miércoles, 8 de junio de 2011

A casa das sete mulheres. Ocho años después...


Como se diría con una prosa repleta de protocolos y de la que a veces gusto pues disfruto la ironía que proporciona el refinamiento, y el tiempo para usarla, que ahora me sobra, “fuerzas mayores a mi voluntad desde el pasado Domingo me obligan a quedarme en el amado hogar”.

Mi mujer me mira como diciendo, qué hago con este hombre metido en la casa durante dos semanas lo mínimo. Luego me sugiere que lea algún libro pendiente, revise uno que otro de mis escritos, o que me entretenga con varias de las películas que siempre me estoy quejando, nunca consigo asistir. Lo que me recuerda, hace ya casi un año estoy por ver A casa das sete mulheres (TVGlobo 2003).

Si, confieso que aunque no soy para nada dado a las telenovelas, y en particular detesto las de factura mejicana y de Colombia (sobre todo las primeras, demasiadas razones me sobran como para explicarlo), con las producidas en Brasil me sucede lo contrario. Debe ser, digo yo, que el cubano tiene una deuda de gratitud con Globo TV. Cuando la televisión estatal criolla se politizo (más), a un punto que los filmes de final Koniec desaparecieron -un hecho que no guardaba referencia en toda su historia como televisora politizada, manipuladora, después del 1959; me refiero a la época de “El caso Elián”-, si sucedía el milagro de que la "luz eléctrica" no la cortaban, entonces la única agua fresca, el deseado respiro, el sólo momento para desconectarse de tanta Mesa Redonda y discursos apologéticos y apocalípticos, era cuando salía el logo del canal brasileño en la pequeña pantalla (y aún en su mayoría, cóncava, abultada, de blanco y negro, rusa) del televisor de una casa donde sus moradores estaban prestos a cualquier sacrificio por la Patria y la Revolución, incluso ellos mismo ir a buscar al niño, pero que por favor, no les saltaran la continuidad del capitulo de la telenovela de turno.


Rememorando tal vez aquellos años, el Domingo por la tarde puse el primer disco de una superproducción de Globo que cuenta la historia de siete mujeres en medio de una hacienda rodeada, e invadida, por los horrores de una guerra fraticida que duró lo suficiente (una década) en Río Grande do Sul y que alcanzara también la región de Santa Catarina: la guerra de los farrapos o revolución Farroupilha. Un empeño de emancipación de los gauchos brasileiros, muy común en estas tierras por esos tiempos, y que puso en jaque al Imperio del Brasil.

Si bien, con pocas imprecisiones históricas, que para un espectador simple, sin mayor aspiración que la de entretenerse -mercado para el cual se hace la serie- por eso ha de culpar a sus realizadores de un pecado mortal, y que en todo caso le dan un dibujo más romántico a figuras reales como Giuseppe Garibaldi, Bento Gonçalves da Silva; con una manera de contar donde en ocasiones sobra el melodrama y ese romanticismo del que hablaba, pero que lo mismo no han de negarse como recursos -son las dos fuentes principales de la que una telenovela bebe, por lo que no pueden faltar-; y con soluciones al conflicto que a veces se antojan inocentes, imposibles, la serie lo mismo cuenta con sobrados méritos.

Las escenas de grandes batallas, intentando captar el realismo cruel que las describe; el movimiento de centenares extras, caballos, animales en general; la pirotecnia, el vestuario. La fotografía, la edición. Las actuaciones excelentes, ya sean protagónicas o de reparto -rostros familiares para el telespectador cubano, tanto o más que los del patio-. Los escenarios naturales -hermosísimos-. La banda sonora -esos temas que identifican las subtramas de los personajes secundarios y que ellos mismos son una telenovela dentro de otra-. Y sobre todo, la manera de hacerle saber la mundo la fascinante y peculiar historia de Brasil desde su condición de colonia, luego de imperio, y finalmente como república federativa, es el pequeño rosario que me hace justipreciar el esfuerzo de muchos y que me lleva a escribir esta suerte de reseña de fundamentos estéticos simples (me sigue atrapando esa manera refinada, en la prosa quiero decir).

Pero bueno, el párrafo de encima me hace sonar cual crítico de arte, una tanto metatrancoso además, lo que dista mucho de mi (lo de crítico de arte, digo; que lo de metatrancoso a veces me son inevitables las recaidas, como ahora). Mejor concluyo como el consumidor que fui de ese producto durante muchos años. Desde aquellos días en que una esclava blanca de nombre Isaura, al menos en Cienfuegos, cerraba todas las casas entre nueve y diez de la noche. Ciudad en la que prácticamente a esa hora no encontrabas a nadie en la calle, y como miles de hombres que hoy tal vez se ruboricen de reconocerlo, disfruté junto a la novia de las historias y las bellezas de las actrices que encarnaban a los personajes. Lo que me queda por pedir, ojalá que hayan transmitido en Cuba La casa de las siete mujeres. Valores de toda índole le sobran como para desearlo…, el de la libertad el primero.

Por cierto, todavía con un poco de refinamiento protocolar, aún irónico, confieso que lo que me tiene en casa es una “china” que me ha convertido en cactus florecido, rojo. Lo que los americanos le llaman la enfermedad del pollito, el chiquen pox…


Banda sonora de la serie