viernes, 17 de febrero de 2012

¿Síndrome de La Habana?

No habían pasado más de treinta minutos de la historia del pico y la pala, cuando El Viejo regresó con lo que parecía uno de los tantos artículos que me imprime para que yo los lea cuando me queda algún tiempo libre, casi siempre escaso. Al comenzar a otearlo, descubrí desde las primeras líneas que se trataba de un texto que publicase Carlos Alberto Montaner días atrás (Siete lecciones de Taiwán para Latinoamérica) y de cual ya conocía.

-¿Qué te parece?- me preguntó El Viejo con cara de quien espera una respuesta que lo complazca. Yo le respondí que CAM es un tipo por el que bien vale la pena unos sufragios en Cuba. Yo votaría por él, agregué satisfecho de mi elección.

El Viejo asintió, agregando un tanto filosófico.

--El tipo es inteligente, directo, y sería una buena cura para la enorme herida que representan más de cincuenta años de tragedia. Lástima que un período de gobierno en una democracia sea corto. Lo digo por el tiempo que precisa una gente como él para arreglar aquello.

Sin embargo --prosiguió con un ademán sumamente afectado por la desconfianza--, tampoco doy fe a su entusiasmo –y me señaló el séptimo punto, del que reproduzco un fragmento entre paréntesis (El caso taiwanés confirma el valor de la libertad para convivir y tomar decisiones en todos los ámbitos de la vida personal, la economía o tareas cívicas. No hay contradicción entre la libertad y el desarrollo. Mientras más libre es una sociedad más prosperidad alcanzará…). Acabo de escuchar una conversación allá fuera en lo que venía a traerte el artículo, entre dos comemierdas, dos balseros para mayor desgracia, que están ensalzando a Daniel Ortega y a Hugo Chávez. Dicen que “son unos caballos”. Que uno llegó, y el otro regresa, y se van a perpetuar en el poder como su maestro.

¡Coño! Además de que la noticia es vieja, dolorosa si se quiere, por lo que no le veo gracia al hecho de comentarla ahora, tú crees que con gentes así se puede apostar por una Cuba diferente. Si incluso, estando en el exilio, no dejan de sentir admiración por aquellos que les han jodido la vida a una enorme cantidad de gentes durante tanto, cómo serían allá. Es que, estos cabrones no tienen la más puta idea de lo que significa la libertad, y con tipos así nada puede salir bien. Que va, no hay remedio posible lo menos en tres generaciones. Estamos jodidos…

Viejo –lo interrumpí con la intención de animarlo—que todos no son como esos dos. A lo mejor lo hacen para molestarte. Ellos saben como tú piensas. Claro –concluí--, al final son unos pendejos…