jueves, 7 de julio de 2016

Los Cocozapatos (VII)



VII
El día que el Cuentero se fue al Polo Norte, no quiso despedirse de mí. Me dejó una carta que vino por correo una semana más tarde, en la que me rogaba que contase esta historia. Me invitaba a que no tuviese reservas al yo no ser un escritor reconocido. Bastaba con que narrara la verdad de lo acontecido, eso sí, sin mencionar nombres, y que no pensara si la gente me fuese a creer o no, a criticar. Más irreal parecía el hecho de la recuperación del Poeta y su regreso a la tierra amada, su Guanabacoa natal, después de tantos años de exilio. La última vez que nos vimos, apenas si hablamos. Pasó otra vez de madrugada, pero ahora sin lluvia, con una luna tan hermosa que daba ganas de comérsela con azúcar, en el puente de hierro de la 22 avenida del NW. Cómo logró sedar a los Cocozapatos, no lo supe jamás. Únicamente me dijo.  “No tengas miedo que no te van a morder. Ayúdame a ponerlos en el río, y que se vayan”. Lo hice, porque de todas formas él traía su rifle de asalto con silenciador.
Estaban tan grandes que no cabían en la camioneta, aparentando una rara tranquilidad, y hasta se dejaron tocar por mí, algo a lo que no pude resistirme aún con el riesgo de que me atacasen. Al caer al agua escuchamos un ruido tremendo pero nadie lo notó porque no se veía ni un carro, ni un alma, a todo lo largo del puente levadizo. Primero se hundieron, minutos más tardes regresaron a la superficie y flotaron por varios segundos, como si se despidiesen del Cuentero. Luego comenzaron a nadar, moviendo lo que ya se advertía eran sus colas, hasta que vi con sorpresa como se unían los dos enormes zapatos bestias en una sola criatura inmensa, la que recobraba sus formas primitivas. Recuerdo que mi amigo me puso su brazo por el hombro y me dijo muy serio: “Gracias”, y yo sentí unas ganas enormes de responderle, me cago en la madre que te parió, loco de mierda, pensando que yo fui para él como una especie de Sam, el hobbit compañero de Frodo; que para mí en la historia de Tolkien es el verdadero héroe porque soporta al otro enano con la jodedera que tenía con el anillito “…Y que me vuelvo malo cuando me lo pongo, soy invisible y mato a todo el mundo…”. Que los zapatos fueron para mí como ese anillo pendejo.
Ya sin rastro de la bestia nos montamos en la camioneta y nos dirigimos a mi casa, sin conversar en todo el viaje. Al bajarme, mi amigo decidió a romper su silencio. “Toma, esta es la prueba de que estas alimañas degeneradas y encantadoras, fascinantes, existieron”. Me dio entonces el recibo de compra de los zapatos y una foto en la que sólo se muestra sus pies, con ellos puestos, cuando los Cocozapatos aún eran pequeños...




Miami, 2007



De "El libro de Los Cocozapato"
Denis Fortun 
Miami 2011 
Ilustración Omar Sanatna