jueves, 26 de octubre de 2017

Petit Madrid, lo recomiendo...




Nos paramos en la puerta sin estar muy convencidos. No contábamos con referencias y el lugar estaba vacío, sólo un par de comensales con cara de padecer cierto aburrimiento comían en una mesa apartada del resto. Una hora antes, al parquear, vimos el lumínico que anuncia el sitio, un nombre no muy común por la mixtura entre francés y castellano, o catalán, y pensamos que si nos daba tiempo, a lo mejor le hacíamos la visita.


Tony, Antonio El Pequeño (él dice que enano), apenas si nos dio oportunidad de que la duda creciera y termináramos dando la vuelta. Su primera palabra luego de las salutaciones de rigor, fue una invitación a beber vino español, gratis además, lo que me hizo cruzar la puerta de inmediato y Ana y Ruben mirarme sonriendo, luego, si apetecíamos algún platillo en particular, no los hacía con mucho gusto. Y claro, pedimos cada uno sopa de cebolla, dicho sea de paso, espectacular, lo juro; y en lo que comíamos pedazos de tortillas española, pan horneado en la cocina que Tony nos mostró con sobrado orgullo, y bebíamos una copa de “El Navegante”, todo por la casa, después de ordenar la susodicha sopa llegó mi pregunta de si era el dueño, y por qué “Petit Madrid”. Antonio respondió con una carcajada pegajosa, de esas que te provoca imitarla, es igual un sujeto conversador y gusta de hacer chistes: - Somos dos: el Banco y  yo. Vi ese nombre una vez dando pies por el mundo, y me dije, si un día abro finalmente mi propio restaurante, va a llamarse así. Que si no lo notas –concluyó riéndose-,  soy enano y de Madrid.


El establecimiento está de opening, aún huele en su barra la madera fresca de la estantería. Es un espacio limpio, sin fastuosidad pero hermoso, la sencillez y lo minimalista es el estilo. Sin embargo, lo que estimula a regresar es el trato de Tony, un madrileño que lleva más de treinta años en Miami y aún la “zeta” le suena como de ayer, casado con una cubana que se estableció con su familia en Miami siendo apenas una criatura de meses, y que extraña a Madrid y no a La Habana.


En fin, no por gusto hago esta pequeña crónica de una visita al azar, que terminó regalándonos una noche sumamente agradable por el trato de Tony (yo prefiero decirle El Pequeño”), afable y cálido, y por la sopa de cebolla, claro está. Un tipo que, no me cabe duda, tendrá un negocio próspero por su voluntad y buena vibra al lidiar con sus clientes. Nada, que recomiendo a “Petit Madrid”, y conste, no me pagan por publicitarlo. Tony, hasta el instante de escribir esta cuartilla, no me ha ofrecido siquiera un descuento, lo que debería considerar, digo yo…