miércoles, 18 de agosto de 2010

Pensar, padecer a Cuba... (I)


No voy a decir que soy su amigo cercano; no pienso reclamar un mérito que no me corresponde. Sin embargo, antes de salir yo de Cuba, si compartí con él innumerables veces en Cienfuegos, prácticamente por cuanto rincón que estuviese de moda, ya fuese una galería, un espacio en el que se desarrollaba una lectura de cuentos o poesía; en un bar junto a otros amigos comunes; o en el sitio en que meses antes de yo venir a Miami le resultaba uno de sus favoritos: la cafetería de San Carlos, donde gustaba de tomarse un “cortadillo”; o simplemente sentado en un banco del Prado, escuchándolo, porque su verbo y su vehemencia por la libertad es fuerte y su razonamiento de los más entregados que haya visto.

Arturo es de “esos tipos” con sobrado talento, decente además, que vi como le cerraban las puertas de varias instituciones en la ciudad en que vive porque un sujeto como él no es bueno tenerlo cerca. Incluso, sé de gentes que le han pedido de favor a otras que no lo lleven a su casa porque los perjudica. Arturo ha sido marginado ya ni sé las veces y, únicamente su delito ha sido el de disentir, no estar de acuerdo con un régimen que le ha cuartado a todos el ejercicio de su libre albedrío, el de la palabra y acto. Una postura vertical en defensa de la otredad, que le cuesta caro y que aún paga.

Entonces, que mejor reconocimiento a este hombre que se atreve desde adentro, la entrevista que le hace Armando de Armas para Martí Noticias y que subo en dos partes aquí.


Entrevista de Armando de Armas a Arturo G. Dorado
(primera parte)

Arturo González Dorado, Cienfuegos, septiembre de 1971. Ha obtenido numerosos premios en concursos nacionales e internacionales, en los géneros de cuento y ensayo. Entre ellos el Premio Farraluque de Literatura Erótica, 1998, Premio de Cuentos de Amor de Las Tunas, 1999, y el Gran Premio de Ensayo en el IV Coloquio Iberoamericano sobre la obra de Dulce María Loynaz y del Castillo. Relatos suyos han sido seleccionados y publicados en varias antologías del cuento. Expulsado de la Universidad en 1992 por expresar libremente su pensamiento alejado de los lineamientos revolucionarios. Desde los inicios de la década del 90 ha formado parte del movimiento de cultura independiente dentro de la isla. Reside actualmente en la ciudad de Cienfuegos, en el sur de Cuba.

Armando de Armas entrevistó al intelectual Arturo González quien, desde la ciudad de Cienfuegos, en el sur de Cuba, ha contestado amablemente este cuestionario para MartiNoticias.Com.

MN-¿Por qué fue usted expulsado de la universidad?

AG-Por ser diferente. La razón primaria es la diferencia en un sistema que no tolera la postura otra, la otredad es el enemigo, y su propia existencia justifica su cierre en sí, la represión, la exclusión, el control.
Oficialmente se nos aplicó al pintor Raúl Díaz Ruiz de Zárate y a mí la Resolución Rectoral No. 23 del 92 que me parece muy ilustrativo citar textualmente. En el tercer por cuanto, donde se exponen los motivos de nuestra muy "grave indisciplina" dice: "Quedó probado, según consta en las actuaciones de la comisión Disciplinaria, que durante el curso 91-92 los alumnos de referencia han expresado de forma reiterada y pública planteamientos alejados de la línea de la Revolución, así como han mantenido una actitud contraria a nuestro proceso revolucionario, dada por su no participación en las actividades de la FEU y la UJC (Brigadas Estudiantiles de Trabajo, aporte al Plan Alimentario, entre otras). Por estos motivos las brigadas estudiantiles de ambos en reunión democrática y crítica se negaron a tenerlos en su seno, solicitando al que resuelve (Eduardo Cruz González, Rector en ese tiempo del Instituto Superior Técnico de Cienfuegos, donde estudiábamos) la separación inmediata de las aulas de los mismos."
Ni Raúl ni yo pertenecíamos a la UJC y en cuanto a la FEU (Federación de estudiantes Universitarios), en Cuba todo estudiante que curse la universidad de manera regular es miembro de la FEU como lo fue antes de la FEEM (Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media).
Docentemente nuestro rendimiento era muy bueno y nuestro comportamiento correcto. Y es casi superfluo decir que la reunión "democrática y crítica" y la negativa de las brigadas estudiantiles a "tenernos en su seno", son pamplinas suficientemente burdas para no ameritar ningún comentario. Pero la diferencia sí era evidente, y se hizo intolerable.
Unos meses antes un grupo de amigos, pintores, poetas músicos, que solíamos reunirnos a conversar y discutir nuestras ideas habíamos creado un movimiento llamado Extropista. Fuimos un par de veces a la radio local, leímos nuestros poemas en espacios públicos e incluso, un pecado terrible que osamos cometer, Raúl diseño unos pulóveres que decían Movimiento Extropista. Las consecuencias no se hicieron esperar, y repitieron la misma letanía ya conocida hasta el cansancio, detención, interrogatorios, responsos y finalmente el castigo, que afortunadamente, amén del ostracismo inevitable, en nuestro caso fue sólo la expulsión de la Universidad.

MN-¿Qué siente un adolescente cuando aprende de golpe que está excluido, fuera de todo juego posible dentro del escenario nacional?

AG-Miedo y soledad. Al principio incredulidad, no parece posible que el curso normal de la vida se haya frustrado. Es una experiencia límite, un choque y una revelación existencial, muy semejante a una enfermedad o a la muerte de un ser querido o a la primera decepción amorosa. Algo se ha roto, el mundo parece cerrarse sobre la propia existencia, el temor y el desasosiego hostigan: Puede ser peor, en cualquier momento uno puede ser detenido, la sombra constante de la vigilancia marca los movimientos, las conversaciones, el sueño. Dondequiera que estábamos había alguien mirándonos, y ese ojo, el ojo del represor, el ojo que pasaba en un auto silencioso desde el cual alguien nos llamaba por nuestro apellido, que con su mirada nos hacía totalmente visibles para el resto de las personas, era estigma y recordatorio, era la exclusión. Éramos los contrarrevolucionarios, los disidentes, los "gusanos" con quienes es mejor no hablar porque su sola presencia contamina. La gente cruzaba la calle para no saludarnos, algunos nos decían que mejor no nos viéramos por un tiempo, otros que lo sentían mucho pero que no fuéramos más a su casa. Éramos fantasmas deambulando por la ciudad, nos habíamos iniciado formalmente en el bando de los peligrosos, los culpables, los Otros. Pero todo en realidad era, y es, como le decía antes, producto de la diferencia. De algún modo fue previsible, la exclusión está en perspectiva desde el momento en que uno asume y proyecta una postura de independencia, de diferencia, y por tanto, es un problema, un choque, una ruptura con la grisura necesaria para que el status quo se mantenga. Las causas políticas o ideológicas son sólo el aspecto más evidente de esa actitud otra, la cual podría llamar el intento de afirmación de la individualidad desde la libertad, desde el pensamiento.

MN-¿Cómo se forma un joven al margen de las estructuras de poder en la isla?

AG-Como un outsider, pero con muchas más probabilidades de encontrarse a sí mismo. Por supuesto las circunstancias pueden variar mucho. En mi caso me ha posibilitado ser un observador, mantener vivas actitudes y posturas que están en extinción en Cuba. El autodidactismo es por tanto liberación y reto; ciertamente despeja el encuentro con un pensamiento que suele estar fuera de la vida cubana, pero al mismo tiempo, obliga a la consecuencia con la actitud asumida. Por supuesto me refiero a quien tenga intereses intelectuales, y preferiría usar una palabra bastante maltratada y en nuestra realidad, por desgracia perdida, espirituales. Porque lo que se trata no es de una formación académica sino de un develarse del espíritu humano. Aquello que define la esencia humana más allá de contextos sicológicos o sociológicos o políticos o de cualquier índole. Y desde aquí la ética, la estética, la propia dimensión existencial es el llamado a ser, a actuar. Mis circunstancias dentro de un ambiente a menudo muy hostil, me han permitido y no sólo permitido, sino incentivado, a pesar de mis dudas, cobardía y limitaciones a asumir y defender semejante actitud. El aislamiento es acicate, el desastre nacional a la par de desmoralizar no deja otra opción que volverse a la fuente desde la cual brota y ha brotado lo que llamamos espíritu. Toda mi obra, mis intentos literarios son una búsqueda con frecuencia desesperada y angustiosa, sostenida por una fe sin credencial, de lo que puede dar sentido y salvar el hecho de que estamos aquí, de que hemos venido al tiempo, a enfrentarnos con la inexorabilidad de la muerte y el dolor, pero también, a descubrir el llamado de otra palabra muy maltratada, de lo trascendente, del amor, de la amistad. Y esto último es para mí no sólo un hecho en mi vida, sino lo más próximo a un absoluto, porque mi propia sobrevivencia, mi estímulo, mi fe ha sido sostenida y alimentada por esa actitud inefable que se centra en la palabra amigo.
Si antes le refería el aspecto negativo y traumático de nuestra experiencia, ahora se hace imperiosos hablar de su contrapartida, el apoyo de quienes con riesgos, sin pedir nada a cambio, abrieron y abren su mano porque de alguna manera sienten que uno habla por ellos, y con su apoyo ayudan a superar el miedo y la duda, la falta de talento, la precariedad económica, la soledad.

MN-¿Qué fue o qué es el Movimiento Extropista?

AG-Una aventura juvenil, cara e ingenua, un comienzo en la gran aventura de ser creador, de pensar, de intentar encontrarse uno mismo. Desde la distancia tiene el tinte de los primeros amores, esa pasión desaforada y ligera al unísono que marca la adolescencia.
Tropismos son los movimientos, las respuestas de las plantas y organismos inferiores a estímulos. La palabra llegó a nosotros por la novela homónima de Nathalie Sarraute, donde la autora toma el término prestado de la botánica para significar impulsos primarios de atracción repulsión que según su tesis estarían en el origen de nuestras emociones y comportamientos. Desde nuestra perspectiva la actitud de quienes nos rodeaban y en gran medida la nuestra, tenía mucho de "tropista", es decir algo cuasi mecánico, y muy poco estimulante, por tanto, se nos ocurrió que desde el momento en que queríamos abandonar semejante actitud éramos "extropistas".
Era la edad en que uno descubre a las vanguardias, y todavía en Cuba en aquellos años, el espíritu de las vanguardias, o sea, el clima de la modernidad, era suficientemente fuerte para ofrecer un modelo a seguir. Además, la República era algo aún palpable, nos rodeaba en nuestras casas, en los libros que devorábamos en viejas ediciones, en las anécdotas y sobrevivientes, algo que ahora ya no existe, o está prácticamente extinguido, al menos como fuerza viva. Y este espíritu, romántico en la más amplia acepción de la palabra, alimentado por la atmósfera del rock, especialmente Pink Floyd con su maravillosa imbricación de nostalgia y belleza, honda tristeza e interrogación existencial; de los compositores clásicos que iban revelándose como la expresión de anhelos y estados profundamente íntimos; de la gran tradición de la literatura occidental, Proust, Goethe, Dostoievski, Tolstoi, etc.; junto a las primeras incursiones en la filosofía, la teosofía, y las propias condiciones de nuestro contexto, nos pedían dar cuerpo a nuestra sed de libertad y de expresión estética, no sólo a través de nuestras incipientes obra, sino como un movimiento, una forma de acción conjunta.

MN-Hábleme un poco de ese tiempo otro que rige para el hombre que habita bajo el dominio totalitario.

AG-Su pregunta me parece fundamental, y difícil de abarcar en pocas palabras, le ruego me permita extenderme algo más en ella. En mi opinión es un tema en el cual no se insiste lo suficiente. Desde el modo en que se percibe el tiempo, o sea, desde las estructuras mentales que condicionan las ideologías y actitudes ante la vida, se revelan los comportamientos humanos, es posible entender esa perversión de la humanidad que son los totalitarismos.
El tiempo que más que totalitario podíamos llamar revolucionario (el totalitarismo se implanta a partir de la Revolución, y como su consecuencia), está marcado por una visión teleológica de la Historia. Hay un punto axial que separa radicalmente el antes y el después: la Revolución. El pasado por consiguiente es preparación para el futuro encarnado en la Revolución y su expresión tangible: el Líder; aparece polarizado en una reducción de buenos y malos, de blanco y negro que elimina cualquier matiz, desde que la verdad de la Revolución asume un carácter sacro y absoluto ante el cual cualquier disensión es vista como herejía, maldad, traición y debilidad retrógrada, digna de castigo, de ser exterminada como lacra contaminante y deletérea de una época superada. Es una cosmovisión escatológica, aunque sea una escatológica muy terrenal; el curso de la historia es inexorable, leyes suprahumanas, ante las cuales no hay otra opción que rendirse, conducen al luminoso porvenir de la sociedad futura, a un paraíso terrenal que surgirá luego de una lucha larga y tenaz, pero siempre victoriosa, como el Armagedón bíblico, contra los enemigos de la causa justa, dígase la Revolución, que se proclama como la causa de los humildes, los pobres y demás, poseedores de una virtud especial por el sólo hecho de ser humildes y pobres.
Está cosmovisión, esta instauración de una escatológica terrenal, uno de los legados de la Ilustración, de la secularización del horizonte judeocristiano, que en el fondo no es más que una reactualización y reducción de mitos eternos del inconsciente humano, revestidos de un aparato conceptual gracias a Hegel y Marx, seduce y atrapa en su órbita, la de la Utopía, a mucha gente que se sumerge en la vorágine de la Historia creyendo ser su instrumento, sacrificándose en aras de un futuro idealizado, vago y maravilloso como toda tierra prometida, más deleznable y en el fondo banal que el de las religiones tradicionales, pero que les ofrece respuestas a sus necesidades de sentido, a sus anhelos y sufrimientos, a la incertidumbre de la Historia y la existencia.
De esto se ha hablado bastante, aunque no lo suficiente, pero el segundo tiempo, el del desencanto, no ya para los que se opusieron a la perdida de la libertad y la aniquilación de la individualidad desde el comienzo, sino generalizado, es menos abordado. Son sumamente ilustrativas, expresión de lo esencial de tales fenómenos, las dos novelas de Orwel, "Animal Farm" y "1984". La primera es la pasión, la demencia disfrazada de racionalidad pero aún cargada de magnetismo y promesas; la segunda la eclosión del absurdo, la desnudez del mal sin afeites, si bien mucho más resistente que la primera.
El tiempo, que en los comienzos era una fuerza succionante e ineludible, ante la cual toda oposición podría parecer una salida del cuerpo social, un gran egoísmo contrario al férreo decursar de la Historia, con más o menos rapidez se revela vano, absurdo; su pretendida racionalidad pare sus hijos, actualiza esa preclara visión de Goya que da título a una de sus obras maestras, "El sueño de la razón produce monstruos", por tanto el nihilismo subyacente se revela y retroalimenta desde las estructuras de poder, y desde la propia mentalidad de los ciudadanos que le recicla en un círculo vicioso y kafkiano. Una imagen medieval sería lo diabólico, aquello que en nombre de lo sagrado revela lo infernal, o sea, la vacuidad, la grisura, el sin sentido proclamado como sentido único, que una vez que ha seducido con sus añagazas arrastra tras de sí, hace que se le sirva, penetra el alma de la gente hasta sus más recónditos escondrijos. El tiempo se hace pues totalitario, no sólo por el inevitable hecho del devenir, sino justo por un devenir cerrado en sí mismo, en una repetición sin salida, donde el futuro desaparece como posibilidad de expansión y realización factible, de opción personal. A pesar de que el discurso oficial continúa coreando la misma letanía de metas y conquistas y simbología teleológica anterior, sus símbolos se han vaciado de contenido. No obstante, y aquí está lo más dañino y fascinante, y con fascinante no me refiero a nada enaltecedor o encantador, sino a la raíz de la palabra, embrujo; el estado de cosas es capaz de mantenerse pese a que el fracaso es evidente en todos los campos, justo como una fascinación, como un maleficio, por una connivencia reciproca entre estructura y mentalidad. Las personas pierden u olvidan la capacidad de construir su propio destino por las limitaciones extraordinarias al desenvolvimiento individual y a la sociedad civil que imponen las estructuras del poder, pero sobre todo porque no creen posible un cambio real, porque continúan recreando la misma realidad en tanto que asumen y viven en su universo mental, que hablan y piensan en su lenguaje. No olvidemos que el lenguaje, como dice Heidegger es la casa del ser, y que el modo de ver el mundo es más un lenguaje que una imagen.
En nuestras circunstancias se puede decir, con las comillas de toda generalización, que Cuba es un país fuera del tiempo, más bien que detenido en el tiempo. Ahora bien, la expresión de semejante tiempo fuera del tiempo, si se me permite el retruécano, es un presente despojado de profundidad, un presente de sobrevivencia y sus correlatos de desaliento, decadencia, ausencia de reflexión y autoafirmación individual. Las metas comunes se diluyen en la vacuidad de la retórica oficial y la única solución a la vista es la sobrevivencia. Se vive en un marasmo perpetuo, el futuro se disuelve en una nebulosa en la cual están los otros, los de fuera, los distintos, algo que no se avizora en el entorno inmediato. La inmensa mayoría de las personas viven su vida reducida a ese presente agobiante y alienante en el cual las decisiones personales resultan fútiles, son como moscas atrapadas en una campana de cristal que renuncian a escapar a la luz por los fracasos continuados, y algo mucho peor, que llegan a olvidar la existencia de la luz y asumen su propia oscuridad como lo normal. De ahí que las posturas diferentes se hagan extrañas no sólo por el miedo a la represión, sino por una incomprensión de su universo mental, por moverse en diversos juegos de lenguaje.
De ahí que la memoria nacional se reduzca hasta el punto que algo tan cercano como la historia de los años ochenta sea desconocida para muchos jóvenes que ni siquiera tienen interés en ella; que la decadencia de los valores sea el pasto de la vulgaridad, de la rispidez, de la ubicuidad de un lenguaje marginal, chabacano y reductor; que el cansancio y el desaliento asuman la categoría de lo habitual, hasta el punto de parecer lo normal, sólo traspasable en la emigración, o en la alienación que toma nuevos rostros, permea el ocaso de las libertades cívicas, de la condición de ciudadano. Y esto es algo en lo que quiero insistir, que no debe ocultarse bajo disfraces populistas, de nacionalismos complacientes; las personas no saben y lo más terrible, no quieren vivir en libertad aunque confusamente la añoren; su expresión ya no tiene incorporado un lenguaje de libertad como realidad existencial; de ahí que el absurdo se sostenga en ese marasmo interminable y autodestructor, como un anciano encamado y agonizante que se resiste a morir y se pudre lentamente en su propia inmundicia; de ahí que las estructuras de poder, aun cuando sean conscientes de la necesidad de apertura, no quieran ni sepan cambiar porque son víctimas de su propia mitificación, de su propio lenguaje que les impide el cambio no sólo por maldad intrínseca, aunque el mal sea consustancial al totalitarismo, sino por ese discurso que les penetra y condiciona como condiciona a la sociedad en todas las dimensiones de su existencia; de ahí que un desastre palpable a todas luces se perciba torcidamente como el curso normal de las cosas, algo que se critica sin creer posible que pueda cambiarse en algún momento, y al cual, por costumbre, justo como un hechizo diabólico, se teme abandonar.

MN-Déme su valoración acerca de la sociedad cubana actual.

AG-De nuevo una pregunta difícil de abarcar en pocas palabras. Se teme la parcialización, dejar fuera aristas, pecar de indolencia.
En lo que le decía anteriormente hay una valoración implícita de la sociedad cubana. Ese tiempo acerca del cual me preguntaba, ese tiempo que transcurre inmerso en el marasmo, el desaliento, la desidia, las duras condiciones de la vida, la separación de las familias, el exilio de tantos y tantos cubanos, con su inevitable carga de desarraigo y soledad; la doble moral, la corrupción, la desesperanza, son rostros de la gran desdicha nacional, rostros del sufrimiento. De un sufrimiento que en general tiene poca grandeza ciertamente, gris, reptante, más parecido a una enfermedad crónica y consuntiva que a una tragedia, pero no por ello menos terrible ni destructor.
La sociedad cubana sufre su propia culpa de jugar con los ídolos de la Revolución, pero el sufrimiento va más allá de la culpa, reclama compasión. Es una sociedad abandonada a su desventura, como un niño que no sabe qué hacer, al cual el mundo le parece demasiado complicado, huérfano en su propia familia; un niño que conjuró a los espíritus de la oscuridad, seducido por sus cantos de sirena, y que ya es su prisionero, su producto, convertido de creador en creatura de sus propios demonios.
Quisiera entonces hablarle de ese sufrimiento soterrado, de esa densa tristeza que está detrás de la aparente risa y alegría de los cubanos. El sufrimiento que hace un guiño cómplice en las muchachas que se prostituyen por necesidad o porque es obviamente más rentable que cualquier otra opción; que es como una atmósfera, un hedor marcando a los que marchan diariamente a la rutina de un trabajo que no les ofrece realización alguna, por un salario que apenas les alcanza para lo básico, téngase en cuenta que un médico especialista gana 25 pesos diarios, un refresco enlatado cuesta diez, una pizza cinco, o sea trabaja por tres pizzas y un refresco diarios; el sufrimiento de quienes estudian pese a que a los padres no pueden responder a la pregunta ¿por qué estudiar si al final me servirá de bien poco?, y que tras el desenfado de la adolescencia traslucen el temor de un futuro sin perspectivas, excepto la de que todo será igual o peor; el sufrimiento de los niños y los padres que pasan frente a una juguetería donde los precios son asquerosamente obscenos, donde un peluche cuesta el salario de dos meses de cualquier cubano; de los que tienen que vivir fuera de la ley porque es imposible vivir en la ley; de los propios represores envueltos en la retórica de la mentira, víctimas de sus odios y prejuicios; de quienes tienen que aceptar la mentira para no desesperar, porque reconocer que se vive en la mentira es un peso demasiado grande para la mayoría de los seres humanos; de los profesionales que persiguen a cualquier costo una "misión" en cualquier rincón del mundo para poder mejorar algo su vida y la de sus familias; el sufrimiento de los ancianos que languidecen a la espera de la muerte, sobreviviendo en la pobreza, viendo como su vida se fue y al final no hay nada, la nada es lo resultante por más que traten de encubrirla en un intento baladí de darse sentido, de oponerse a la miseria que ya no es posible ocultar tras promesas de futuros luminosos o epopeyas rimbombantes, la pobreza desnuda y sin salida, impuesta como una maldición que carcome las almas y los cuerpos, los sueños, los ideales, la fuerza para seguir viviendo, para seguir creyendo; el sufrimiento de los que creyeron, y los que aún creen, de los comunistas honestos que dieron su vida por algo que al final les ha dejado como cómplices del desastre, que saben que las cosas están mal y no pueden hacer nada, rumian su desencanto; de quienes fueron a guerras que al fin resultaron otro fracaso y tampoco tienen nada, tampoco escapan de esa tan tristemente exacta definición que da título a la novela de Zoe Valdés "La nada cotidiana"; de quienes tratando de huir, de lograr el único cambio que los cubanos sienten real, emigrar, se lanzaron al mar en cuanto objeto flota y se ahogaron o vieron ahogarse a sus amigos y familiares; de los que viven separados de sus familias, fuera de su ambiente, vagabundos a la fuerza, aventureros de otras tierras porque no caben en su tierra; el dolor lacerante de ver como se destruye la sociedad, como se desdibuja el paisaje de lo que era Cuba en una especie de favela gigantesca, como la cubanidad se metamorfosea en marginalidad, como la fealdad crece al igual que un cáncer, y de los que en esa fealdad ya no saben ni pueden buscar ni crear la belleza.
Ese sufrimiento que habla por boca de un antiguo miliciano, combatiente en el Escambray, cuando borracho confiesa que mató a un alzado bañándose, se acerco y oyó al hombre cantando, le disparó y la canción no le ha dejado dormir nunca más, la canción es la canción del dolor y la culpa y la vergüenza que aparece cuando una mujer mal o bien vestida espeta al transeúnte, ¿quieres matar una jugada?, en un eufemismo muy revelador del comercio sexual; aparece tras el aparente éxito de los nuevos ricos en su vulgaridad manifiesta, con la que tratan de ocultar su pequeñez espiritual y moral, tratan de ocultar que la corrupción mancha la dignidad humana, envilece, que esa frase tan de moda en administradores, jefes, ladrones "hay que chuparle la teta al comunismo", es una asquerosidad indefendible; ese sufrimiento de la pequeñez y la cobardía, y no sólo de los hombres y mujeres comunes que bien poco pueden hacer al respecto, sino de los que sí pueden decir y no lo hacen, de los jerarcas de la iglesia Católica que callan y consienten, que colaboran con el desastre desde que no se oponen a él, y no sólo no se oponen, sino abandonan y rechazan a quienes tratan de hacer algo y les piden ayuda.
El sufrimiento de un antiguo preso político que cumplió diez años de cárcel por el crimen de reunirse con unos amigos en una iglesia, y que ya no cree en el cambio, no cree en sus compatriotas, no puede ocultar que decir "no vale la pena, no vale la pena hacer nada por quienes no quieren ser libres" es un desgarro total, un dolor esencial; la pena de ver a disidentes recogiendo las sobras de comida en una recepción en casa del embajador norteamericano, haciéndolo no sólo por hambre, sino porque ni siquiera se cuestionan que esté mal, son también, sin quererlo ni saberlo, "los hombres nuevos"; la triste condición de los que se inventan causas políticas para acogerse al programa de refugiados políticos que ofrece la Sección de Intereses de los Estados Unidos, o se aferran como rémoras a cuanto desecho de Europa, da lo mismo que hombre o mujer, les ofrezca una vía para salir; el sufrimiento solitario del oficial de la Seguridad del Estado que cree en el país, que sabe que hay que hacer algo, que hay que hacer cambios y ve que nada cambia, que a solas se pregunta por lo que hace y al fin es otra pieza más del gran teatro del absurdo, otro personaje de la farsa que le engloba como al funcionario que ya no puede ni sabe ser honesto, al policía que persigue más que a delincuentes a quienes tratan de vivir y ayudan a vivir a los demás vendiendo lo que pueden.
La pena sin brillo, basta y pequeña pero igualmente triste y deplorable, de los burócratas sumergidos en su grisura, como piñones de una maquinaria kafkiana donde se les desgasta la vida y se les marchita el alma; el dolor de un amigo exiliado que regresa luego de años y al tener que partir comienza a vomitar porque en realidad no quiere irse y sabe que tiene que irse, que ya no puede vivir en su país; ese sufrimiento de la mentira y la manipulación constante en los medios de información, de la censura y la doble moral que revolotea tras la masa caminante en un desfile, caminado porque hay que ir, porque ser rebaño es su condición, porque es otro modo de enajenarse, porque todo el mundo va, porque es mejor no marcarse, porque uno se divierte, porque ¿para qué pensar?, porque en su bullicio es un acorde de la desolación de los pueblos y ciudades devastadas por los recientes ciclones, de los miles de cubanos que estuvieron durante semanas comiendo en ollas colectivas, por completo dependientes de la precaria ayuda oficial; ese sufrimiento de nuestro sino que aparece, por fin sin afeites, en la película "Suite Habana", híbrido de mundos empantanados en un maridaje grotesco, retruécano de la historia y la memoria, tan difícil de comprender para los extranjeros por su pericia en el disimulo y el increíble malabar de exhibir como logros un fracaso estrepitoso, por los meandros del absurdo que tan bien se ocultan en los subterráneos de la utopía y el resentimiento.
Difícil de comprender incluso para muchos cubanos de fuera que han olvidado o no pueden seguir sus evoluciones, justo porque no es normal y los seres humanos quieren la normalidad, no quieren tener presente el dolor y el absurdo, la hidra de la mentira; el sufrimiento que se muestra en el documental "Los buzos" (el nombre con que se conoce a quienes hurgan en la basura de la ciudad para encontrar algo que vender luego, quienes viven literalmente de la basura), y que para mí se centra en uno de los entrevistados cuando dice sin saberlo el destino de tantos cubanos: "he trabajado en la agricultura, he trabajado en la construcción, soy un obrero, he pasado mi vida trabajando y no tengo nada, sólo pomos en la basura".