lunes, 29 de agosto de 2016

Máquina de borrar humanidades




Fragmento de la presentación que tuve el privilegio de compartir con Luis Felipe Rojas en junio del 2015 en Café Demetrio.

Hoy presenta Luis Felipe “Maquina de borrar humanidades” (Eriginal Books), su  segundo poemario publicado en Miami. De un ritmo diverso, un tempo peculiar intermitente, con cierta insolencia en su lenguaje, desgarrador en ocasiones y sin llegar a la procacidad manifiesta aún cuando le sobran pretextos, la composición contundente de este cuaderno gravita en la necesidad legítima del poeta por escudriñar su hábitat de manera acérrima. Es un hombre inconforme con lo que le rodea y su verso es la mejor arma.

En la literatura antigua, más exactamente en las lenguas romances, el poema mostraba amén de la lírica una soltura propensa a la narrativa, al drama, exaltando el YO. Lo glorioso y las experiencias personales se contaban figuradamente. Esta tendencia tuvo su época dorada en la poesía grecolatina. Ya en el siglo catorce el poema comienza a definirse como una expresión más subjetiva, centrada en los sentimientos, arropándose de propensiones varias (nada humano es ajeno y no se somete únicamente a lo épico y lo íntimo); de manierismo ostensible, hermético, disciplinado muchas veces al conteo de sílabas y la estructura, se establece una distancia.

Sin embargo, a mi juicio la ruptura no acontece de manera radical y sobran rastros de una complicidad tacita con la atávica disposición, que dura hasta hoy. De alguna forma los poetas insisten en salvaguardar esa suerte de legado expositivo y la apoteosis continúa esta vez sin reducirse al yo, sustentándose en un contexto más abarcador: la sociedad, su hechura, es origen.

Luis Felipe sigue cuestionando comportamientos, códigos de traza inamovible, y como los antiguos el lector siente que también nos cuenta una historia. Lo cotidiano se redimensiona y lo mismo no es un diario de talante bucólico. Hace de su verso, que reitero, nos reseña el escenario de un Isla marcada por un sino decadente, repleto de dobleces, el instrumento que repara en lo deslucido, lo risible incluso; y runa paradójica, la poesía en Luis Felipe no da espacio a lo horrible a pesar de que en lo horrible está lo pertinente.

En fin, su particular voz se sustenta de esa usanza íntima que exaltaban los antiguos, y su plectro es de naturaleza gráfica, irreverente, y denuncia. Es la vehemencia moldeada en la catarsis por la firmeza del aquel que no se somete, y con lenguaje sublime, primicia de la inspiración, se enfrenta al engendro que proyecta reducirlo. La buena noticia, el poeta gana y esa “maquina” que persigue borrarlo no alcanza a mancillar su humanidad.    

Denis Fortun
Café Demetrio
Junio 2015