domingo, 12 de junio de 2011

El arte del escape


El amigo José Ramón Morales me hace reflexionar con su reciente post sobre un detalle del cual creo, en su momento, la historiografía contemporánea habrá de ordenarlo. Para nadie en el mundo es noticia que un cubano escapó de la Isla. La triste confirmación viene sucediendo desde hace cincuenta años. Sin embargo, las formas, el “recurso para conseguir un método” que finalmente nos salve de esa suerte de Alcatraz, y por el que millares perecieron en el intento, no se habla mucho.


Recuerdo lo que contaba el padre de un amigo mío. El hombre juraba que estando en las playas de Marianao, en La Habana, específicamente en El Náutico, una mañana vio como un carro se metió por la ancha puerta principal del que fuera un lujoso club, siguió hasta al arena, y después continuo por el mar y de ahí, al sur de la Florida supongo. La anécdota reiterada, dicha con el orgullo de aquél que lo presencio todo en primera fila, y que yo no puedo confirmar si es cierta o no, sucedió a los inicios de los sesenta del siglo XX.

Luego, siendo un poco mayor, escuchaba como en mi casa se hablaba con horror de aquellos que fueron descubiertos en el aeropuerto de Madrid, dentro del tren de aterrizaje de un avión, los que lamentablemente llegaron congelados. Y así, crecí en medio de las más increíbles leyendas en el arte del escape, hasta mi adultez, donde un día fui sorprendido por el carácter e inteligencia de un balsero camionero (que antes había usado un automóvil lo mismo que aquél sujeto del Náutico). Y ya estando en Miami, el temerario acto de una jovencita, que dentro de una caja, en un avión de cargo, viajó de Barbados hasta Miami (post de Cuba Española al que me refería al inicio).


Balsas, planchas de poliespuma, catamarán, cámaras de tractor, una cazuela gigante si fuese preciso. Las más inusuales, imposibles embarcaciones que hubiesen hecho dudar hasta los más arriesgados fenicios, han servido durante medio siglo como instrumento para liberarnos, pisar un mundo mejor. Empeño en el que han desparecido miles de criollos sin dejar el más mínimo rastro, donde la certeza de la muerte no es total a falta de un cuerpo para rendirle tributo. Millares de desaparecidos en un golfo que si contase lo que sobre sus aguas ha pasado, el mismo Poseidón lo mandaba a callar.


En fin, que la inventiva al momento de preparar rutas, embarcaciones, han hecho del cubano un particular navegante. Sería bueno entonces que alguien se dedicara a investigar cuanto medio de transporte nos ha sido útil para huir. Se trata de un modesto homenaje a la memoria de esos que no lo lograron y que merecen su espacio en la memoria. Que descansen en paz los que no pudieron. Dios los bendiga...