miércoles, 25 de julio de 2018

Alegoría



no teje
su leyenda ni remotamente como la cuentan
y al viejo estambre no le pertenece más sus lágrimas y espera

no debe
tanto viaje ajeno le agota la garganta
tantos pretendientes consumen sus sandalias
tantas horas de desvelo modifican la huerta de su pelvis

no puede
asumen sus agujas la evasiva
la artritis persigue doblegar sus dedos
no hay más trenzas y puntadas que salven la imagen de un marinero terco
y quieta observa la alucinación que padecen aquellos que insisten

ella
que se me antoja una amable alegoría profanada
nunca se ha dicho
en su cintura cuelga un instrumento capaz y punzante
como lo es cualquier hierro filoso y caliente dispuesta a usar para cuidarse
impedir la marca en su piel por la ida y la vuelta
burlando al miedo como lo haria esa sangre japonesa 
que de ningún modo coagula y se derrama en el trayecto

no quiere
gana el pez de aleta frágil
gana la ausencia de aquel hombre movedizo
ganan las paradojas que maltratan a sus manos y no hay labor que conjure al hechizo

pobre hembra
la consumen
agotada de tanto entreverar y luego deshacer en las noches
y no es halcón ni mariposa ni un animal nocturno
sólo pretende no tener que manosear esa madeja de fraudes

no teje
y por el asueto de sus agujas asoma la causa
rebeldía que propone cálculos
insinuaciones tales como un viaje a Lesbos
una nueva silla
—al día de hoy sin un hilo entre sus manos—
y tampoco ser víctima de otro poema frecuente
menos una canción de apeaderos y trenes