viernes, 23 de julio de 2010

Los versos que me cuadran... (III) George Riverón y Aymara Aymerich

a Egon Schiele
por George Riverón
poema - y foto- que tomo de Efory Atocha, blog de Santiago Méndez Alpizar

en estos días
en que la soledad se confunde
con el gris de los ojos del mundo
pienso en usted Egon Schiele
convencido de su pederástica hermosura
haciendo posar a esas damitas colegialas
tan delgadas y lánguidas como libélulas
en las que tal vez
encontró el placer narcisista del que no puede prescindir


sus modelos joven Schiele
me recuerdan cirios encendidos
vírgenes de medianoche
alucinadas por los brillantes lumínicos
en las puertas de los clubs
esos lugares donde los jóvenes soldados
ofrecían la mitad de sus sueldos
(centavos ganados rigurosamente)
por una jarra de cerveza amarga
y la fugacidad de un instante de placer


el mundo siempre estuvo dando golpes delante de los ojos
sólo que la vida a veces se equivoca

la casa ya no fue más la casa
en la que el amor era la llama que avivaba la leña

la casa ha sido un pozo
donde los sueños cayeron a la profundidad de sus aguas
y nos faltó la soga para salvarlos


aquí estamos usted y yo
aquí haremos girar la botella
que decidirá cuál de los dos se irá a la cama
con esa chica que ha pintado
cuál de los dos le retocará las pupilas
y beberá del vino amargo de sus pechos
esa mansedumbre que como un salto de agua
nos devora dulcemente


pronto Egon Schiele
el mundo está girando se acerca el tiempo de la siega
donde sólo entonces usted comprenderá
que es hora de ir en paz con dios y con los hombres
siempre estuvo la mano del amigo esperando en el brocal del pozo.








Soneto
por Aymara Aymerich
poema - y foto- que tomo de Gaspar, El Lugareño. Blog de J. Estrada-Montalván


ese momento en que sabes a qué huelo
y se avergüenza el sudor de tener ojos,
en que robamos las caras del antojo
y regamos las estrellas por el suelo.

en el quieto atardecer en que te cojo
por la voz para lanzarte en mi señuelo,
y en nuestro afán por no llegar al cielo
despertamos en la tierra del dios rojo.

donde sólo importa el tiempo que creamos
con los mares de la sombra y los desiertos,
donde la única cruz son nuestras manos

sumergidas en la piel, la flor de loto,
quién le dice a este poema que no es cierto
que si hay deidad mortal, somos nosotros.