viernes, 12 de julio de 2013

Origen y destino...


por María Cristina Fernández

Las crónicas nacen para registrar la temporalidad. Antes de la aparición en el mundo moderno de esa realidad llamada periodismo, el cronista se situaba en el centro del discurrir histórico aunque no pudiera evitar una toma de posición emocional al contar sucesos. Sin embargo, la crónica no muere a manos de la noticia. Aún, cuando una parte de ella queda sometida a su pesantez, otra felizmente se abre a la contaminación con otros géneros literarios dando resultados sorprendentes. De ahí que a un escritor de ficciones apegadas a la realidad se le pueda llamar cronista, una vez que los géneros abren sus compuertas para desahogar entre sí.

Denis Fortún Bouzo ha escrito “Diles que no me devuelvan” (Crónicas del aeropuerto), un conjunto de microrelatos con el que aviva y aplaca a la vez su aficción por el periodismo y su condición natural de fabulador bien centrado, yo diría rotundo. Un trabajo que terminó odiando, confiesa, pero que le permitió ubicarse en un aeropuerto, punto estratégico para la observación del mundo, con su trasiego de gente, de información y otros intercambios efímeros pero cruciales. Ocupación repetitiva, alienante, como casi todas las que conciernen a esta aldea o urbe global tan interconectada, y por la que llegó también a sentir gratitud. Convertido en una suerte de liaison entre personas y vuelos, pudo entrar en contacto con lo que acontece en el mundo real más allá de pantallas y altavoces, adentrándose en la manera en que se estructura un espacio que es tránsito y reglamento a la vez. Pero donde hay vida también.

Desconcertados, coléricos, apabullados, van desfilando estos seres sin adivinar que alguien acabará contando un pedazo de sus vidas en mitad de la noche. Gente frágil u hostil que en continuo fluido aborda y trasborda aviones de un punto a otro, lo que permite que cada partida aérea participe de un “origen” y un “destino”, como si habláramos de cuestiones ontológicas. Tribulaciones que vinculan un nombre y un tono de voz, a lo que ya han reportado las noticias de un modo impersonal, sin rostro: la angustia de la muchacha sueca a quien los controles no dejan entrar a reunirse con su madre; la sospecha mayor que despierta un árabe solitario, o un conjunto de ellos orando en una estera a un lado del salón. Pasajeros que escapan de un terremoto, pero que arrastrarán la sombra de los que no pudieron abordar. Cubanos que huyen del fátum de un país y vienen con sus dilemas, su estado de excepción. La solapada ojeriza de otros hispanos que recelan…

Pasan frente al cronista en su noche, que se vuelve escritura y espejo, la arrogancia del gringo de pocas luces; una mujer que amó y ya no es la misma; vecinos recién llegados con evocaciones de su pasado y actualizaciones de las últimas incidencias del infierno. Son contactos fugaces donde cada cual revela lo que es, o lo que no pudo llegar a ser.

En una entrevista la escritora Cristina Peri Rossi confiesa un desencanto frente a lo que antes disfrutaba encontrar en aviones y antesalas de viajes. “Se ha perdido la poesía del viaje en avión, que era, cómo no, nostalgia y soledad”. En un mundo donde los controles sobre el desplazamiento son cada vez más, el mayor temor ya no está en coger un avión que pueda perder el control y caiga; o incluso una explosión a bordo podría ya ser menos temida que la desazón que provoca el estado de las cosas por tierra. Miami, paraíso de atrezzo, no escapa a esta condición, pero ahí siguen llegando con apetencia el cubano con morriña de un buen café y calor humano, la venezolana que pretende llenar su maleta con algo más que sus ínfulas, la desasida muchacha que no sabe si viene de Cuba o de Irak…

Todo está contado desde la perspectiva de un narrador-personaje que es testigo obligado a actuar dentro de ciertos códigos, ante los cuales no reacciona siempre como se espera. Más de una vez el humor o la ironía son sus únicas garantías frente al absurdo o la exasperación. En ocasiones, no puede evitar verse envuelto en escenarios donde se pone a prueba la solidaridad humana, y hasta el afecto, frente al absoluto rigor de la ley. Un ser que observa y escucha en esa torre de babel, capaz de compartir la fuma de un tabaco con un colega desesperado, al borde de claudicar. El está allí para indicar un rumbo, para conectar “origen” y “destino”. O para ayudar a traducir en otra lengua, en otro mundo, una rogativa donde a alguien le va la vida: “diles que no me devuelvan”.

Sé que leer estas “Crónicas del Aeropuerto “de Denis Fortún Bouzo no dejará a ningún lector impasible porque lleva la impronta del desvarío de este mundo que nos toca asumir con tanta dificultad, y al que evadimos muchas veces, desplazándonos.


Prólogo escrito para "Diles que no me devuelvan... (Crónicas del aeropuerto).
Miami, mayo 2012