martes, 12 de octubre de 2010

El Arte de visualizar y ser visualizado



VISUALIZACIONES de Zahylis Ferro

A veces, sólo a veces para que no se convierta en rutina, el observador sale de
paseo. No lleva anteojos oscuros ni camina sospechosamente tratando de pasar desapercibido. Sale a darle frente a la realidad, a mirarla cara a cara y escrutiñarla en cada paso y sacarle toda sabiduría posible que pueda para luego usar en sí mismo. El observador absorbe cuanto le rodea con los ojos desorbitados de aconteceres disiguales. El andar de las personas con perros (y el andar despreocupado de los perros). Que aunque lo parezca, no es igual al andar de las personas con niños. El andar de los niños. La risa de los niños. El llanto de los niños. El observador ha aprendido mucho observando a los niños. Ha registrado quince mil tipos de llantos y de risas que se alternan con facilidad asombrosa. El observador observa. El observador escucha. Aunque a veces puede derivar de los movimientos lo que escucha. Observa ahora a los padres de los niños. Los que se cuentan historias de sus niños, de otros niños. Los que hablan en el celular mientras con una mano mecen el columpio. Los que dibujan flores en la acera. Los que esperan. Los que desesperan.
El observador camina por la calle una vez más. Observa los carros y las casas y trata de imaginar sus dueños. A veces, solo a veces observa los dueños y trata de imaginar sus carros y sus casas. Observa a los que corren en ropas deportivas ajenos al mundo, sumergidos en una música intima que solo sus oídos pueden escuchar.
El obervador entra al café de la esquina y pide un té con hielo. Se sienta solo a veces, y observa. Otras veces no se sienta pero también observa. Los que leen las noticias. Los que parecen leer. Los que escriben en sus portátiles. Los que pretenden escribir y entre sorbo y sorbo de café se dan cuenta que se han quedado sin tiempo para lo más importante, escribir. El observador observa y trata de entender la vida. Mientras más observa más perdido se siente y más se aferra a la pesquisa que justifica su ansiedad de saber, de entender, de buscar, de encontrar.
Hoy, cuando té en mano se aleja del mostrador, siente un ligero aguijonear a sus espaldas que le da cosquillas y curiosidad. El observador se vuelve con un gracioso y fingido gesto casual y descubre que está siendo observado. En el butacón de la esquina, café, portátil y libro, todo a medio terminar, otro observador le recuerda que su tiempo de observante acaba de expirar.




tomado de KontARTE, blog de Zahylis Ferro y Michael Sisto