viernes, 9 de julio de 2010

La libertad y su maderamen

Muchos han escrito sobre el tema, lo que bien me podría sugerir que me quedase callado. Sin embargo, con tantas oportunidades que me da Dios para guardar silencio, siempre termino por contradecir su sabiduría y hablo lo que pienso. El caso es que, luego del anuncio de la “pronta liberación” del resto de los 75 prisioneros de conciencia encarcelados en la Primavera Negra del 2003, que increíblemente demorará de tres a cuatro meses para que se materialice, en un país que cuando se quiere, debido al “elasticidad” de sus leyes, se hacen las cosas con una rapidez que asusta -lo que bien ha dicho Vázquez Portal en su blog, ha de interpretarse como la ultima tortura-, los pro españoles endulzan a Moratinos, Zapatero y hasta al Rey Juan Carlos; los más fervientes católicos cantan loas al Cardenal Ortega y Alaminos; los del patio -y un buen número afuera-, asumen que el Hermano Menor muestra finalmente al mundo que él es distinto, más tolerante, que escucha y, por añadidura, dan por descontado que el Hermano Mayor ya no cuenta -que de hacerlo, toda gestión hubiese tropezado con el muro de su intransigencia, proverbial en éstos cincuenta años-; y los más sensatos, reconocen que la muerte de Orlando Zapata, la presión de Las Damas de Blanco, la prolongada huelga de hambre y sed de Guillermo Fariñas, y la depauperada situación social y económica de la Isla -la que obliga a su gobernatura a buscar a como de lugar una salida a la miseria-, han sido los verdadero catalizadores para que los primeros (Iglesia Criolla, Cancillería Ibérica y Comité Central), sabiamente se aprovecharan de la situación para así sacarle dividendos al asunto y llevarse los aplausos.

Por supuesto, ellos -algunos con refinada sutileza- minimizan el valor y el empeño de los que, al final de cuentas, consideran actores de reparto en medio de un drama que, si ha de tener un final feliz, se les debe únicamente a su gestión conciliadora. El hecho de que un mulato de pueblo haya muerto de inanición sólo por reclamar de sus opresores el respeto a su dignidad y libertad íntegra; que otro mulato lo mismo esté dispuesto a morirse por conseguir la liberación de un grupo de hombres que cometieron el único delito de no subordinar su materia gris a la gran materia roja, y que sus mujeres fuesen lo suficiente corajudas como para salir los Domingos a pedir por sus esposos, hijos, hermanos, amigos, lo intepretan cual gestión que, si bien pudo ser el pretexto para que se sentasen todos en una mesa rodeado de incienso, mojitos y partido de futbol, no es un recurso lo suficientemente fuerte como para que desde La Habana oficial y rectora llegue la noticia de una excarcelación de la que aún ha de guardarse reservas: los que conocen como se mueven los hilos del retablo revolucionario, saben que un día un porta voz puede aparecer por la TV e “informar al pueblo”, con una tranquilidad espantosa, que “donde dijimos digo, ahora decimos Diego…”; y culpables para sustentar su nueva postura sobrarán sin dudas, sobre todo al norte y a occidente

Por otra parte, si bueno es alegrarse de que los cincuenta y dos prisioneros han de salir de su calvario -Dios quiera que sea pronto-, no se debe olvidar que aún habitan en las cárceles cubanas una gran cantidad de hombres que, nada más por pensar diferente y hacer pública su inconformidad con el régimen, les esperan largas condenas; y muchos de ellos, desgraciadamente, sin reconocimiento internacional, lo que los hace padecer la peor de las humillaciones en medio de tantas que sufren a diario: la de que le importe al mundo un carajo su suerte.