estaba
escrito que yo debía permanecer fiel a la pesadilla de mi elección
Joseph
Conrad
me ha dado por deducir tu
tiempo y no sirven los
relojes
Cronos —tan trillado su uso—
es acaso la imagen grabada en una moneda
de efímero cambio que lanzas al aire y sin
esperar la caída
le ofreces tu
espalda
me ha dado por revisar tus
misterios
y no vale el álgebra siquiera para entender los signos que conforman a
tus huesos
me ha dado por la conjetura
imaginarte como otra
y ensimismado concluyo con
dolor de ideas
y paso siete días recorriendo
todos los
mercados donde pueda comprar
una que otra decencia
algunas mereces
las mías han vencido
y tú
Reina de la mesura
si algo puede sosegarte es
que esté presente como un tipo
mesurado
me ha dado por extraviarme en
intentos de toda índole
dilapidar mi retina
imaginándote
huir del cansancio que admite
amarte de manera
escalonada
qué sé yo
encima de una pirámide azteca
encima de un techo en su
tanque de agua
y el trance trayéndome de
vuelta
—supongo a tierra firme—
se presenta al borde de tu
ofrecimiento cual si fuera un sacrificio para dioses gentiles que amparan el
viaje de varios marineros que regresan
reclamando su noviembre
ardid que se consume en un
susurro de vida y suscita demasiadas preguntas para mi signo
de mar y de aire
de balanzas y cursos
de berilo rosa
dudas que irán a esconderse
en mis parpados si los cierro
dudas que son tantas en torno
a mis ojos
me ha dado por moverme
alrededor de tus bordes
el letargo brotando de tu
ombligo se me antoja una lata de conserva que he de abrir sólo entemporada de
huracanes
y sigo sometido a la
indagación a pesar de tu mal tiempo
—fíjate que no digo carácter—
y pienso en las siete formas
antiguas de atesorar tu
confianza
que tal vez una tarde de
otoño
—fíjate que no digo octubre—
consientas a mi verso correr
por tus muslos