Chapter one (Mi Puta)
Saber que voy a verte luego de tanto, me provoca ese agradable cosquilleo en el estómago que desde muy joven me estremecía al pensarte. Y aquí estás, y según tú, sorprendida porque no salgo de mi asombro ¿Y cómo? ¡Jamás pensé que sucedería! Por supuesto, no eres la misma, los años no pasan por gusto, incluso allá. Sin embargo, sigues siendo esa hembra que me hace agua los instintos más profanos, fragmentando el poco juicio que tengo. Y te abrazo con ganas, ganas de que te quedes el resto de tu vida, y de la mía, dentro de mi pecho. Te aprieto con ternura, un apego del que soy únicamente responsable, cerrando mis ojos porque no me importa el mundo, hasta que me aparto sosteniendo tus manos huesudas con temor a que este segundo extraordinario sea mentira. Y miro a tus ojos, sin atreverme de nuevo a cerrar los míos, ni siquiera un pestañazo, puede que al abrirlos no estés. Y lo hago aparentando serenidad, debo mostrarme un tipo resuelto, un hombre sin aprensiones.
Mi Marinita, a
punto de cumplir treinta y plus; very, muy very close to forty, and you
continue beautiful. Claro, te alimentas pretty well done en el país de las pretties girls and boys, humectando tu
piel con muy buenas cremas, yendo a muchos beauty
salons, además. Y sospecho, tu lindeza es una suerte de revancha que te
propones no sólo conmigo, sino con todos; una madura belleza que te distingue, que
me restriegas después de mucho sin estar juntos. Y reconozco, y esto va y te
parece loco, me resultas más atractiva ahora que cuando eras una muchacha descocada
que me desordenaba tú sabes cuánto. Belleza que despuntaba por encima de otras chifladas
hermosas, insolentes como tú, que igual que tú me encantaban; lo sabes, saboreo
con inmoderado placer la compañía de esas “niñas malas”, putas dirían con
desprecio los mojigatos, que una vez me fueron imprescindibles. Y tú, siempre insuperable,
la bandida más hermosa y elevada entre las encantadoras matreras que se morían
por acompañarte. Y no importaba si era hombre o mujer, decente o casquivano, todos
volteaban sus cabezas hasta partirse el cuello con tal de verte ir y venir por
El Prado.
No hay dudas, después
de casi veinte años aún me descompensa tu sensualidad, me desajusta tu sublime
cara de puta, expresión que presumo traes desde que te dieron la primera
nalgada al nacer. Y tus olores me desvencijan de esta realidad maloliente, te
juro que pasaría horas restregando mi nariz por tu cuerpo. Y me embelesan esos
ojos que no precisan de lenguaje alguno, como no sea su manera de mirar. Y no
lo niego, si bien me jode se mantengan inconmovibles tus encantos, porque
pierdo, me complacen y me entrego a gusto, y asumo que al gusto tuyo; un acto
de complacencia mutua, supongo, donde no caben los remordimientos a pesar que
están ahí, y en mi caso propensos a explotar si no me contengo. En fin, un trance
como le corresponde a un irresponsable. Ya veré como resuelvo las consecuencias
por mi deseo de sacudirme esta intranquilidad crónica que padezco por deleitarme
con tus nalgas, turbación que me remueve nada más mirar tus muslos. Demencia que,
siendo un muchachito promiscuo y libidinoso, me arrastraba hasta el baño
inventándome las más calenturientas fantasías contigo, encerrado durante casi
una hora para salir con una gozosa flojera en mis piernas; que apenas si
lograba mantenerme en pie, saboreando mi primera juventud; y mi madre,
preocupada por mis duchas perdurables, a punto de secar el Salto del
Hanabanilla, con la amenaza de ponerme un cascabel en la muñeca; y mi abuela, empeñada
en justificarme, a pesar de no soportar la idea de que tú eras mi mejor y más
recurrente ensueño, la puta.
Fragmento. Novela. Denis Fortun.