sábado, 17 de noviembre de 2012

Mala Jugada: la ciudad y el hombre sinuoso

Texto que leyese en Café Demetrio en la presentación de Mala Jugada, libro de relatos de Armando de Armas. 


Por lo general, al momento de presentar un libro se habla de sus valores, ya sean estéticos o literarios. Pero, más que la forma y contenido, me quiero remitir a lo que en inglés se define como el environment. La razón es una, sé de primera mano como nacieron estos cuentos que después trascendieron en un cuaderno.

Historias que para cualquier lector, llamémoslo cauteloso, podrían resultar lo menos diferentes, quizás teologal –dependiendo de su puritanismo-; o llegar hasta la negación misma de los relatos y conjeturar que, quien los rubrica es un astuto marginal con formación universitaria.

Sin embargo, estamos en presencia de un autor que tiene el entendimiento suficientemente claro como para cargar con el espacio gráfico en el que fueron concebidas esas historias. Una jurisdicción no resuelta en la obra de Armando de Armas escrita en Cuba, donde los hay quienes ven en este libro una extensión de su novela “La Tabla”, o el adelanto.

Se trata de un quehacer sin evasivas. El dibujo, por así decirlo, de un escenario que por muy expuesto al surrealismo como consecuencia del ejercicio intelectual, termina transpirando ese sabor malcarado que lo distingue. Y no puede ser otra la manera para contar lo que acontece en un tejido tan mefítico como el cubano, del que no consigues distanciarte.

Amén de la filología, el oficio probado, la catarsis es la herramienta adecuada –si sabes huir de lo panfletario- para transcribir la crudeza que nos rodea si la intensión -encubierta en el cuento- es la de referir lo que hemos padecido. Es esa también la naturaleza de Armando, alguien con el que puedes establecer una complicidad cerrada y confesarle tus miserias y desbarros, con la certeza de que no lo va compartir con terceros. Eso sí, sin la garantía de que alguna vez te descubras como un personaje dentro de su obra, y aquel secreto, bajo otro nombre y una suerte de pasaje incomparable, quede expuesto…

Siete son los relatos, muy lejos de la literatura rosa, que componen Mala Jugada. Número que justamente, en “donde debía ir un prologo”, Armando aclara que se consigna a lo místico; y en lo escatológico -al menos para los criollos- igual guarda una simbología. Varios son los personajes que sus vidas se expresan como entelequias que se evangelizan de forma semejante producto del hábitat -al que no están dispuestos a reducirse- , y es esta la comunión que los rebasa en letra impresa. Detalle que asimismo los deslinda en la dimensión individual que les toca en el papel -lo que les promete una puerta a la trascendencia-, y se manifiestan a los ojos del lector –repito, que no padece de mojigatería- como lo que son: héroes.

 A muchos de ellos los conocí personalmente (La Pía, La Puerca, Amadis, por sólo citar tres ejemplos), y cada uno por separado se mueve en el libro de manera equivalente al espacio real que les ha tocado: una capital de provincia de cara al mar, muy orgullosa de su trazo y arquitectura; atiborrada por dobleces que un puñado de románticos aparentemente disconformes definen como un comportamiento afrancesado, y que me remite a Los Miserables y no precisamente a las luces de Paris. Un emporio al interior del la Isla con unas cuantas cerveceras públicas donde sucede lo más increíble, que por el contrario presume únicamente de dos cabarets en los que, el evento de reincidir se traduce como un delito peligroso, y en los que para entrar te sirve el soborno, la falda corta que “vende” las piernas de una hermosa jinetera, o una bofetada con la mano izquierda al fastidioso que se interponga en lo que en la derecha aprietas una navaja. Una ciudad, para suerte de los que están al costado de sus fronteras honorables, atiborrada igual de antros laterales con gestión propia…

Mala Jugada, algunos conservadores podrán definirlo como un canto a la marginalidad, lo que presumiblemente genere rechazo. Y lo es, porque en sus páginas está la prueba irrefutable de la existencia de aquellos que se niegan a agachar sus cabezas. Ellos, supeditados a un borde -lo que los sitúa en un paralelo ideológicamente incorrecto-, logran finalmente desplazarse fuera del “cumplimiento teatral” que prima en una sociedad como la cubana. Luchan –a veces sin contar con la certeza de su guerra- con las armas que disponen: sus cuerpos, la desorientación sexual; sus retorcidas mentes; el proceder irrespetuoso a los nuevos valores patrios que ha de asumir como credo “el hombre nuevo” –del que distan enormemente-; la declarada aberración; el simulacro, que termina implicado con lo que apesta a las narices de “los supuestamente buenos”; y no por eso con desapego a los valores que marcan a la familia como un cuadrante sagrado, y a la nobleza que fortalece la amistad que se le profesa a un “ecobio”. Dicho sea de paso, un arsenal que los “monikongos” temen…

Hablo entonces, ahora apegándome a lo que puede interpretarse como valor literario, de la perversión como poética, de una enrarecida picaresca cubana en la que lo grotesco prima. Reseño actores que componen una sociedad donde la esperanza que abona una existencia mejor es una alucinación peligrosa. Insisto, “ellos” decidieron no dimitir a su condición circunstancial, a pesar de que el derrotero que alcanzan sea encogido. La libertad es un acto más abierto, tangible, si la obediencia se subyuga a tu credo y no a la manipulación que te obliga un adoctrinamiento. Para quien no entienda todavía, la prevaricación diaria en la Isla es la verdadera autonomía que precisa un ser humano.

Es esa la exégesis de este cuaderno que hoy celebramos su segunda edición: la eterna lucha entre Eros y Thanatos. Le dejo a quien lo lea, la satisfacción de descubrir por sí mismo la luz que apremian sus protagonistas…


Denis Fortun. 
Miami, noviembre 16 del 2012. 
Café Demetrio.