domingo, 25 de diciembre de 2011

Rumores lejos del Hórmigo...

A pesar de que me prometí no dedicarle más tiempo al asunto, un desagradable evento -por llamarlo de algún modo- en esta hora de ocio me provoca la reflexión sobre un ejercicio tan viejo como la humanidad: la abyecta manía de unos por el obsceno placer de difamar en relación a otros. Y pienso ahora en cuanto al riesgo que carga la mentira, que a fuerza de repetirse, los haya quienes lleguen a aceptar como un hecho irrebatible lo que dista de ser cierto y ni siquiera se percaten hasta dónde la mala intención se cobija al amparo de la falacia. Incluso, cuando al empeño le asiste la mejor de las intenciones.

Lo peor, para quien un día se descubre sometido a cualquier forma de descrédito, fuese por las razones más increíbles o las menos importantes, luego de esa infamia reiterada cuesta entonces marcado esfuerzo reparar el daño que deja como saldo. Y el hecho es que, los que se identifican como tus detractores, les sirve de ideal pretexto la iniquidad puesta a rodar y la alimentan reproduciéndola. Qué importa si realmente no eres responsable de algo que desde un principio tú -lo mismo que una enorme mayoría-, consideras repulsivo y te identificas plenamente con los que han sido objeto de burlas. Tampoco importa para esos que seas un sujeto que, a lo largo de tu existencia, has asumido la responsabilidad de tus acciones, por lo que, las que no te pertenecen se nieguen con la misma fuerza.

Sin embargo, valiéndome de una imagen un tanto gastada por consecuencia del exacerbado uso de la patraña, la verdad se presenta finalmente y se hace valer por si sola aún cuando su camino sea angosto y por tanto demore en salir a la luz.

Claro, por añadidura, por suerte, asiste la tranquilidad de, nada que ver con la mácula. Y aunque reitero, está la reticencia de algunos, la inevitable sospecha que habita en los que no te conocen a cabalidad, ha de venir de una buena vez la habilitación que te corresponde al no formar parte de un seudo gremio y sus cómplices que ejercen a la sombra del anonimato la más sórdida de las ofensas: la maledicencia.