía en la que tratamos de buscar talismanes, escasos recursos para recobrar el sentido. El reloj de arena mojada ahora reposa marchito en la esquina aquella en la que nos despedimos y supimos que la otra mitad no era una opción sino una cruz que debíamos cargar por siempre.

Después, el hambre ya era más tolerable, las ganas de correr un sueño lejano que pronto sepultamos en el olvido y la seguridad una utopía que se retorcía en algún lugar distante, lejos de nosotros. La vida y su naturaleza no nos han favorecido, pero la luz, indiscutiblemente siempre ha estado ahí, a nuestra merced, brillante, única, y nuestros rostros iluminados nos han hecho cerrar las ventanas de nuestros ojos para buscarnos dentro.

Aquello de las dos orillas, de los dos lados, los dos polos, las dos posibles respuestas, el irse o quedarse, el huir o el resignarse… siempre ha sido el fantasma temido, el peligro allá afuera en esos páramos donde habita el olvido, la soledad y el despertar que trae el cambio, lo nuevo. El miedo cierra esa puerta, y aquella, y la otra, y somos un puñado de huesos sin movimiento. Esperamos sin saber a qué lugar mirar sin que el temor amenace la quietud de no encontrarnos en el espejo de otra mirada atrapada en la oscuridad.

Este es el dilema: la vida que conocemos y que seguirá flotando por sobre nuestras cabezas hasta que la luz se extinga, hasta que la luciérnaga halla muerto de frió en las noches raras de vagar sin sombra, de morir sin prisa. Tu nombre ya está en la lista, el mío ni siquiera existe, la verdad escondida tras su rostro confuso tiene alas inmensas que no sabe usar, así que al igual que nosotros estará por siempre vagando sin rumbo, de boca en boca, de corazón en corazón y su eco retumbará en nuestros oídos por más tiempo del que necesitaremos para ya no pensar