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Recuerdo, que sin hablar inglés, ni medianamente regular, en su mayoría nos sabíamos las canciones de memoria, y aquellos aventajados que tenían radiograbadora Sanyo, pues grababan los hits parade y los ponían luego en las fiestas de los sábados. Me acuerdo lo mismo, que nuestras madres se preocupaban, pues si los compañeros del CDR nos cogían escuchando la música del enemigo, la cosa no iba a pintar buena para ninguno de nosotros.
Sin embargo, el plato fuerte, eran los conciertos de Almas Vertiginosas –donde nunca faltaba Frankestein, bien feo y con su pelo largo como no lo llevaba nadie; los que éramos asiduos a tales eventos underground, saben de quien hablo-, y el Conde, cual si fuese un americano, interpretando lo mismo a Eagle, con su legendaria Hotel California; Billy Joel, con Honesty, o Just to way you are; y las más atrevidas de las veces, disparando un tema de Led Zeppellin. Y el publico delirando, la juventud en pleno éxtasis, y en ocasiones su poquito de olor a hierba mojada, que se conseguía a cinco pesos en La Timba.
Sin dudas, visto desde lejos en el tiempo, fueron esos momentos los de mayor libertad que pudimos tener, aun con el riesgo de las redadas y los Jefes de Sector citándonos a 21 y C, Zapata y C, o los más terribles, cual cura de caballo, amenazándonos con una estadía en Villa Marista.
Definitivamente, aunque aquellas emisoras no les importaba el tema Cuba – y no veo por qué habría de ser lo contrario, jamás a los Jonys les ha preocupado este particular de manera seria- si representaron una opción diferente, una suerte de aire libertario, que nos hacia diferentes del resto. Y quizás, como presupone Collazo, fue, en el caso de muchos, la ventana para ver que un mundo diferente existía afuera, y por eso, de una vez por todas, irnos.