jueves, 2 de junio de 2011

Virgilio y sus cien años (la catarsis)


Un gobierno sin figuras de renombre en el ámbito cultural, quiero decir, sin intelectuales que lo apoyen, puede considerarse que adolece de legitimidad. No por gusto en Cuba, desde el comienzo mismo de la Obra, y desde la cumbre misma del poder, se preocuparon primero por comprometerlos, arrastrándolos al entusiasmo o cumbancheo revolucionario de aquel entonces, y por si acaso, les dejaron bien claro cuales iban a ser sus prebendas y limitaciones. No participar como se esperaba, con total entrega, era el aniquilamiento total. Su comportamiento como entes pensantes, y sobre todo, el castigo al que estaban sujetos de ir en contra de la corriente revolucionaria, no dejaba margen a la duda (por lo cual cuentan que Virgilio dijo: “tengo miedo, mucho miedo”, en lo que tal vez miraba con redomada pasión al caudillo cuando éste encendía un tabaco.) El ostracismo y la vergüenza de humillarlos con refinada sutileza, iba a convertirse en su caldo diario.

Sin embargo, esa misma revolución, dispuesta a reprimir a sus ovejas descarriadas, no tardó en darse cuenta que luego de no existir aquellas quedaba la obra, magistral, enorme, por tanto de ellos. La confiscación del intelecto, aunque suene trágico y poco creíble para los más ortodoxos, vino a resultar el arma que hirió de muerte a hombres como José Lezama Lima, Virgilio Piñeira, y el más castigado de todos y con el cual hoy se comienza a coquetear sin pudor alguno: Reinaldo Arenas. Lo que representa a estas alturas “del campeonato”, que un día se aparezcan los funcionarios de Instituto Nacional del Libro con un homenaje a Arenas. Reconocimiento en el que no podrían faltar mis amigos José y Nicolás Abreu (a Juan no lo conozco personalmente, pero igual lo menciono), y desde luego, Luis de la Paz y Daniel Fernández (este último, Sakuntala la Mala, para mortificar un poco al homenajeado). Amigos que, conociéndolos como los conozco, seguro estoy que no irían a prestarse para una farsa como esa, por lo que el susodicho homenaje iba a carecer de toda legalidad, aún dentro del marco “relajado-legal” del que gozan las autoridades del criollo aparato legislativo. Esos funcionarios no saben lo que pasó en “Parque Lenin” por mucho que se hayan leído Antes que anochezca…

Con Cabrera Infante, las cosas se me antojan un poquito diferente (Guillermo es otra de las “perlas” que la corona desea recuperar). Creo que “El Chino” no cuenta con los suficientes “allegados” (inmoralmente dispuestos) dentro de la Isla (como el bueno de Antón Arufat, por ejemplo, en el caso de Virgilio), prestos, más por cansancio que por convicción, a la complicidad con los comisarios culturales.

Pero bien, toda esta monserga o catarsis al amparo de un buen vaso de whisky, sale a la luz luego de leer en Diario de Cuba la noticia de que el aparato cultural cubano, de arriba hacia muy abajo (lo que corre el riesgo de saturar al “consumidor revolucionario”), está inmerso en los preparativos para celebrar el centenario de Virgilio Piñeira.

Ahora resulta que a uno de los sujetos que más “machacaron” en los inicios del Proceso, pretenden reivindicarlo. Por supuesto, no es tan burda la cosa. Desde el año 2000, después de que el bueno de Antón ganara el premio nacional de literatura y diese una turné por el Caimán, presentando su novela La noche del aguafiestas (de la que tuve el privilegio de tener un ejemplar dedicado por el autor, y que lamentablemente no pude traer a Miami por elegir únicamente clásicos al momento de preparar mi equipaje), ya se venia cocinado una suerte de reintegración del maldecido y frágil escritor.

Claro, por qué he de extrañarme. Ellos, son capaces de la peor de las desvergüenzas con tal de “ubicarse”, por lo que se mezclan con autores que siempre, a riesgo de padecer lo peor, por vergüenza, prefrieron mantenerse distantes… En fin, que siempre precisan de figuras notables que los potabilicen…