Hollywood viene, durante ni sé los años, dándonos una imagen horrible de lo que representaría un ataque alienígena. Lo que confieso, siempre me ha asustado su poco porque, de que puede pasar, puede. Que nada está escrito definitivamente en cuanto a si contamos con vecinos galácticos y si estos tienen buen carácter o no. Que de ser como nosotros, apaga y vámonos...
Por supuesto, las razones para gobernarnos en algunos casos, o borrar de la faz de la tierra nuestra presencia en otros (una suerte de María Cristina sideral con muy malas pulgas) han sido innumerables. La reiterada: este planeta es tan sabroso y diverso (más sin sus habitantes, al menos los que más daño le hacen), que bien vale la pena conquistarlo.
Claro, la mayoría de las veces, desde que un día se paralizó la tierra hasta un 4th July, aunque los tipos verdes nos han dado inclusive con el cubo y por los lugares más insospechados (excepto el ET de Spielberg, donde los malos somos nosotros; o lo mismo en Avatar, de Cameron, donde nos portamos peor), los terrícolas terminamos ganado. Al final la Academia nos permite que prevalezcamos a pesar de que en incontables ocasiones nos quedemos en calzoncillos. La raza se sobrepone a cualquier imprevisto y miseria. Y es que tratándose del homo sapiens, tampoco existe margen una salida diferente. De veras que somos bichos complicados y difíciles de domar, como no sea por nosotros mismos.
Sin embargo, jamás (hasta hoy) fuimos atacados por la necesidad de que “los de afuera” precisaban de oro. Y lo peor, en este caso, en la película de marras nunca nos enteramos para qué les hacía falta el amarillo mineral, a no ser que gustasen de sendas cadenas para colgárselas al pescuezo como cierta subespecie caribeña dentro del conglomerado bípedo. Y mucho menos en el viejo oeste. Y además, con naves de concreto. Una suerte de camuflaje de piedra que más bien parece un falo cósmico.
Cowboys versus aliens, con dieciséis
productores (en los que se encuentra uno en medio de la lista a Steven Spielberg), es lo último que trae la industria del entretenimiento ameriyuma en cuanto al tema de los extraterrestres. Yo, cinéfilo prohollywoodense y fan de Steven, no tengo elementos para defender una producción como esta, a no ser que vale la pena ver la película por los ojos de Olivia Wilde y el desempeño de Sam Rockwell.
Mr. Harrison Ford and Daniel Craig, tipos duros del celuloide americano (sobre todo el viejo Harris, quien ha demostrado ser un actorzazo innumerables veces bajo las ordenes de Spielberg), los dos quedan muy mal parado en esta historia que nos narra como unos vaqueros de Arizona, allá por el lejano año de 1873, sus familias, sus mujeres, son secuestrados por unos enormes y desagradables bichos que vienen de un estrato universal lejano y sin referencia. Lo mismo Olivia, la que únicamente, como ya dije, se salva por sus ojos y por un pequeño aperitivo en medio de un acto de resurrección, donde el director, portándose como un miserable egoísta, nos regala nada más que pedazos de su lindo cuerpo semidesnudo. Fuera de ahí, y de la actuación secundaria de Rockwell, el filme es malo, el resto de las interpretaciones mediocres y hasta los efectos especiales se muestran pobres. Las ganas de que te devuelvan el dinero en la puerta del cine, imagino que le ha pasado por la cabeza a muchos.
Sin embargo, usted que gusta del séptimo arte, del cine Yuma, no se deje llevar por mi “crítica”. Dedíquele su tiempo al largometraje. A lo mejor no coincide conmigo y le gusta; excepto en el punto que se refiere a Olivia Wilde. En ese creo que, al menos los hombres, todos estaremos de acuerdo que bien vale la pena verla, aún cuando nos deben más que unas buenas piernas y una espalda hermosa…