—Es mi amiga, y es brillante—
Así supe por primera vez
de Kelly, cuando otra amiga común me habló de ella con sobrado orgullo. Fue en la presentación que le hiciera sobre su libro al actor cubano Evelio
Taillac, en una edición del Festival VISTA de Arte y Literatura. Y sí, no tuve
dudas que es una muchacha inteligente y que, además, por su acento supuse era
venezolana. Sin embargo, Yovana, la amiga común, me aclaró que Kelly es habanera,
pero vivió muchos años en Caracas, y se graduó de Artes y Literatura en la
Universidad Central de Venezuela, donde hasta hace poco fue profesora, y
finalmente vino a Miami.
Después tuve la suerte de conversar con ella en más de una oportunidad,
y aprender, complacerme incluso, de sus conocimientos fotográficos en una presentación que desarrollara en la librería Imago de Coral Gables a Hernan Vilar, fotógrafo venezolano
que hará un año y tanto, si mi memoria no me falla, estuvo por acá para dar una conferencia sobre fotografia venezolana y universal. Y ya Kelly
es una buena amiga, y el próximo viernes 29 de septiembre presentará su primer
poemario Medulla
Oblongata (CAAW Ediciones, católogo Yulunkela), en la librería
Altamira, en Coral Gables también. Y este, pues, ha sido el mejor pretexto para
un cuestionario donde podamos conocerla mejor. Gracias Kelly…
Vengo del menos es más, y me gusta…
Por
Denis Fortun
Denis Fortun. Quién es Kelly M. Grandal. Cómo
comienzas a involucrarte con la literatura, en cuál género te sientes más
confortable, y háblame de tus autores favoritos, esos que en su momento te han
susurrado hazlo…
Kelly M.
Grandal. Mi madre me leía, los libros fueron esenciales en mi infancia, aprendí
a leer y escribir muy rápido. Como le pasa a tantos, mi relación con la
literatura comenzó allí. En la adolescencia comencé a escribir poemas;
malísimos, como todo lo que uno escribe en la adolescencia a no ser que seas
Rimbaud.
En la
universidad estudié Historia del Arte, pero teníamos varias asignaturas de
literatura. Una profesora, Gabriela Kizer (que, además, es una extraordinaria
poeta), me ayudó a entender que en lo literario había un camino esencial para mí;
que mi manera de relacionarme con la realidad y sus códigos pasaba
necesariamente por la palabra escrita. Luego hice un Máster en Literatura
Comparada.
Durante mucho
tiempo escribí tímidamente, como quien no asume una responsabilidad, hasta que
me dije que ya era hora de crecer y enfrentar al monstruo debajo de la cama. Me
siento particularmente cómoda con la poesía, el ensayo y la crónica. Ahora
estoy intentando con la narrativa; trabajando, como diría Chuck Close, contra
mí misma. ¿Autores? Demasiados para una sola lista: Anna Ajmátova, Cesare
Pavese, Olga Orozco, Thomas Mann, Junot Díaz, Hanni Ossott, Virginia Woolf,
Jack Kerouac, Carilda Oliver Labra,
Hemingway, Rimbaud, Borges, Gabriela Kizer, Rómulo Gallegos...
DF. Sé que la
fotografía guarda una zona importante en ti como creadora—hijo de gato caza
ratón—. Te pregunto: ¿es la imagen
patente una herramienta al momento de
Kelly construir la onírica, la figurada, ya sea explícita o hermética?
¿Visualizas la forma antes de
concebirla?
KMG. Creo que
la imagen es una herramienta para todo escritor. Nos enseñan siempre que la
imagen pertenece meramente a lo visual, pero todas las artes están unidas por
la imagen. La música, por ejemplo, es capaz de formar imágenes en nosotros,
generalmente abstractas, que terminamos asimilando a conceptos que se nos
parecen: tormenta, amor, tristeza, paseo por la playa. Por supuesto, ser hija
de fotógrafos me conecta especialmente con la visualidad. De hecho, me interesa
mucho la relación entre literatura y artes visuales, los puentes que se tienden
entre ellas. Supongo, además, que debe haber cierta plasticidad en lo que
escribo. Pero no diría que veo la forma primero. Escucho, sobre todo escucho.
La escritura es para mí cosa de diálogo. Trato luego de escoger palabras que
traduzcan eso que escucho de la mejor manera posible y lo transformen en
imagen.
DF. Tu libro Medulla Oblongata, bilingüe además, se presenta próximamente en la
librería Altamira, en Coral Gables. Varias preguntas cortas en una: ¿es tu
plectro medular? ¿Tan visceral y profundo es tu verso, incluso puede que
impúdico, por cuanto eliges este título?
KMG. La historia de ese título no tiene nada que
ver con su solemnidad latina. Originalmente, se iba a llamar de otra forma,
pero no estaba muy convencida con el título. Andaba viendo The young Frankenstein,
una comedia de Mel Brooks, cuando el personaje principal (interpretado por Gene
Wilder) dijo: medulla oblongata y la viscosidad de ese sonido y esa
imagen me fascinaron. Así que decidí que ese era el título. Luego,
investigando, me di cuenta de que no era en lo absoluto descabellado.
No creo que mi verso sea visceral o profundo. Ni
siquiera sé si tenga un verso, pues la voz poética, la manera de hacer y
decir, cambia con los años. Por otro
lado, vengo de una formación donde lo visceral no tiene demasiada cabida. Me
interesa la economía de las palabras y el silencio como espacio de enunciación.
Vengo del menos es más, a lo Cocó Chanel. Tal vez es una malformación, pero me
gusta. Más que hacia lo impúdico, tiendo hacia lo íntimo, especialmente en la Medulla.
Te decía que entendí que era el título perfecto porque, efectivamente, es un
libro medular, en el sentido de lo sustancial, de lo que me compone: ser mujer,
emigrante, los ancestros, la escritura. El plectro, como dices. Y es también un
joven Frankenstein. Los versos que lo integran pertenecen a distintos momentos,
van desde el 2005 hasta el 2016. Algunos, incluso, eran poemas desechados. Así
que es un libro hecho con distintos órganos, retazos, cosido y con tornillitos.
DF. Aunque no lo
reconocen, muchos poetas escriben hoy para otros poetas, y sus versos son una
suerte de universo elitista. ¿Es Medulla… un cuaderno de gremio, o por el
contrario, es de fácil lectura para un lector ávido de poesía?
KMG. Si una voz poética es oscura y compleja por
naturaleza, vamos bien. Si un escritor decide experimentar con el lenguaje,
vamos bien. Pero me parece bastante amateur volver oscura y compleja una voz
porque eso pareciera elevarte a cierto nivel o colocarte en cierto Olimpo.
Escribir es un oficio, con sus particularidades, como todos los oficios. Es
hora, me parece, de que abandonemos el mito romántico de los lánguidos poetas
incomprendidos e incomprensibles que sufren mucho y están conectados con los
dioses.
Podría pensarse que la poesía, por su propia
composición y estructura tiene siempre algo de elitista: está lejana a la forma
cómo usamos el lenguaje en lo cotidiano. Pero es posible enseñar y aprender a
leer poesía, es algo que comprobé en mis años como docente. Por supuesto, hay autores de autores y algunos no son para
iniciar. Eliot, Rilke, Corbin o Lezama, por ejemplo, son poetas difíciles. Dudo
que ese sea mi caso, dudo que lo que escribo sea difícil. Trato de mantenerme
siempre entre lo lírico y lo coloquial, la tradición y la vanguardia, lo
lírico. No me interesan los extremos, ninguno. La Medulla, por ejemplo,
es un libro bastante clásico, una poesía bastante clásica.
DF. Estas tres
interrogantes que siguen, se generan por las preguntas que anteceden, y aunque
aparentan cierta ironía machista,
puedo asegurarte que no es el caso. Medulla
Oblongata cuenta con una peculiaridad: evidentemente está escrito por una
mujer; su diseño viene por manos de una mujer; lo ilustra una mujer; luego lo
edita una mujer; lo traduce una mujer; y lo presentarán dos mujeres. ¿Eres una
feminista confesa, Kelly? ¿Es pura casualidad el hecho de tantas mujeres involucradas,
o no? ¿Es una lectura lo mismo para hombres, o pretendes una complicidad sólo
para señoras?
KMG. Soy una feminista confesa, sí; creo que es
momento de, finalmente, equilibrar cosas. Me encantaría decir que no creo en
una literatura femenina o masculina, pero sería negar una tradición de
códigos culturales y negar un millón de cosas. Lo que sí creo fervientemente es
que eso no importa, que no debería detener a nadie a la hora de leer. No
acercarse a un libro porque su universo es masculino o femenino (o eso que
nosotros creemos que es lo masculino o femenino) es hacer gala de muchos
prejuicios. Si nos manejásemos así, las mujeres no disfrutaríamos Moby Dick
y los hombres no podrían leer a Elena Ferrante. Por otro lado, eso no influye
en la calidad literaria del autor.
Yulunkela es un catálogo de CAAW Ediciones
pensado para escritoras, para darles oportunidad. Sería absurdo negar que no
hemos tenido suficientes, en ciertos campos dominados por los hombres, entre
ellos el literario. Pero el hecho de muchas mujeres involucradas fue una
casualidad, pasó así y terminó siendo significativo a la luz de Yulunkela. Me
gusta, me enorgullece que tanta gente maravillosa, mujeres maravillosas, sean
madrinas de mi primer libro. Pero la complicidad es con todos los lectores, sean quienes sean.
No es un libro para mujeres, sino sobre el universo de una mujer (de hecho, su
primer título fue Ella), porque soy mujer. No lo elegí, aunque estoy
contenta con mi sino. Me hubiera encantando también ser un paramecio o una mata
de mango. Pero allí hay temas que conciernen a todos: emigración, ancestros,
escritura.
DF. Además de Medulla Oblongata, algún otro proyecto
que te atrape ahora mismo y quieras mencionar. Por ejemplo: ¿Kelly, narradora?
¿Fotógrafa?
KMG. No suelo hablar mucho de lo que estoy haciendo,
nunca he sido persona de anuncios. Lo hago y ya. Mitad superstición, mitad que
no me gusta generar expectativas. Pero, para que no digan que soy misteriosa,
mencionaré uno de los proyectos: compilo mis ensayos sobre fotografía, quiero
hacer un libro con eso, en algún momento.
DF. Localmente, ¿dame
tu apreciación del arte en general, la literatura hispana en específico, que se
factura en Miami hoy día?
KMG. Hay una sola cosa que, creo, hace falta:
salir de lo gregario. Para eso habría que comenzar por cambiar la dinámica de
la ciudad o lo que, en casi cuatro años, he percibido (tal vez equivocadamente)
de ella: los cubanos andan con los cubanos, los venezolanos con los venezolanos,
los salvadoreños con los salvadoreños y así. Todos sienten que son una suerte
de pueblo elegido, superior, lo cual me parece bastante absurdo.
Eso se refleja en el ámbito literario y
artístico, muchas cosas terminan siendo localistas. Y no es que tenga
pretensiones de universalidad, no soy Kant, pero la mezcla es el origen de la
vida. Hay que abrirse a ver, escuchar, aprender de los otros, a leerlos. No
concibo que a eventos de escritores cubanos vayan mayormente cubanos y lo mismo
con otras comunidades. O que muchos no vayamos, ni siquiera, a eventos en
inglés. “Ningún hombre es una isla”, decía John Donne y yo le creo. Si queremos
crecer, cívica y culturalmente, tenemos que vivir en la diversidad.
Integrarnos, dejar de ser un lugar fragmentado. Lo es, incluso,
arquitectónicamente. Todo está hecho, como en tantas ciudades del país, para no
cruzarnos. Ese afán de pureza, que es tan protestante y tan anglo, puede ser
muy nocivo.
DF. Siendo una
adolescente, llegas a un país que muchos consideran muy similar al nuestro por
su gente, las costumbres, y allí creces como mujer y como intelectual. Háblame
de Venezuela, qué significa para ti.
KMG. Una casa, viví allí veinte años. Una
escuela, no solo fui a la Universidad Central de Venezuela sino que sus calles
y su historia me templaron el carácter. Le debo al país la mitad de lo que soy.
No me pregunto por él, simplemente está en mi como están los nombres de mis
abuelos o la memoria de la primera vez que probé el chocolate. Me integra, es
una medulla oblongata. De hecho, una de las cosas que más me gustan del
libro, es que reúne a mujeres de todas mis casas: Cuba, Venezuela y Estados
Unidos.
Por supuesto, en estos momentos, significa
también mucho dolor y preocupación. La situación venezolana es terrible y
desalentadora.
DF. El exilio es un fardo doloroso para algunos,
que no se resignan jamás al destierro, y mucho menos cortan el “cordón
umbilical” que los une a la tierra proscrita; para otros, un destino para la
reinvención, la tan traída resiliencia, y prefieren vivirlo a plenitud, sin los
inconvenientes que traen consigo los lastres emocionales. ¿Cómo se siente una
mujer que la ha golpeado el desarraigo por partida doble, que ha tenido que
expatriarse en dos ocasiones?
KMG. Creo que necesariamente el exilio duele,
solo que algunos aprendemos más fácilmente a lidiar con eso o no estamos
dispuestos a hacer de ese dolor una bandera, no nos interesa. Hay muchas
maneras de enfrentar el desarraigo y cada quien vive la suya, ninguna es mejor
o peor.
No me siento desarraigada, tampoco arraigada.
Los huesos de mis muertos están en una tierra y eso significa algo. En
Venezuela tengo amigos que son familia, memorias imborrables. Cada lugar tiene
su peso y su puesto. La doble emigración me ha enseñado a ser un caracol, mi
casa está conmigo. Me ha enseñado
también a perder ; que, a veces, sí es la última vez que vemos a
alguien; que todo lo que construímos puede borrarse de un planazo y que, a
pesar de eso, la vida continúa. Veo al exilio como un duro maestro. Lo acepto.
Es lo que me tocó y lo que elegí. A pesar de ciertas heridas, lo agradezco.
DF. ¿Cuál de las dos “escapadas” te ha dolido más?
KMG. Ambas, por distintas razones. La primera porque
significó renunciar a mi familia, mi infancia; no volver a ver a mis abuelos,
que son de los seres que más he amado y amaré en este mundo. A mis amigos
venezolanos no podía decirles: “en este parque me hice la primera cicatriz”,
así como ellos me enseñaban sus memorias. Hasta que no volví a Cuba, trece años
más tarde y pude reencontrarme con la niña que fui, me sentí algo dividida. Por
otro lado, cuando emigras niño, hay cosas del proceso que no vives, porque
padres o familiares se ocupan de lo difícil. Cada edad para emigrar tiene sus
bemoles.
La segunda fue una elección adulta y consciente.
“Duele” porque ahora estoy viviendo lo que antes vivieron mis padres: la
inestabilidad económica de los primeros años, las dificultades para adaptarse,
cierta soledad, planes que la realidad terminó desbaratando, tener que
separarse de los amigos y la familia. Sobre todo, pesa el proceso de
transformación de la identidad, que uno suele fundar sobre cosas que
desaparecen: trabajo en, vivo en, hago tal. ¿Se deja de existir y ser cuando
eso se pierde? Y entrecomillo “duele” porque también disfruto la experiencia,
no de manera masoquista, sino como un reto. Lo asumo, como dijiste antes, como
una reinvención. Este segundo exilio me ha obligado a preguntarme quién soy y
qué quiero, realmente. Este libro no hubiese salido a la luz sin eso. Me
hubiese quedado dando vueltas en el limbo de no querer asumir la
responsabilidad de la escritura. Pero soy una persona que escribe, eso no lo va
a cambiar ninguna circunstancia, incluso aunque me prohibieran escribir.
Tal vez lo más difícil de este segundo proceso
ha sido convivir, nuevamente, con la comunidad cubana. Se me han abierto
heridas de ese primer exilio que creí cerradas. He llorado lutos que no lloré
en el momento. Me gusta pensar que vine aquí para finalmente sanarlos.
DF. ¿Volverías alguna
vez a Cuba luego de tanto viaje…?
KMG. De visita, sí, tal vez cada cinco o seis
años. A vivir no, al menos mientras el castrismo se mantenga en el poder. Y,
aunque cambie, no sé si viviría todo el tiempo allí o si solo pasaría largas
temporadas. La Cuba que dejé ha cambiado, incluso desde la última vez que fui,
en el 2010. Cambiará mucho más de aquí a una posible ruptura y no sé si me
acostumbre. Por supuesto, y como le pasa a muchos cubanos, hay una cierta
nostalgia idílica que no me permite cerrarme completamente a la idea de volver.
Cierta atmósfera de La Habana ejerce todavía su encanto sobre mí, como todavía
me pasa con la de Caracas. Pero esas son visiones románticas, no sé si
aguantaría estar ahí. Quién sabe dónde termine mis días, tal vez en Islandia o
Melanesia. Quién sabe algo, realmente, sobre las vueltas locas que da la vida.
"Medulla Oblongata"
En Altamira Libros, viernes 29 de septiembre, a las 7:30 pm
Presentan Legna Rodríguez Iglesias y Danae C. Diéguez.
Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980). Residió en Venezuela entre 1993 y el
2014. Allí se graduó de Licenciada en Artes y Magister en Literatura Comparada,
en la Universidad Central de Venezuela, donde también fue profesora por siete
años, en la Escuela de Artes. Ha trabajado como curadora independiente y
editora para diversos museos e instituciones en Caracas. Actualmente reside y
trabaja en Miami, Florida, Estados Unidos.
Su obra ha sido publicada en varias revistas y antologías. Entre estas últimas destacan: ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género (Fundavag Editores, 2015) y 102 poetas en jamming (Oscar Todtmann Editores, 2015).
Su obra ha sido publicada en varias revistas y antologías. Entre estas últimas destacan: ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género (Fundavag Editores, 2015) y 102 poetas en jamming (Oscar Todtmann Editores, 2015).
Sobre Kelly M Grandall: tomado de Cuban Artists Around The World, Inc. - CAAW