lunes, 27 de septiembre de 2010

Azurina

Cuenta la leyenda que Joseph Díaz, hombre de rostro curtido y cabellos blancos, siempre dispuesto a ayudar al desvalido y a los siboneyes que habitaban la zona, luego de establecerse en la antigua región de Jagua se dedicó a contrabandear con los filibusteros y malandros que acostumbraban a visitar aquellas costas. Sin embargo, no por eso podía tildársele de mal hombre. De todos era sabido que en su corazón siempre se albergaba la buena voluntad, por lo que un día se le presentó un conocido y terrible pirata, cuyo nombre la tradición no se cuidó de guardar, acompañado de una hermosa mujer de aspecto enfermizo y en cuyas formas se delataba la espera de un hijo.

- Joseph Díaz -díjole el pirata-, eres un hombre bueno y de honor, en él que un desalmado como yo puede fiar. Vengo a pedirte un favor, por el que te daré lo que pidas.

- No pongo precio a mis favores- limitose a contestar el buen hombre.

- Pero yo sé pagarlos para no tener que agradecerlos después. Voy a dejar en tu casa y a tu cuidado a esta mujer.

-¿Tu hija?- preguntó Díaz.

-No- respondió a secas el pirata.

-Tu esposa, tal vez- insistió Joseph Díaz.

-Nada debe importarte lo que ella sea para mí. Te basta saber que me intereso por ella, y sobre todo, por el ser que lleva en sus entrañas. Cuídala con solicitud porque ha perdido la razón, y cuando sea madre, toma al hijo bajo tu protección y sírvele de padre.

Y así lo prometió Joseph Díaz. Y seguro del cumplimiento de su palabra, se retiró el pirata dejando en el bohío, junto con la joven, un buen numero de arcas y cofres que hizo traer por sus marineros, y que contenían preciosos trajes, ricas joyas, odoríferas resinas y perfumadas raíces. Todo cuanto pudiera apetecer la dama mas coqueta y encaprichada, y que a Estrella -que tal era el nombre de la joven- no parecía entusiasmarla, permaneciendo siempre quieta, muda, con la mirada perdida en el vacío, insensible a los ruegos y preguntas del buen Joseph Díaz. Y que tan sólo de vez en cuando, adquirían sus ojos una dolorosa expresión, lo que promovía que sus descoloridos labios pronunciasen aisladas palabras, sin ilación ni sentido. Fugaces alucinaciones que la dejaban postrada, con leves temblores en todo el cuerpo.

¿Quién era aquella mujer? ¿Qué terrible misterio encerraba su vida? Imposible saberlo. Nada en ella podía referir a Joseph Días a una pista concreta. Y lo mismo, nada claro había dejado de entrever el pirata. Podía tratarse de una cautiva, retenida violentamente, sumida luego en la locura por una gran tragedia.

Pero Joseph Díaz no se rendía fácilmente y contaba con la esperanza que alguna vez conocería la verdad por boca de la joven, a la que prodigaba de los más solícitos cuidados y atenciones. Desgraciadamente, si bien la muchacha mejoró algo de salud y se mostraba hermosa, jamás consiguió recobrar la razón; y cuando a los pocos meses dio a luz, sucumbió en el parto, llevándose con ella el misterio de su vida; dejando en el mundo a una preciosa niña, a la que Joseph bautizó con el nombre de Azurina.


La versión original pertence al libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919. Publicada en el portal de Azurina