jueves, 26 de mayo de 2011

Miedo al equipaje

Mira a su alrededor con tristeza. Se acerca a ellas con afecto. Se agacha, se detiene en cada una, les hace un riguroso examen. Cuando termina, considerando por separado lo poco atractiva que se le antoja alguna después de tanto, lo nada inteligente, tal vez vieja, la devuelve al sitio que ocupaba antes en el suelo.

Y así, escogiendo con la mayor justeza que le fuera posible, tomó otra, y otra, y le sacudía el polvo, reconocía su voz en ella, quedando sorprendido por lo que escuchaba. Y concluía que, tal vez más de las que hubiera pensado, precisaban de un nuevo matiz, un “reconcepto”. Finalmente esa, la que creyó lo suficiente buena, ajenas a extensos reparos o simples retoques, la guardó dentro de su gastada mochila. A ésta me la llevo, se dijo.

Claro, sabe que no lo conseguirá, al menos como aspira. Numerosas son las palabras que conforman lo que ha dicho; y estaban las que incluso desperdició, que ahora regresaban como si pretendieran cobrarle. Demasiadas como para poderse embarcar con todas...

Por supuesto, descubre varias que presumen de una profundidad no muy usual, de las que lógicamente hay que enorgullecerse, y que no son la mayoría, reconoce. Igual las que se interpretaron en su segundo como una sentencia. Unas pocas casi proféticas. Las menos, dichas para cumplir promesas que más tarde se olvidaron por qué llegaron a representar un compromiso. Y sobre todo, las que no debió permitir que saliesen de su boca. A esas últimas, por lo erráticas que resultaron en su momento, por sus consecuencias, contrario a lo que esperaban ellas, les tenia un raro afecto. Y cosa más extraña aún, no se arrepentía de uso.

Y es que "aquellas", él las identificaban con la libertad, esa manida acción, inconlcusa muy a amenudo, que a veces no necesita de tanto juicio y concordia.

En fin, todas eran suyas. De cada una dependía como había vivido, y lo que no. Lo bueno y lo malo que le aconteció, se repetía a si mismo a riesgo de ser aburrido y cacofónico, era enteramente responsabilidad de sus palabras...

Ahora, su mayor preocupación radicaba en el hecho de que a donde partía, aunque se usaban las mismas letras, las palabras se pronunciaban "con otro vuelo", por así decirlo. Intenciones no muy transparentes para él, aunque después de traducidas imaginase (más por conformidad que por convencimiento) que la entelequia significaba lo mismo. Pensaba entonces que habrían de hacerle falta todas, y cada una. Que nunca se sabe…

Sin embargo, el sobrepeso era multado y en su billetera no habitaba ni el más mínimo asomo de un presupuesto decente para pagar por su exceso. Su verbo innumerable, sus letras, quedaron muchas amontonadas, otra cantidad dispersa; veía con rabia a las sin sentido, a un puñado que sólo aparentaban una queja. El sonido gutural aquel, una expresión escatológica allá, una infame o prohibida más cerca (esas, las más gustadas). Palabras siempre, regadas por el piso de su vieja casa, que representaban su fortuna pero igual un lastre del que debía separarse si ciertamente pretendía salvar su lengua.

Fue ahí, debido a su precaria economía, a la terrible ausencia de esperanzas; a sus ganas de irse y la poca certeza de que a alguien podría interesarle el acto de escucharlo, que deció enmudecer en la nueva tierra a la que iba y, cuando más, únicamente escribirlas.



Denis Fortun