miércoles, 25 de mayo de 2011

El avinagrado centro y lo irreconciliable en los extremos


Nos faltan los motivos

Por: Michael Sixto

Por alguna razón que aun investigo, a las personas nos cuesta muchísimo quedarnos en el centro. Me refiero a todo, no solo a la política. Hasta cierto punto puedo entender los por qué. El centro no es tentador, no promete, es como quedar bien con Dios y con el Diablo. El centro no es azul ni es rojo, no es frio ni caliente, el centro no toma muchos riesgos. Por eso a la hora de plantear nuestras ideas la tendencia es ir a los extremos. Ahí sí hay que decir y los matices son los que sobran para contornear nuestro argumento. En los extremos se encuentra la victoria o la derrota, nunca el empate. Y es eso exactamente lo que perseguimos; jugarnos nuestras cartas y apostar a la victoria. Como dirían muchos: “¡la vida es una batalla y tenemos que pelear!” pero mientras escribo me pregunto: ¿de veras? ¿Es realmente así o es eso lo que nos han hecho creer?

La realidad es que (apoyándonos en la historia) adoptar posiciones radicales siempre ha llevado a confrontación y la confrontación siempre ha generado ganadores y perdedores. El más fuerte se queda con el premio y el débil se resigna a la nueva realidad. Es simplemente la vida, dirían otros. Eso es lo que hacemos como humanos. Pero sigo pensando y aun no le encuentro sentido. Mi amigo Denis piensa que compartir los triunfos con aquellos que no han ganado es sencillamente una injusticia para esos que se han esforzado “más”. Mi amigo Denis cree que soy un hippy izquierdista porque abogo por igualdad entre las personas. Quizás tenga razón. Tal vez la carrera es la única salida, lo único que se puede hacer. Definitivamente es lo único que conocemos. Aun así no creo, ni espero sea nuestro futuro.

No creo que alguien que trabaje dos empleos a tiempo completo por más de sesenta horas semanales no se halla esforzado lo suficiente. No creo que sea “natural” que solamente el diez por ciento de la población mundial sea dueño del ochenta y cinco por ciento de todas las riquezas producidas. O lo que sería lo mismo si en un grupo de cien personas solamente una de ellas se quedara con $900 y las restantes noventa y nueve recibieran $1 cada uno. No creo que sea sano que justifiquemos cosas así con miles de sin razones. No creo que sea racional defender los intereses de esos en la cima pensando que quizás mañana nosotros podamos estar donde ellos están hoy. No creo que necesariamente tenga que existir la cima… y lo más bajo.

Los extremos nos separan. Los extremos construyen por nosotros muros que nos encierran. Esa es la razón primordial de promover la doctrina de mi lado y el tuyo, mi idea y la tuya, mi religión y la tuya. Hace no mucho tiempo atrás la mayoría vivíamos en el centro, juntos, compartiendo las mismas cosas. Cuando alguien comenzó a resaltar las diferencias de algunos, en lugar de las similitudes, comenzaron los problemas y nos fuimos a los extremos para sentirnos mejor sobre nosotros mismos. Hoy creemos siempre ha sido de esta manera y nos encargamos de perpetuarlo. Los ganadores hace tiempo que ganaron porque “no hay manera de cambiar la realidad” si es así, me pregunto: ¿por qué seguimos yendo a los extremos? Hay gente, como a Sabina, a los que les sobran los motivos, yo creo que a la mayoría indiscutiblemente nos faltan.


Texto publicado originalmente en KontARTE