jueves, 9 de mayo de 2019

324 Mendoza. Reseña de Julio Benítez


Una de las gratas sorpresas que me ofrece en lo personal la Segunda Convención de la Cubanidad, a celebrarse el próximo viernes 17 de mayo en el Kendall Art Center, es justamente la presentación de la revista Eka Magazine, donde aparece una reseña que hiciera Julio Benítez sobre 324 Mendoza (CAAW Ediciones, 2018. Catálogo Erótika). A Julio, le agradezco su tiempo para leer, y luego escribir, sobre un libro al que le tengo especial afecto. En fin, reitero las gracias miles, y agrego que la novela estará a la venta en la Convención.


La sensualidad irrefrenable 

y la vida cotidiana en 324 Mendoza

Por Julio Benítez

Hay novelas y obras que reflejan las raíces de sus autores, como es el caso del doble premio Pulitzer Óscar Hijuelos, donde lo cubano no deja de brillar. Dreaming in Cuban, de Cristina García, es otro ejemplo similar a esa otra novela humorística situada en Chicago y  la descripción de los avatares de una familia de la Isla para celebrar la fiesta de quinces de la hija. La mayor parte de esa literatura está escrita en inglés, con el espíritu de los nacidos o descendientes de ese grupo. Denis Fortún es una voz hispana en medio de esas temáticas y obras, que asoma su mirada a la contemporaneidad. Ahora bien, para entrar directo en lo que nos ocupa, debo aclarar que cuando leí a Bukowski por primera vez, me sentí fascinado por esa capacidad suya de captar la cotidianeidad con un sentido realista, con humor, y a la vez con su pluma suelta.  Esa impresión tuve cuando terminé 324 Mendoza, de Denis Fortún Bouzo, que forma parte del Catálogo Erótika de CAAW Ediciones, 2018
Pero lo más significativo para mí, es lamanera casi jocosa y fresca con que Denis se acerca a un rincón urbano de Miami, la ciudad adoptiva de este autor. No obstante, no es una obra sobre Cuba; aunque hay referencias, y mayormente personajes, pertenecientes a esa cultura caribeña. Zoe Valdés lo califica como el más norteamericano de los escritores cubanos del exilio. Aunque ya existan precedentes como El Portero, de Reinaldo Arenas, como también otros autores de la Isla, que hemos incursionado en la vida del país del Norte como temática espacial de alguna que otra novela o relato, incluyendo los mencionados al principio.
Y precisamente sobre la clasificación de 324 Mendoza, no tengo la menor duda que estamos frente a una novela que capta los momentos de la vida diaria en su urbe preferida de la Florida.  Por eso la describe el autor con una especie de personificación de la ciudad: Miami, para mí, una metrópoli joven, imperfecta, mimética, coqueta a veces, un considerable espacio de sorprendente cartografía, complicado incluso para el vuelo de una paloma.
La referencia arriba citada nos ofrece ese sentimiento de pertenencia del narrador, ese individuo que es probablemente el propio Denis, a quien he conocido por su locuacidad, su temperamento alegre, y su presencia permanente en cuanto evento literario he participado en Miami; pero también por sus arranques contra la injusticia de su país de origen. Sin embargo, no puedo, como el prólogo, establecer una línea de continuidad con respecto al autor, porque no tenido tantas experiencias afines a diferencia de Armando de Armas, que en el prólogo recuenta sus vivencias con este autor.
La congruencia de relatos acerca de ese edificio fluye, así como la referencia constante a la delgadez ideal de las mujeres que rodean al protagonista. Hay momentos en que ese mismo narrador, en primera persona, filosofa en el sentido popular del término como cuando se refiere a los cambios radicales, digamos que la incertidumbre que logra vencer como él declara cuando consigo retomar las riendas de ese caballo perturbado que es la vida, acompañado de una palabrita subida de tono para su contexto, como lo es resiliencia.
La sociedad americana, con sus partidos ecologistas, y la mención de Al Gore, son momentos que sitúan al autor en el tiempo, un tiempo que se pone de color fuerte, cuando el erotismo refinado, digamos Karla y sus arañazos, nos permiten subir a las escalas del eros sin romper el lenguaje casi documental, alegre, que mayormente conforma esta novela.
Si de locación, o lo que tradicionalmente se ha llamado setting en Inglés, una descripción donde el cubano narrador menciona güijes, fuerzas etéreas, y por aparte a las cucarachas, o el comején, estos nos ubican espacialmente en ese edificio en que el protagonista sitúa su secuencia de relatos, que es una manera de describir la estructura de la novela.
Algo de realismo sucio recuerda nuevamente a Bukowski, y por qué no, otros representantes del género que sazona el grupo de escenas que se abren jugando una contraposición de estilos que le brinda variedad al relato en sí. Ejemplo de esa resonancia del grande entre los terribles norteamericanos, lo encontramos en el capítulo en que se cita a al escritor angelino.  Pero, a diferencia de un Pedro Gutiérrez, Denis Fortún le inyecta momentos que son no solo documentales, sino muy personales, que pueden incluso supurar el sentimiento amoroso sin necesidad de vulgaridades, o en buena medida con un gran control de ese tipo de literatura; sin embargo no necesariamente para describir lo más feo de la vida.
Sobre ese erotismo que no llega al realismo sucio más descarnado, lo encontramos en la página 33 cuando, refiriéndose a una de sus promiscuas relaciones, según algunos puritanos, como en esa escena con Ela donde el detalle no sobra y se mezcla con la mención de Stanislasky. El alter ego de este autor no puede rechazar sus resonancias, y vuelvo a Bukowski, al que parafrasea cuando señala: el escritor llega a serlo solo cuando está escribiendo. Pero ese jugueteo con el oficio no se separa de esa constante que abarca mucho de los espacios de 324 Mendoza.
Nos movemos ahí, con la galería de personajes que van apareciendo desde la vecina, o el vecino de enfrente, el dueño, y el extenso gallinero de damas, preferentemente delgadas, pero bien formadas. Llama la atención Karla y sus conversaciones intrascendentes, así como Carmen o la mencionada Ela, que abarcan como obsesión la vida de ese escritor, que trabaja para sobrevivir; pero no deja de ser un creador.
Muchos pecados o deslices acompañan al narrador, que puede compartir un cigarrillo de King Kong, marihuana de la buena según sus fumadores. Y siguiendo al maestro norteamericano, se bebe como una constante que acompaña al sexo y la vida que lleva a cabo la narrativa de esta novela.
324 Mendoza es una novela urbana, la de la ciudad de Miami, principalmente de Coral Gables. Y eso lo podemos disfrutar con el muro que caracteriza esta narración y mención no solo de los mayas como jodedores, sino en la descripción de Miami y una de sus calles, caminos favoritos en Miami. Y a ello, sumemos la conducción, el policía que nos para o multa, y que como muchos que hemos vivido en una ciudad, conocemos.
Ahora bien, ese constante leitmotiv que encontramos en lo erótico, no solo resulta de la resonancia Bukowski, sino de Lolita, esa novela llena de situaciones prohibidas; pero sin necesidad del realismo sucio. Y eso, por supuesto, garantiza no solo la crudeza de algunas escenas, sino y en mayor medida, un aproximarse que llega a lo romántico, o al menos tiene 324 Mendoza ese aire de lo sustancialmente erótico, mas sin excesos.
Lo cubano, nada ausente como mencionamos en el caso de los Güijes, esos personajes fantásticos de la cultura afro-cubana, sino también en la costumbre de vaciar alcohol en el suelo, como dice Denis pegadito a la puerta, para los santos que han de estar disfrutando un día feriado.
Amores extraviados, celos, incluso crímenes pasionales en el contexto de la novela, enriquecen las temáticas de ese espacio temporal en que ella ocurre. Porque hay una gran facilidad para describir ese rincón en el que el autor y el alter-ego del protagonista vivieron por cierto tiempo en la ciudad. Ahora bien, no es 324 Mendoza una novela de pretensiones filosóficas. Las meditaciones que la narración ofrece, nos guían por el camino de las lecturas que acompañan a su autor.
No puedo, no obstante, disminuir el mérito de esta novela deliciosa escrita por Denis Fortún. Alejándose del panfleto anti-castrista y la obsesión con la isla, sin dejar de ser cubano, el autor retrata un espacio de Coral Gables y Miami. Lo hace con gracejo, y también con el humor que no abusa de la hipérbole. Esta novela continúa la tradición que abrió las puertas a la literatura en español en los Estados Unidos, ya en el siglo XIX. Y esto lo señalo porque con ella su narrador se coloca en el cambio de la novela contemporánea, adonde lo documental, las reflexiones, y sobre todo el erotismo, brindan al lector una delicia que no puede olvidar.

Foto de Alan Pedroso
(Alan, además de fotógrafo, en la época que escribo la novela, era el propietario de este mágico emporio, y la chica, una de las tantas modelos hermosas que lo visitaban. El gallo venía lo mismo, pero no tan seguido...)