sábado, 4 de febrero de 2012

Dilma Rousseff y la matemática de estado


La reciente visita de la presidenta de Brasil a Cuba (por qué, no sé) creó una suerte de expectativa en una parte de la oposición criolla. Los hubo quienes pensaron que la ex-guerrillera se iba a identificar, tan siquiera un poquito, con el tema de los derechos ciudadanos coartados a cada minuto en la Isla. Tal vez, pasó porque en el Brasil de hoy se goza de libertad y de maneras para emprender el desarrollo personal, a pesar de los enormes problemas que todavía se tropieza la sociedad en cuanto a la transparencia en el oficio de sus funcionarios públicos (entiéndase el enredado eufemismo como corrupción a nivel del gobierno federal, de estado, e incluso en municipalidades). Por cierto, donde periódicos como Folha o Estadáo, ambos de Sao Paulo (mencionando únicamente dos de los diarios más importantes en el país), cada vez que se descubre un fraude, o se sospecha, sus titulares marcan luego el derrotero del político que ha de caer en desgracia; casi siempre terminando en la renuncia. Este último trámite, reconozco que se lleva a vías de hecho en el gobierno actual. La administración de Lula, según la opinión de varios amigos brasileños en Miami, en ocasiones se hizo de la vista gorda. Los manejos turbios con recursos del estado, aún cuando no faltaron voces que pedían castigo para los "infractores", quedaron en su mayoría impunes.

Pero, retomando el derrotero que me mueve a este post, la historia de que con Dilma se esperaba que habrían de clarear algunos asuntos sobre las legitimas reivindicaciones de todo un pueblo (y uno que otro permiso de salida), ficaron en medio de una ansiedad utópica después que la señora presidenta (y antes su canciller) dieran por descontado que el tema sobre derechos humanos en suelo criollo no es un asunto medular en las relaciones bilaterales. Un "detalle" que no ha de enturbiar las aguas por donde corre la barcaza de los intereses brasileños en la Isla. Poco importa la suerte de unos cuantos con aspiraciones; aspiraciones que, contrariamente en tierras del susodicho gigante suramericano, se disfrutan.

Más o menos por esta fecha, el año pasado estuve en Brasil (específicamente en Sao Paulo capital y lo mismo en parte del Estado; y una breve vista a Rio de Janeiro que me dejó con ganas de repetir el viaje). Lo que allí sentí, en lo que se refiere al libre albedrío, la prosperidad, y lo poco que importa el gobierno para decisiones a nivel personal, me mostraron un espacio geográfico muy distante de los fundamentos del clasicismo que promueve la izquierda by the book. Y lo más sospechoso, fue que la presidencia de Lula para muchos brasileños se definía como un acto prospero, muy capitalista, por consecuencia al otro extremo de las pautas que marcan el derrotero marxista que, para el mundo (sobre todo en este hemisferio), promovía el ex-mandatario.

Luego entonces, resulta evidente que lo que menos importa a la gobernadora (y al ex-gobernador en su momento) es el panfleto teórico del comunismo, o en su defecto una versión "más tropical"; disparatada diría yo, si se tiene en cuenta lo que aplican como doctrina filosófica y partidaria otros gobernantes dentro del marco irreal que ofrece "el zurdo" contexto hispanoamericano al sur del Río Bravo.

Lo que prima son los intereses de los que están invirtiendo su dinero. Es por eso que, no hemos de extrañarnos por lo sucedido. Nada más, sirviéndome del ejemplo que me ofrece un protagonista (de los varios que se mueven en el suelo patrio), la compañía constructora Odebrecht, la que inexplicablemente no se somete a la ley Helms-Burton y cuenta asimismo con enormes inversiones en Estados Unidos (es la constructora que repara actualmente el Aeropuerto Internacional de Miami; uno de los varios contratos que manejan en patio estadounidense en más de veinte años de trabajo) en Cuba carga en su billetera con una fuerte inversión en el Puerto del Mariel, lo que algunos predicen como una enorme Zona Franca que serviría cual trampolín al instante de que el mercado norteamericano esté expuesto a recibir exportaciones de la mayor de las Antillas; y sin barquitos de papel, parafraseando al que hoy se puede considerar un poeta prohibido por eso de "tengo... lo que nunca voy a conseguir..."

En fin, que la jugada es de aspecto económico. La política y las reivindicaciones no interesan en un periodo que, estoy convencido, los brasileños definen como época de siembra. Nada le empaña el sueño al emprendedor agricultor. No le provoca riesgos que la tierra esté repleta de hierba mala. Ellos consideran que el suelo es fértil, y roturado el terreno como se debe, vendrá la cosecha que se traduce en ganancias. Es por eso que, puntitos en la agenda como la emancipación, la libertad en todas sus variantes y el sufrimiento de millones, no marcan un saldo favorable para el que está jodido; o al menos, reitero, como ya se expresaron a nivel de cancillería, no es preocupante a estas alturas del juego.

Brasil espera pacientemente, con sus dineros en el ruedo, claro está; Cuba continua siendo una llave, aunque ha de quitarse el óxido en su segundo propicio y le falte todavía la cerradura correcta. Cuba es un salto al Norte, cuando el Norte apenas se da por enterado. Cuba es un empeño por el que, desde el Sur y desde Europa, todos luchan a brazo partido sin que las complicidades con la dictadura se les antojen una aberración; al final todo se resume en una estrategia a largo plazo, irónicamente cada día más corto. Brasil sabe lo que hace. Brasil se propone llegar primero que sus competidores, y sin importarle a expensas de cómo lo hace. Es una perspectiva en la que predomina el negocio. Nada personal, se los aseguro.

Por supuesto, la pregunta es la siguiente, en voz de Chico Buarque: Oh, que será, que será..?