Fragmento de la presentación que tuve el privilegio
de compartir con Luis Felipe Rojas en junio del 2015 en Café Demetrio.
Hoy presenta Luis Felipe “Maquina de borrar humanidades”
(Eriginal Books), su segundo poemario publicado
en Miami. De un ritmo diverso, un tempo peculiar intermitente, con cierta insolencia
en su lenguaje, desgarrador en ocasiones y sin llegar a la procacidad
manifiesta aún cuando le sobran pretextos, la composición contundente de este
cuaderno gravita en la necesidad legítima del poeta por escudriñar su hábitat de
manera acérrima. Es un hombre inconforme con lo que le rodea y su verso es la mejor arma.
En la literatura antigua, más exactamente en las
lenguas romances, el poema mostraba amén de la lírica una soltura propensa a la
narrativa, al drama, exaltando el YO. Lo
glorioso y las experiencias personales se contaban figuradamente. Esta
tendencia tuvo su época dorada en la poesía grecolatina. Ya en el siglo catorce
el poema comienza a definirse como una expresión más subjetiva, centrada en los
sentimientos, arropándose de propensiones varias (nada humano es ajeno y no se somete
únicamente a lo épico y lo íntimo); de manierismo ostensible, hermético, disciplinado
muchas veces al conteo de sílabas y la estructura, se establece una distancia.
Sin embargo, a mi juicio la ruptura no acontece de
manera radical y sobran rastros de una complicidad tacita con la atávica disposición,
que dura hasta hoy. De alguna forma los poetas insisten en salvaguardar esa
suerte de legado expositivo y la apoteosis continúa esta vez sin reducirse al yo, sustentándose en un contexto más
abarcador: la sociedad, su hechura, es origen.
Luis Felipe sigue cuestionando comportamientos, códigos
de traza inamovible, y como los antiguos el lector siente que también nos
cuenta una historia. Lo cotidiano se redimensiona y lo mismo no es un diario de
talante bucólico. Hace de su verso, que reitero, nos reseña el escenario de un Isla
marcada por un sino decadente, repleto de dobleces, el instrumento que repara en
lo deslucido, lo risible incluso; y runa paradójica, la poesía en Luis Felipe no
da espacio a lo horrible a pesar de que en lo horrible está lo pertinente.
En fin, su particular voz se sustenta de esa usanza íntima
que exaltaban los antiguos, y su plectro es de naturaleza gráfica, irreverente,
y denuncia. Es la vehemencia moldeada en la catarsis por la firmeza del aquel
que no se somete, y con lenguaje sublime, primicia de la inspiración, se
enfrenta al engendro que proyecta reducirlo. La buena noticia, el poeta gana y
esa “maquina” que persigue borrarlo no alcanza a mancillar su humanidad.
Denis Fortun
Café Demetrio
Junio 2015