domingo, 12 de octubre de 2025

Homenaje a Armando de Armas en Miami

El pasado sábado 11 de octubre se le rindió homenaje al escritor y ensayista Armando de Armas en el aniversario primero de su ida en la ciudad de Fayetteville, Georgia. A través de la Fundación Ego de Kaska y la editorial Exodus, que preside y dirige Ángel Velázquez Callejas, junto con el apoyo de un grupo de amigos cercanos al autor, se hizo el evento con el propósito de repasar la obra de Armando, conversar con los que lo conocieron bien sobre el escritor y el hombre, y presentar dos novelas inéditas publicadas bajo el sello de Exodus. Los textos que siguen son justamente las palabras de presentación de cada libro, por Elvira de las Casa y Alejandro Ríos. Vaya a ellos, a Elvira y Alejandro, el agradecimiento de los amigos, de los hijos, de todos los que estuvimos presente esa tarde de sábado para honrar al amigo y reconocer su legado.   

Érase una vez en el invierno, de Armando de Armas

Por Elvira de las casas

Me da mucho gusto presentar esta novela de Armando de Armas, entre otros motivos obvios, como la amistad que nos unió por más de cuatro décadas, porque esta es, sin lugar a dudas, la más cienfueguera de todas sus obras. Y como casi todos ustedes saben, yo soy de Cienfuegos y fue en esa ciudad donde conocí a Mandy en el año 1984, cuando trabajábamos juntos en la emisora provincial de radio. No voy a referirme con profundidad a Érase una vez en el invierno porque ya detallé en el prólogo mis impresiones sobre esa obra. Prefiero resaltar otros aspectos sobre la vida de su autor, a quien tuve la suerte de llamar amigo por espacio de cuatro décadas. Solo quiero decir que, en mi opinión, el protagonista de este libro no es “Mandy Big Brother”, ese personaje omnisciente que nos relata cómo era la vida de un grupo de jóvenes en una sociedad que se había propuesto formar al llamado “hombre nuevo” y en cambio dio lugar a una generación frustrada, sin posibilidades de cumplir sus sueños más elementales ni de tener a su alcance la moda, la música y todo lo que disfrutaba la juventud de la época en otras partes del mundo.

La verdadera protagonista de la novela es la ciudad de Cienfuegos, el Parque Martí y los edificios que lo rodean, el bulevar de la Calle San Fernando, el Malecón, el hotel Jagua en el reparto de Punta Gorda, el cementerio viejo de la barriada de Reina y el Tomás Acea, localizado en la Carretera del Junco y, sobre todo, el Paseo del Prado, lugar que durante décadas fue el sitio preferido de los cienfuegueros para reunirse con sus amigos y para tener sus primeras citas románticas. Y que, como cuenta la novela, con el transcurrir de los años y de la fatalidad histórica que nos trajo al exilio a los que hoy estamos aquí, se convirtió en una especie de campo de batalla ideológica en el que se encontraban, de un lado, los “guapos”, entre los que abundaban los informantes de la policía, vestidos de forma chapucera y con peinados que delataban la influencia de su paso por el presidio. Y por el otro lado estaban los “pepillos”, con largas melenas y ropa que vendían las tiendas estatales y que ellos se las arreglaban para transformar y que se parecieran lo más posible a lo que veían en las revistas y portadas de discos que conseguían llegar al país pese a la censura del gobierno.

Mandy, sin llegar a ser un marginal, no solo simpatizaba con aquellos considerados peligrosos para la sociedad, sino que escogió entre ellos a muchas de sus amistades de la juventud, por la sencilla razón de que los sabía más confiables que los considerados “personas decentes”. En la época reflejada en el libro, él era muy joven, ya tenía el agudo sentido del humor que siempre lo acompañó, lo cual es bastante problemático en un régimen autoritario, donde todo tiene que decirse con sumo cuidado para no despertar suspicacias, y pasaba la mayor parte del tiempo en los sitios antes mencionados, especialmente alrededor del Paseo del Prado y, siempre que podía burlar la vigilancia de los guardias de seguridad, en el cabaret Guanaroca o en el bar Escambray del hotel Jagua. Nadie imaginaba que sus amistades de entonces, nada recomendables según el criterio de quienes no querían buscarse problemas con la policía y los funcionarios del gobierno, serían la fuente de la que el futuro escritor bebería para crear su obra literaria. Aquellos personajes apáticos, desobedientes e insatisfechos con el ambiente en el que les había tocado vivir, le ofrecieron al escritor, aun sin saberlo, el material que necesitaría más adelante para escribir sus cuentos y novelas. Porque ya a principios de la década de 1980 Mandy tejía en la cabeza la trama de sus futuros libros, aunque apenas comenzaba a escribir. Recuerdo especialmente un cuento que escribió de muchas formas diferentes, cambiando cada vez el punto de vista narrativo, aunque nunca llegó a estar satisfecho con el resultado y finalmente lo desechó. Poco después comenzaría a darle forma a La tabla, novela que sabía impublicable en Cuba por motivos políticos y que logró traer al exilio pese a su accidentada huida por mar. Este libro sería su entrada triunfal en el mundo editorial, y el comienzo de una fructífera carrera como escritor de cuentos, novelas y ensayos, a la par de su trabajo como periodista.

La distancia me impidió ser testigo de cómo Mandy comenzó a dedicarse formalmente a escribir, pero cuando llegó a Miami, pocos años después que yo, descubrí con satisfacción que durante el tiempo que dejamos de vernos no solo escribió sin descanso, sino que se dedicó a leer todos los libros a los que no podía tener acceso mientras vivía en Cuba. Pienso que la literatura y el exilio hicieron de él una persona más completa, alguien que por primera vez tenía claras sus aspiraciones y sabía que sus principales metas en la vida eran la causa de Cuba y la creación literaria, en ese orden. Su obra es el mejor ejemplo de lo que se puede lograr cuando no se desperdicia el talento y, por el contrario, se enriquece con esfuerzo y constancia como hizo él. Es gracias a esas cualidades que, más allá de su prematura partida física, podremos seguir disfrutando de sus libros, incluso de los que, como es el caso de Érase una vez en el invierno, no pudo llegar a ver publicados pero que sus lectores y amigos seguiremos leyendo una y otra vez. Espero que lo disfruten como lo hice yo; bienvenidos entonces al mundo de Mandy y su invierno imaginario.

Amar así, en los días del coronavirus, de Armando de Armas

Por Alejandro Ríos

Para mí es imperativo reiterar que tengo un recuerdo muy cercano y agradecido de Armando de Armas por su franca amistad, momentos de conversaciones entrañables y porque siempre pude contar con él cuando honró con su presencia mi programa de televisión La Mirada Indiscreta. Me consta que tuvo la admiración de la teleaudiencia.  Gracias también, a Denis Fortún y a Ángel Callejas por haber pensado en mi para la presentación de esta novela póstuma: Amar así, en los días del coronavirus.

A diferencia de otros encuentros francamente tristes, cuando lo perdimos en el ámbito físico, esta tertulia de hoy es de pura epifanía porque Armando seguirá inquietándonos con su obsesión literaria por siempre. Amar así… es una novela-ensayo, de apuntes históricos minuciosos. Una novela de “caballería” abiertamente revisionista, con atisbos autobiográficos -quiero conjeturar-, energizada de reflexiones, sumamente entretenida, donde el escritor pasa revista a un tiempo de incertidumbre, como lo fue el pandémico. Es literatura viril sin afeites, sin metrosexualismo al uso. Crónica del intelectual que sufrió, paradójicamente, marrulleras cancelaciones en democracia y cruentas represiones en una dictadura totalitaria. Dos circunstancias que lo hicieron crecer como creador y asumió con entereza, inconmovible.

Nuestro autor sacude la llamada “libertad de expresión” para que regrese del limbo donde la han tramitado. Armando escribe contra todas las banderas tribales y es encomiable como puede entretejer la cotidianeidad más pedestre con una acendrada fijeza íntima. Hay un subtexto humorístico -de pura “jodedera” cubana- que brota como oportuna tabla de salvación cuando el optimismo parece ceder ante la avalancha de un mundo que le resulta cada vez más ajeno. Es una historia contada simultáneamente en varios planos, con mucha destreza y poder de seducción. Simula una suerte de arte poética del macho alfa para luego rendirse ante los atributos femeninos que Armando veneró y respetó.  Literatura sin etiqueta étnica. Hay una voluntad universal instintiva que se proyecta, sin embargo, desde un complejo escenario miamense más que conocido por el autor, vecino ilustre que dio lustre a la ciudad.

La carga erótica de la novela es altisonante, operática. Hay un dominio del juego de palabras que nos hace escuchar y visualizar todos las distinciones de la comunión sexual. Son momentos que parecen proyectarse sobre aquellos cines drive-in con pantallas enormes a la intemperie. Con tanta literatura prefabricada y hueca que nos circunda impuesta por editoriales de poder económico e ideológico, para satisfacer a lectores identificados al efecto, es de agradecer una novela como Amar así, en los días del coronavirus, sin pretensiones ni alharacas publicitarias, pero de garantizada permanencia en la historia de las letras escritas en total libertad. 

 


Hotel Chateaubleau, Coral Gables, Miami Dade. Sábado 11 de octubre el 2025

Fotos de Armando Nuviola


jueves, 25 de septiembre de 2025

Líneas de la memoria. Entrevista de Gabriel Cartaya a Denis Fortún

 

El sábado 30 de agosto conocí a Gabriel Cartaya, es decir, personalmente. Ya tenía referencias de él y de su obra a través del amigo común Ángel Velázquez Callejas. Fue justo en casa de Callejas donde coincidimos, y luego de las presentaciones de rigor, sin mucho rigor, que fue diáfana, conversamos sobre lo humano, lo divino, de Cuba, de Tampa, de Miami, y sobre su novela "El secreto de la Andaluza", a presentarse esa noche. Finalmente, Cartaya me dijo que le gustaría hacerme una entrevista para el semanario “La Gaceta”, fundado en 1922. Y, así las cosas, Cartaya me envió las preguntas, yo las respondí, y queda agradecerle la oportunidad…


Gabriel Cartaya: Denis, aunque no te iniciaste muy temprano en el mundo de la escritura, hoy tienes ya varios libros publicados. ¿Cómo descubriste e impulsaste al escritor que hay en ti?

Denis Fortún: Escribir, puedo asegurarte que se trata de una pasión que traigo conmigo desde niño. Recuerdo que, en la escuela, la enseñanza primaria específicamente, en particular el quinto grado, mis mejores notas eran en español —a los número siempre les he tenido antipatía, excepto a los números de la Lotto, pero estos al parecer sí me tienen fobia. Disfrutaba hacer composiciones que a veces mi profesara me decía que resultaban demasiadas largas, más de dos párrafos, que por lo general era la norma. Ya en sexto, a los once años, mi madre me regaló “Los conquistadores del fuego”, de J. H. Rosny. Leer era otra pasión, igual con sus momentos de pausa al no dedicarle el tiempo suficiente, pero tuve la suerte de crecer con un par de libreros enormes en la casa, con autores todos de lujo, universales, de asiento de palco, que nómbratelos representa un lista inmensa, y siempre acababa yo atrapado por alguno, ya fuese por mi voluntad o por sugerencia de mi abuela, que era una lectora empedernida. A esto súmale que en el aula existía la costumbre entre un grupo de alumnos que a la hora de almuerzo nos dedicábamos a leer. Aunque te confieso, yo no me entregaba con la fuerza y pasión de los otros muchachos, que sí se pasaban las dos horas del receso embobecidos con sus libros. Siempre estuve propenso a disociarme cuando de jugar y jeringar su poquito se trataba, lo que le costaba a mi madre ir a ver a la maestra más de las veces que ella y yo hubiésemos gustado. Ahora bien, aquella novela de Rosny me cautivó siguiéndole “El león de las Cavernas” y recuerdo que al terminarla me dije que alguna vez iría a escribir historias, y te reitero, “me dije”, porque igual jamás se lo comenté a nadie, por varios años fue mi mejor secreto. Sin embargo, después del entusiasmo que me provocara las aventuras de Naoh, Nam y Gau en busca del fuego, esa suerte de asignatura pendiente o fantasía dejé de tomármela en serio, otras prioridades más terrenas en mi adolescencia me atrapaban, aún sin olvidarme que lo de escribir no tenía dudas que me atraía muchísimo. Claro, existe un detalle importante, este un ejercicio que precisa de soledad, y a esa edad adoraba yo el bullicio, la compañía de los amigos del barrio, los de la escuela y, llegado el momento y qué momento, la compañía de la novia.

Pero por fin pasó, a la edad de treinta y seis años, un vicio que hasta hoy me persigue, eso sí, sin mucha disciplina, la que merece realmente. Coincidieron por esa época varios momentos que marcaron mi vida, y amigos que me impulsaron a hacerlo. En poesía, la confianza y saber de Jesús Candelario y Alberto Sicilia; en narrativa, la pasión, la manera de contar sus historias, y la admirable disciplina de Armando de Armas irónico, ¿no?, yo que te he dicho en más de una oportunidad que no lo soy lo suficiente. Y quien me dio el impulso final para llegar hasta acá en cuanto a las letras se refiere, impulso que le voy a agradecer siempre, la que fuese mi mujer en esa época, Helen Ochoa, asegurándome ella que, más que poder, debía intentarlo de manera seria y sin temor a críticas y traspié, que los habrá siempre. Y así, con una que otra piedra en el camino, digamos que más piedras de las que deseas o supones, con gente que me veía como un advenedizo, mucho más aquellos que “gozaban” de un nombre, conseguí publicar algunos poemas y uno que otro cuento en revistas impresas y digitales de Cienfuegos, y un buen día vino la noticia de que quedaba finalista en un importante concurso nacional de narrativa, cuentos cortos propiamente, donde recibí mención especial, y el cuento se publicó en una antología que hiciera Letras Cubanas y la Editorial Liminar, de Santi Spíritus, fue este el segundo cuento que publicase en Cuba, hubo uno anterior antologado en un volumen que hiciera Atilio Caballero, un cuaderno que trae por título “Como el aire en la orejas”, título tomado de un cuento de Juan Francisco Pulido, y lo más curioso, los dos cuentos salieron viviendo yo en Miami. Sin embargo, estando fuera de la Isla es que llegué a desarrollar una obra que por suerte ha sido publicada en buena parte, tal y como mencionas en la siguiente pregunta. 



GC: La mayor parte de tu obra escrita la has realizado fuera de Cuba. De alguna manera, ¿te ha dinamitado, como escritor, vivir fuera de tu país?

DF: Por supuesto, y la primera razón es la censura que aún persigue a muchos en la Isla, y que yo para ellos no era lo suficiente confiable. Mi “resumé” estaba muy lejos por aquel entonces de que me consideraran un escritor, y mi “proyección” política les preocupaba demasiado. Igual venia de un mundo diferente en apariencias para que los “consagrados” me diesen su visto bueno, y no contaba lo mismo con las relaciones adecuas para el gran salto, y de conseguirlas representaba una genuflexión que no estaba dispuesto a practicar. Estando acá todo se presentó diferente y tuve la suerte de que al llegar a Miami mi viejo amigo Armando de Armas me ubicara en la zona donde lograse yo conseguir un espacio, lo mismo en la literatura que en programas de televisión luego vinieron España y México, en antologías y revistas—. Siempre le voy a agradecer a Mandy que estuviese delante abriéndome puertas. Pero fue justamente en Miami donde comencé a publicar cosas que traje de Cuba, casi todas inéditas: poemas y cuentos, y otras, la mayoría, escritas acá, como crónicas, novela, reseñas… Entonces, retomando tu pregunta, vivir fuera de Cuba me dio la oportunidad de no solo continuar escribiendo, sino de hacerlo por primera vez con total libertad; publicar sin preocuparme que lo que fuese a contar tuviese connotaciones que pudiesen censurarse. La autonomía es fundamental para ejercer la escritura, a pesar de que todavía ves a algunos escritores que se “cuidan” y hasta se autocensuran, que es la peor de todas las formas de reprobación y crítica.

GC: Eres poeta y narrador. ¿Se complementa, o se excluyen esas manifestaciones en la elección expresiva?

DF: Digamos que cada una, en mi caso, en apariencia cuentan con su motor impulsor propio, lo que ofrece la imagen de una supuesta exclusión al instante de elegir, pero en realidad pasa sin mucha diferencia para cada forma. La narrativa, al momento de crear, en un principio es menos visceral que la poesía, aunque no por eso le concedo menos pasión y termina cargando su “toque poético”, porque si bien prosa y verso se apartan en ocasiones, no llegan a establecer una ruptura evidente porque la prosa (la historia), carga también con esa proporción que nace de los sentimientos. Es acaso “el yo poético”, ese que me asiste y más que desplazar al narrador, lo disfraza. Ahora bien, reconozco que el poema en sí es otra manera o lenguaje al segundo de manifestarse, entre otras razones porque se me antoja como si alguien, alguna “entidad”, me dictase versos, una especie de posesión, aunque ese poema cuente una historia; soy de los que piensa que la poesía puede narrar al amparo de su lenguaje; sin embargo, esa poesía tiene que ver más con mi estado de ánimo. Ahora bien, tengo textos en narrativa que han sido desarrollado a partir de una idea que tuve para poemas, y poemas con los que ha sucedido algo similar desde la otra perspectiva: la inspiración me ha tocado a través de la prosa. Luego entonces, como soy yo el que las escribe, las manifestaciones expresivas a las que haces referencia, más que fragmentarse se complementan. Tengo un poema, por solo citarte un ejemplo, publicado en “Noticia en desarrollo” (ediciones Exodus), que en un inicio fue una crónica que escribí luego de una viaje a New Orleans.

GC: ¿Cómo se entrelazan ficción y realidad en tus novelas?

DF: Mis novelas, tengo dos escritas, una ya publicada 324 Mendoza, y otra terminada que vengo revisando por mucho tiempo Cueros contemporáneos. El caso es, esta última toca un tema muy recurrente en la literatura cubana después de 1959: la dictadura, sus muertos, sus miserias, su drama, el exilio, el desgarramiento de dejar atrás a los afectos, los amores, la gente que quieres, que al final es eso a lo que se reduce la percepción de Patria.

Mucho se ha escrito sobre ese tema, muy bueno y muy malo, lo que lo convierte en uno demasiado recurrente, y eso es justamente lo que me hace dudar, y mucho, y hasta hoy no sale. Por supuesto, no puedo dejar de mencionar a mi editora Yovana Martínez CAAW Ediciones, con quien publiqué 324 Mendoza, que en ese sentido me ha ayudado enormemente al momento de revisar y cambiar, incluso desechar; hablo de un libro con más de 400 páginas. Pero respondiendo a tu pregunta, la ficción y la realidad, más que entrelazarse, para mí se funden, son una sola. Quien escribe y no va a buscar en su vida, revisar su existencia como una suerte de archivo, a mi modo de ver no resulta honesto, y es precisamente la honestidad la que le da el color definitivo a una historia. La ficción llega como un bordado, sea enjundiosa o ligera, es una suerte de envoltura que has de ir rompiendo para descubrir la verdad que pretende contar el autor. En fin, como lo veo, la realidad viene a ser la masa del pastel, la ficción el merengue que lo envuelve. Y se sabe, lo que se disfruta en el pastel es lo que trae dentro.



GC: Si tuvieras que recomendar solo uno de tus libros, ¿con qué argumentos lo elegirías?

DF: Pues lo haría con la misma recomendación para todos: soy yo en la mayoría del textos, o los versos, y en cada una de sus palabras está mi verdad, mi vida. Si te interesa, claro está, le diría al lector, abre el libro.

GC: ¿Escribir para vivir o vivir para escribir?

DF: Vivir, y si escribir forma parte de tu vida, entonces escribe lo que vives con la credibilidad como estandarte, que ya te dije, se reduce a tu honestidad y a tu vida, no importa que sea invención. Te lo mencioné antes en la pregunta que me haces sobre la ficción y mis novelas, la primera herramienta es vivir, después narrar o hacer versos con la desvergüenza de contarle a la gente que no te conoce. Disfrutar de ese ejercicio impúdico de mostrase uno, aun envuelto en la fábula más inflamada, entiéndase un merengue más espeso para el pastel, que siempre lo habrá y digamos que la ficción da su toque especial; que, parafraseando a Armando de Armas, escribir no es una pose, se trata de un acto de fe, de ser uno lo que es, y hasta lo que no. Y digo yo, todo acto precisa de entrega, y porque vivir, insisto, es la columna vertebral de ese trance y eso presupone otorgar, todo se reduce a un desembolso provechoso que conlleva a ser honesto. No dudo que Julio Verne haya ido a la luna, o viajado 20000 leguas en la profundidad del mar; que Kafka fue testigo de una metamorfosis real; que Poe hablase con los cuervos; que Saint-Exupéry se hubiese tropezado con aquel chiquillo que se decía Príncipe. En fin, aun contando historias fantásticas, tu verdad debe estar siempre presente y con ella lo vivido, que es lo que corrobora finalmente. Si, mi estimado Cartaya, vivir y observar, estar pendiente a todo lo que nos ofrece ese lapso que llamamos existencia.

Gracias miles…


Fotos tomadas del PDF. Seminario "La Gaceta". Gabriel Cartaya

domingo, 21 de septiembre de 2025

Las artes de hacer luminiscencia, de Ana Margarita Mirelis


Presentación de "Las artes de hacer luminiscencia", cuaderno de poemas de Ana Margarita Mirelis, publicado por Editorial Velámenes.

Ana y la luz de su creencia
por Denis Fortun
Estoy acá, no para contarles quién es Ana Margarita Mireles, sino para conversar sobre sus versos, hablar de la "dama imagen"; justo eso, pienso que te llevará mejor a conocerla. Y sí, podría comenzar desde lo más simple: Ana ha escrito un libro magnifico que recomiendo. Sin embargo, todos los que hemos leído “Las artes de hacer luminiscencia” (Editorial Velámenes) sabemos que merece más. Por ejemplo, imagínate una noche de agosto, bien oscura, en la Isla de Holbox, y descubrir en sus playas el brillo azulado de sus aguas, incluso en medio de su arena, y asumir que se trata del centelleo de un poema y no de algas.

Que sus ojos son lagos. Lo he sentido
Que este cuerpo es madera. Lo he callado

Al abrir el cuaderno de Ana, la luz llega en estos dos versos, los primeros, y no queda otra que continuar atrapado en esa suerte de sortilegio que formula el deslumbre sugerente. Sin embargo, no es menos cierto que Ana corre el riesgo que, con este comienzo, el lector asuma que el resto “del cuerpo” le atrape tal y como le ha sucedido al inicio, y que esa luz anunciada en la portada como arte lo lleve a un lugar espléndido, por cuanto, no perdonaría frustrarse.
La buena noticia es que no saldrá defraudado. Acá la marcha, porque el símbolo que representa a la luminiscencia no es otra cosa que una extendida ruta, no se reduce a espasmos por momentos felices, ni a una reseña que describe luminarias cotidianas, menos el milagro que nos sacó de las penumbras. Ana no se propone seguir el viaje de una luciérnaga porque ese no es su itinerario; Ana no menciona peces ni al prodigioso astro, esa roca redonda, blanca, de siempre, que tanto le han cantado, que como un espejo enorme refleja al sol y refracta según se lo permitan las sombras. Aquí el verso de Ana es más que verso, aquí es cuerpo que vocea la luz con sus palabras sin gestionar cambios a su destemplanza; acá es un resplandor que genera preguntas, y no es fuego, ni siquiera una antorcha perseguida por esos que padecen miedo y pretenden respuestas. La luminosidad es superior al elemento que arde, porque no quema, sino que seduce, y está provocada por esa incitación, y hasta soborno, que acontece por la voz cálida de Ana. Y su centelleo se vuelve referencia, es su apreciación de lo bello en lo habitual, y toda esa experiencia se somete a un acto de fe dispuesta a hincarse ante la expresión ecuménica que promete la forma más elevada del lenguaje: poesía y con ella su garbo.
Ana ha concebido un libro hilvanado por una lírica en ocasiones alucinada, por momentos lúdica, y no solo con cadencia, sino hasta con historias; Ana puede representar fábulas y dibujar el hechizo que cubre su entorno, recrearse con su drama, y nosotros continuar inmersos en el poema. Ana traduce su leyenda, pacta con las pisadas que por sus pies se marcan, y concilia los sucesos de su mundo, detalle que refrenda una alianza entre su vida y el verso.
Ana no teme incluso recordar las insolencias, mostrarlas con gracia, y mejor aún, nosotros no advertir su semblante. Como si una esmeralda mudara su color de verde a argento, mientras nos habla. ¿Acaso Ana es turbadamente clara? ¿Es su luz la de la virgen de los versos?

Cuidado con la sombra que echas sobre el muro
evoca cada punto sin seña en otros mapas
inventa girasoles y péinate, mujer, con los dientes del tigre
No hay fiera como tú, tan bellamente mansa
Según cómo mires al tigre
es negro, naranja o transparente
Pero si lo ves realmente, yo no sé

Ana ha escrito un libro que se deja ver si eres capaz de escuchar con tus ojos, que sus versos no se reducen al eco común de las cuevas, de lo contrario quedaría el amago en apariencia, tu como lector pierdes, y ella no se entera. Ana ha escrito un libro que mucho menos te consulta, que lanza una señal a través de la figura que representa Eros, que intercede y legitima al enigma, al deseo, ese misterio que carga lo diverso y que la existencia invita, que se manifiesta por la influencia que seduce al impulso, la atracción que acorde a la ética honesta, platónica, convierte al hombre simple, en este caso a la mujer imagen, en poeta.
Este es también un libro de búsquedas y de revelación, que todo viaje lleva indagaciones y testimonios, y semejante es un libro que se lee según el modo en que mires tú al tigre, tal vez martillándote la duda de si lo ves realmente. Sin embargo, de hacerlo, si consigues advertir a la fiera, atrapar la certeza de sus rayas, sean negras, naranja o transparente, habrás ido más allá de los huesos de la bestia y sabrás cómo te ves tú en medio de ese mundo que te comparte Ana, al que ella te provoca tú descubras, y que yo también te incito. Ana, la mujer como sibila antigua, está al tanto de los elementos y se plantea domarlos. Ana sabe cómo cocinar la pócima. Ana conoce bien el arte de forjar luminiscencias. Y es que su hacer no es únicamente oficio, es su credo, que lleva inscrito en su alma…

Miami, pasó el 9/18/25. El Andaluz Café.

domingo, 20 de julio de 2025

Armando De Armas. El olvido ¿involuntario?

 


Hoy estuve en la primera sesión del 2do Encuentro Internacional con el Libro Cubano Exiliado. Su público numeroso da fe de la fuerza que proporciona la convocatoria y el interés de muchos por el libro criollo proscrito y, además, con la presencia de personalidades de respeto e historia probada del presidio político cubano en el exilio; con varios escritores, no muchos con una obra importante, y el resto rostros amigos del gremio que por lo general los ves únicamente en eventos como este, pavoneándose, donde invita la literatura y en particular la literatura del cubano de afuera. Ese que no cuenta con el beneplácito de los de “adentro” y, menos con el favor de los “publicadores” de aquí, en su mayoría consortes de los de allá, que te rechazan si eres un escritor problemático. Entiéndase un sujeto con criterio independiente y ajeno de la manada que se esfuerza en comulgar, amén de la genuflexión que simboliza. Por cierto, editar es otra historia, un oficio de pocos que, por lo general, no usan la inteligencia artificial como herramienta. Basta la de sus cerebros.

Hasta aquí, incidental aparte, todo más o menos bien, lo usual en este tipo de convocatorias, que igual no me propongo discernir. Sin embargo, el caso que me llama la atención, el Pen Club de Escritores Cubanos en el Exilio es uno de los principales organizadores del encuentro que concluye mañana domingo, una organización que desde mi llegada a Miami en el 2004 he tenido la satisfacción que, en varias ocasiones, he participado con ellos en lecturas, la mayoría coordinadas por los que en esa época fueran la directiva del Pen: me refiero a Ángel Cuadras, Luis de La Paz, Rodolfo Martínez Sotomayor y, no por último menos importante, Armando de Armas, quien en esa época se desempeñaba como uno de los vicepresidentes y fundadores; incluso, más recientemente, fui invitado al Pen a pedido del Partido Republicano de Cuba por voz de su presidente Ibrahim Bosch, y presenté el cuaderno de poesía “Voz Cautiva”, de la poeta y presa política María Cristina Garrido; y más recién, tuve a bien de participar en el maratón poético que se coordinara luego de que Zoé Valdés visitara Miami, donde estuvieron varios poetas locales, y hasta algunos que vinieron desde lejos para no perder la oportunidad que ofrecía el evento, y en especial la presencia de Zoé.

Si hago este panegírico que suena más a curriculum vitae que otra cosa, y que no le importa a nadie, es porque conozco al Pen desde hace más de veinte años y hasta hoy he dado fe de su seriedad y respeto por la obra de muchos escritores en el exilio, y que lo mismo como organización ha servido de tribuna para mostrar las atrocidades a que nos tiene acostumbrado la dictadura castrista, que no por habituales se dejan de denunciar. Lo que quiere decir, si algo no le falta al Pen, es coraje y, sobre todo, memoria. Luego entonces, ¿cómo pudo suceder un “olvido” de tal magnitud?

Una de las ideas que tuvo el Pen Club en este encuentro del libro exiliado, hasta donde sé, fue la de rendirle homenaje a figuras que ya no están con nosotros. Ellos son: Vals, Clark, Cuadras, Montaner y Salvat. Excelente, un empeño merecido sin dudas. Se trata de personalidades que, si bien puedo coincidir o no con algunos en cuanto a sus proyecciones políticas, sin excepción todos tiene asiento de palco en la historia del exilio cubano. Figuras que al entrar al salón donde se desarrolla el encuentro, encima de una enorme mesa, puedes ver sus fotos. Sin embargo, ¿no le parece al Pen que hubo un gran ignorado al momento de pensar y concebir estos apropiados respetos? Y digo ignorado, porque olvidarse no creo que suceda, la obra de Armando de Armas, su coraje y prestigio como exiliado y anticastrista, le precede y le trasciende.

El caso es que hice mis indagaciones con dos miembros de autoridad en el Pen y por respuesta recibí un “no sé qué pasó” que, por supuesto, no me convence. ¿Bajas pasiones? ¿Antipatía personal? ¿Incomodidad porque Armando a medida que se iba acercado su ida fue radicalizándose, diciendo las cosas con “la boca de comer”, y eso a muchos no les gusta o, peor, les asusta? Es increíble, y hasta imperdonable, que el Pen Club de Escritores Cubanos en el Exilio haya desconocido a una figura importante no solo en la literatura cubana desde afuera (que te guste o no como escribía no demerita su valor como narrador y ensayista, como pensador, y cuenta lo mismo con un asiento de palco en la historia de la literatura contemporánea criolla, sin importar bordes ni ninguneos). Armando no fue solo escritor, sino que jamás publicó en Cuba, por convicción y porque el aparato represivo y de inteligencia no lo permitía; de hecho, se de primera mano de un narrador cubano hoy radicado fuera de Cuba, con una obra importante, un buen hacedor de palabras con una que otra zona oscura, del que no guardo con él ningún tipo de complicidad y, mucho menos, amistad, de Cienfuegos para más señas, que en los noventa fue a publicar un plaquette (comenzaba el periodo especial y el papel hasta para ir al baño escaseaba ya), y el cuaderno de cuentos estaba dedicado a Armando, lo que lo puso en una posición incómoda porque la editorial revolucionaria le dijo al autor que si pretendía publicarlo habría de borrar el nombre de su “dedicado”. Años más tarde, al publicar Armando “Mala Jugada”, producido por el Ex Club, Armando le dedicó este magnífico libro de cuentos a este autor que se apresuró a borrarlo de la dedicatoria, lo que no es reprochable, así decía Armando, tratándose de un lugar como Cuba.

Hablo de un hombre que conozco desde muy jóvenes los dos, que lo vi padecer presidio por sus ideas, que supe que conspiraba contra el régimen apoyando al Partido Pro Derechos Humanos en Cienfuegos, que por esa época su presidente era Justo Gabriel Quintana, alguien que conocí muy bien y sé de la confianza que le tenía a Armando. Hablo de un escritor que sacó de Cuba una buena parte de su obra en medio de una escapada asombrosa, con Guarda fronteras disparando, con el agua hasta el cuello, y acá en Miami hay personas que pueden dar fe de ello. Hablo de alguien que poco faltó para ahogarse, en el yate “Democracia”, frente a las costas cubanas, cuando la lancha estuvo a punto de naufragar. Hablo del amigo corajudo y siempre dispuesto a ayudar a los demás, y yo puedo dar fe de ello. Hablo, carajo, de un intelectual que por mucho que quisieron silenciarlo allá, y luego aquí, jamás se rindió. Hablo de quien tiene la estatura moral suficiente para ser reconocido junto a los otros intelectuales de reverencia merecida. Por cuanto, le pregunto a la dirección del Pen Club, ¿cuál, o cuáles (que a lo mejor son varias y no me entero) fueron las razones que, aparentemente nadie sabe, para olvidar burdamente, ignorar, a la figura de un fundador de esa organización que sé yo de primera mano hubo una época que, junto a Cuadras, De la Paz, Rodolfo, y otros más, entregó alma y corazón para que ese proyecto, el único en el exilio reconocido internacionalmente, saliese adelante?

Señor Daniel Pedreira, y por extensión demás directivos del Pen, les corresponde responder a tan grande barrabasada al no dedicarle unos escasos minutos a la figura de un hombre con probada trayectoria anticomunista y literaria, como lo fue Armando De Armas, y peor, que su foto no esté en la mesa donde merece un espacio en medio del resto de los intelectuales homenajeados. Muchos de los que hoy forman parte de la organización que usted preside, señor Daniel, algunos amigos cercanos a Armando y no muy contentos con su gestión, por si usted no lo sabe, pueden hablarle de quién fue Armando y de su legado. Y no me digan que se trata de una jodedera mía porque al amigo de antaño no le dieron el espacio que yo pienso le corresponde. No jodan, coño. Hagan su trabajo con dignidad y dejen a un lado los bajos ardores

 



domingo, 13 de octubre de 2024

Armando de Armas, indagación...


Año 2005, en el Koubek Center, una presentación coordinada por el Pen Club


Año 2008, agosto 27 más exactamente, se publicaba en la página de un blog de Cubaencuentro una entrevista que le hiciera a Armando de Armas; de hecho, fue la primera de otras dos que hoy lamentablemente no he podido recuperar, entre otras razones porque terminaron censurándolas en las redes. Al momento de irse Mandy, muchos de aquellos que en una época juraban ser sus “amigos incondicionales”, acabaron dándole la espalada por temor a su posición vertical en contra del comunismo, la izquierda, el wokismo, y toda esa morralla que hoy buena parte del mundo en su delirio comparte a gusto, y otros que no, pues se callan por temor a aparecer como “incorrectos”. Muy pocos cuentan con el coraje suficiente por decir las cosas por su nombre, enfrentarse, reconocer incluso que se han equivocado, evolucionar su pensamiento, revalorizar los hechos que una vez interpretó de una manera, sucesos con los que luego no comulgaba por esa evolución que menciono; cambios en la vida de un hombre al amparo de un acto que presupone respetarse así mismo, respetar qué se piensa, y ser coherente con el segundo en que se vive.


Revisando hoy la entrevista, que inexplicablemente aún no la han borrado, aplicándole el famoso código 404, leo la introducción que le hicieran: asegura Fortún haber advertido en la blogosfera que el autor de “Mitos del antiexilio” se ha vuelto un personaje controvertido y ha despertado todo tipo de criterios, lo mismo favorables que en contra, lo que a su vez ha provocado un movimiento inusitado en aquellos espacios en los que aparecen sus trabajos, lo que pudiera traducirse en un alto porcentaje de clics. Lo que no dicen es que, amén de ser uno de los primeros en advertir los cambios que se avecinaban, casi de manera profética, tuvo la osadía de hablarlo tal y como merecen asuntos como esos: con honestidad, con absoluto apego a su creencia, sabiendo el precio que podría pagar, y que pagó.


Por último, fue esta una entrevista que disfruté, lo conocía bien, desde muy joven, cosa que Emilio Ichikawa me decía que representaba una ventaja injusta con el resto de sus amigos escritores, y nos reímos los dos más de una vez por las respuestas suyas. Tiempo después, trabajando él en Radio y TV Martí, me dio un pequeño cuestionario para publicarse en la sección que tenia en la Web de dicho proyecto dizque anticastrista. La idea fue como una suerte de revancha, algo así como, si tú me preguntas, ahora me toca a mí preguntarte. Sin embargo, esa entrevista que me hiciera acabó en la papelera o trash de la emisora.

Sirva esta suerte de indagación por Mandy como homenaje al amigo, y vaya mi abrazo fuerte.

Miami, octubre del 2024

 

Una entrevista con Armando de Armas

Denis Fortun: ¿Cómo es que alguien nacido en un contexto puramente campesino, y sin referentes en cuanto al arte en general, se decide a estudiar una carrera de letras y finalmente se convierte en escritor?

 

Armando de Armas: La verdad es que no decidí nada. Ese ambiente está entre los dos elementos fundamentales para hacerme escritor. Una localidad atemporal en las cercanías de la ciudad de Santa Clara, en la que los duelos a machete, los incestos y los amoríos, se cantaban en décimas; además de la épica del bandolerismo perteneciente a un pasado no muy lejano. Crecí oyendo historias de aparecidos y tesoros escondidos contadas a la luz de una lámpara chismosa. Historias a las que se daba tanta credibilidad como a las otras pertenecientes a una realidad dura y escabrosa.

Había en casa una escopeta de 16 milímetros con dos cañones, perteneció a uno de mis antepasados desde la Guerra de Independencia. Mi abuelo había estado en la guerra y en ella perdió ocho hermanos. Había también un machete paraguayo que era el arma blanca predilecta de los insurrectos. La gente cree que el machete de las cargas es el mismo machete con que se chapea un patio. Nada de eso, es un arma formidable, ya le faltaba un pedazo por el uso y el abuso, y era de mi tamaño yo con trece años, y ni pensar que pudiera levantarlo, con una cruz plateada en la empuñadura pesaba una enormidad. Eso explica que esa arma se llevara las enemigas cabezas de un tajo y que, en la primera carga al machete, la de Máximo Gómez, quedasen en el campo las carabinas españolas con el cañón trozado limpiamente de un machetazo.

Conocí a otro veterano de la independencia, que hizo la invasión a las órdenes de Gómez con el grado de sargento. Él me curó el asma, un infierno el asma, la medicina no pudo y aquel hombre, blanco y de ojos azules, que se había iniciado en Palo Monte con los congos insurrectos, me curó. En mi casa no había libros, es más, leer era una actividad sospechosa.

Mi abuela materna había sobrevivido la reconcentración de Weyler e integrado más tarde las células de acción y sabotaje del ABC contra el general Gerardo Machado (esto te lo digo sin orgullo alguno, pues lo cierto es que el desbarajuste sin solución para los problemas nacionales se inicia, precisamente, con la revolución del 33 y la caída de Machado, para incrementarse luego durante los llamados “gobiernos auténticos” y desencadenar la catástrofe del infinito descenso con la toma del poder en 1952 por el general Fulgencio Batista y su posterior fuga en 1959, dando lugar así a la tiranía de los Castro). De ella escuché las historias de Genoveva de Brabante, Tirante el Blanco, Amadís de Gaula y el Cid Campeador, que para ella eran todas verídicas. Es curioso, ya hombre observé a dos presidiarios que, retándose a muerte, escupían parrafadas enteras de La Ilíada de Homero, uno en el papel de Aquiles y el otro en el de Agamenón, ambos analfabetos totales.

Es como si yo, en plena mitad del siglo XX, tuviera el privilegio excepcional de experimentar lo que sería el origen mismo de la literatura, su oralidad. Ver que la vida no sólo influía en la literatura, sino que la literatura de insospechadas maneras influía también en la vida, y más extraño aún, el privilegio de ver cómo lo hacía en las vidas de los seres más elementales y alejados del intelecto, mucho más inclusive que en la vida de la gente que se tiene por culta, puesto que para ellos la literatura era una realidad histórica, no ficción. También, muy niño, fui testigo de la rebelión campesina contra el comunismo que aceleradamente implantaba Castro. Tráfago de hombres y de armas durante las madrugadas en la cocina de mi casa, incendio de cañaverales en la noche, disparos, rumores, represión… Luego estaba la soledad, perderme durante días en el monte sin que nadie supiera de mí, en largos soliloquios, armado de un arco y unas flechas que fabricaba del gajo de un árbol de güama y varillas de güin con una puntilla de acero insertada en la punta, un tirapiedras, un cuchillo y, cuando pude, con una escopeta de aire comprimido.

Creo que todo eso que te cuento me llevó primero a la reflexión, y mucho más tarde a la escritura. Agrégale que era muy malo para el deporte, aparte que no tenía oportunidad alguna de practicarlo, y era y sigo siendo extremadamente vago para el trabajo físico. Viéndolo desde la distancia creo que no tenía otra alternativa que el nefando vicio de la escritura. Esto que te he dicho no quiere decir que añore ese mundo en ningún sentido, y de hecho en cuanto pude, aún niño, escapé de ese lugar para nunca más volver. Mi obra no tiene nada que ver con la novelística de lo bucólico pastoril, sino con la novelística urbana. Más que nada ancla sus raíces entrelazando los géneros de la caballería y la picaresca.

 

DF: De joven en Cuba te movías en un submundo peligroso, donde quebrar la ley era cosa de todos los días. ¿Esta marginalidad te ha servido a la hora de contar tus historias?


AA: No me gusta hablar mucho de ese pasado, no porque reniegue de lo que viví, Dios me libre, sino porque, como muy bien ha observado el ensayista Emilio Ichikawa, parecería ahora que todos los cubanos provienen de ambientes marginales, moda marginal, y ya no se alardea de ser de El Vedado sino del Fanguito, de ser graduado de una universidad sino del presidio, de ser católico sino mayombero. Los intelectuales, poetas y pintores, y hasta los académicos, arriban de la isla escupiendo por el colmillo el asere y el monina y el ecobio y otros términos más iniciáticos aún. Y no tienen ni la más puta idea de lo que quieren decir, simbólicamente me refiero, aunque a veces ni siquiera literalmente. “Generación asere” creo que le llaman a eso, y lo más cómico del asunto es que la mayoría de ellos, la verdad, se gasta una cara de monaguillo o bitongo o cogegalleta o vaya usted a saber qué. Gente que si le suenas un siquitraque al lado está corriendo hasta que se acuerde, y que en una celda haría las delicias de las auténticas y viciosas ratas de presidio.

Pero, volviendo a tu pregunta, sí, ese ambiente peligroso es el segundo elemento fundamental para que me haya convertido en escritor, junto a todo lo demás que te cuento en la anterior respuesta y, como en el caso del primer elemento, no siento nostalgia alguna por el mismo. Ambos sencillamente constituyen el sedimento, la oscura materia prima con la que elaboro mi obra, un material ciertamente escabroso, sucio y mal oliente en muchos casos, como salido de las alcantarillas de esos sueños de los cuales uno despierta un tanto avergonzado, de la índole de la sustancia que le habita allá en lo más íntimo, pero eso fue lo que me tocó, lo que me otorgaron. Uno no escoge un material. Uno tiene un material y luego trabaja, trata de hacer lo mejor con lo que tiene.

 

DF: Sé de una amiga que una vez le dijo a otra: "A Mandy se le puede decir cualquier cosa, hacer con él lo que sea, porque sabe bien cómo guardar un secreto, es un hombre, una tumba. Ahora, el problema es cuando escribe. No le den una cuartilla, que enseguida convierte todo lo que sabe en un cuento. ¿Hay algo de cierto en eso?

 

AA: Te refieres a mi buena amiga Vicky Ruiz de Zárate. Bueno, ella es una mujer inteligente y atrevida, sus razones tendría… Pero, sí, un escritor puede ser un caballero en sus transacciones diarias y frente a la cuartilla en blanco transmutarse en un chismoso de altura. Claro, para guardar la honrilla ha de cambiar nombres, situaciones, ambientes. Así y todo, un grupo de los más patibularios personajes de mi libro Mala jugada me citaron un día a un hotel de Miami Beach para celebrarme juicio. Uno de ellos, particularmente enojado, alegaba que yo falseaba las historias, que él no había matado a su enemigo porque lo hubiese perdonado o porque hubiese envejecido, o se hubiese reblandecido, como yo contaba en el relato, sino que, simplemente, no lo había matado porque no había tenido oportunidad o no se lo había topado en el camino.

 

DF: ¿Y cómo resolviste un asunto tan espinoso? ¿Y cómo además no aprendiste la lección y sigues escribiendo sobre lo cotidiano y lo que les sucede a gentes que te rodean y lo que menos quieren es que se sepan sus historias, aun cuando cambias sus nombres?


AA: Les dije a los muchachos que en vez de enjuiciarme debían homenajearme, pues gracias a mí, y con un poco de suerte, ellos seguirían viviendo en mis libros después de muertos. Vaya, que les ofrecí la inmortalidad a cambio de la no manifestación de mi inmediata mortalidad. Terminamos ese día bebiendo Heineken en cantidades industriales, riendo, llorando, recordando la época en que éramos tan jóvenes y tan locos y nada nos importaba, y la muerte era una cosa lejana que podía sucederle a otros y no a nosotros.

Todo el que me rodea ha de saber que corre ese riesgo, padezco el vicio del escriba, vicio que para colmo he elevado a categoría de virtud y por el que he pagado el precio de la persecución primero y del ostracismo después. Creo por otro lado que un personaje literario no es más que eso, un personaje literario, por mucho que se parezca a un personaje de la vida real.

 

DF: Tu último libro publicado, Carga de la caballería, tiene un cuento que narra la historia de un personaje que se conecta con el mundo de los muertos, y con el pasado. ¿Estas narraciones son pura ficción o es verdad que has tenido experiencias extra-sensoriales?

 

AA: Sí, he tenido ese tipo de experiencias. Cuando alguna vez me he definido como un escritor realista es en el sentido de que, para mí, acorde con lo vivido, la realidad es tanto la realidad per se como las aberturas, grietas, hendijas y fisuras por donde asoma esa, digamos, realidad rara, de un orden otro, mundo de lo inasible que no por inasible deja de mostrarse y determinar con unas, para la mayoría, insospechadas fuerzas. Definir eso, explicarlo, entra ya en el terreno de la charlatanería. Ahora, estar incapacitado para explicar un fenómeno dado no me libera del deber de dejar constancia del mismo, de ser notario de sus manifestaciones. Hablo, en definitiva, de la experiencia, cualquiera que sea su índole.

 

DF: En un reciente trabajo tuyo publicado en varios espacios de la Red sobre Obama, hablas de la religión yoruba. Lo que para muchos delata a un practicante, por el conocimiento de la religión afro que manifiestas. ¿Es Armando de Armas uno de los tantos cubanos que dicen ser sincréticos y creen en Dios y Obbatalá?

 

AA: Mira, yo me considero un entusiasta del estudio de las religiones comparadas. Me fascina la similitud de los símbolos fundacionales en el dogma de las grandes religiones monoteístas y politeístas, y aun la similitud de estos con los de las pequeñas religiones de pueblos perdidos en la inmensidad de la historia y la geografía. Se trata de la equivalencia del arquetipo de la divinidad manifestándose en el tiempo y las distancias. La equivalencia, ciertamente arriesga, pero equivalencia al fin, del hueso de un santo en el anillo de un obispo católico con la kiyumba, cráneo, de un muerto capataz de caldero en la ganga de un tata palero.

Luego, faltaría a la sinceridad si no te hablo de mi personal y complicada historia religiosa, de mi experiencia, que es lo que al final cuenta. Bautizado católico, en un hogar con esa laxitud propia de la religiosidad existente en la mayoría de los hogares cubanos. No obstante, la mayoría de mis numerosos tíos, y mis abuelos por parte de madre, se habían convertido a la tremebunda secta de los Testigos de Jehová y pasado por las cárceles castristas por motivo de ese culto. Mi tío Alberto García protagonizó un sonado caso por propaganda enemiga debido a un mimeógrafo que le ocuparon junto a literatura de la secta, revistas Atalaya y otros panfletos, y aparecía en la muy pendeja prensa de la isla en fotos tomadas al lado del aparato, desde unos ángulos que le otorgaban el aspecto de un asesino en serie o un salteador de camino. Un hombre que era una especie de santo de lo bueno o lo bobo que era, y sigue siendo.

Con siete u ocho años integré las pertinaces huestes de los Testigos de Jehová, pero enseguida me expulsaron por motivo de que andaba enredado en peleas constantes y no ponía la otra mejilla. Esta sería la primera expulsión de una serie de numerosas expulsiones a lo largo de mi vida, premonitoria la cosa. Entonces, a medida que fui creciendo y envolviéndome en ambientes disolutos, ambientes de romper y rasgar, me alejé de toda religiosidad y dejé de tener, de percibir las experiencias pneumáticas de la niñez.

Después, una noche, atrapado en una redada y con todas las posibilidades en mi contra -es decir, de que me dejaran a la sombra por años-, fervorosa oración y promesa de por medio, ocurrió una suerte de milagro en que los papeles se trastocaron, los testigos se confundieron, el fiscal tartamudeó y los guardias se ablandaron, y nuevamente me vi en la calle, limpio de polvo y paja.

Fue ahí que empecé a regresar a los orígenes, a religarme, que es lo que significaría el vocablo religión, que viene del latín religare, volver a ligarse con la deidad o las deidades. Pero lo hice por el camino iniciático, en las logias masónicas y teosóficas y del cristianismo esotérico. Me conectaba en definitiva con la gran corriente del gnosticismo occidental, la de Valentin, Marcion, Bardesanes, Isidoro, el hijo de Basílides, y Carpócrates, pasando por Juan El Bautista, y terminando con Johann Wolfgang von Goethe, Herman Hesse y Carl Gustav Jung, por mencionar sólo algunos de los que en la historia han tomado la vía del conocimiento, de la experimentación, para relacionarse con el difuso mundo de lo divino, que es lo que más o menos viene a ser el gnosticismo, el pulir la obra de los alquimistas, el manos frescas para trabajar la de los yoruba.

Con Jung aprendí que dentro de la gran tradición cristiana y politeísta occidental uno debe trabajar espiritualmente, o psicológicamente si quieres un término moderno al uso, desde su contexto cultural más inmediato y telúrico. Que los dioses y demonios son o pudieran ser muy locales y domésticos y que, por ejemplo, un alemán, que cuenta con el acervo del dios Wotan y los poderosos espíritus de la Selva Negra, más lo cristiano, convertido al islamismo puede resultar además de absolutamente ridículo, absolutamente ineficaz y hasta perjudicial. Que un cubano, que cuenta con el acervo del dios Obbatala y los poderosos espíritus del Monte, más lo cristiano, convertido al budismo y la contemplación puede resultar además de absolutamente ridículo, absolutamente ineficaz y hasta perjudicial.

Un hipotético cubano budista pudiera decirle a otro paisano: ¡Oye, asere, te salvaste que lo mío es contemplación y nirvana y eso, que yo si no estoy en ninguna sonsera de esas de la guapería, si no te iba a reventar la cara dura esa a ver si aprendes a buscar la iluminación!

 

DF: Algunos de tus detractores te acusan de ser un extremista de derecha, un encantador de serpientes… hasta aseguran que los hay temerosos de contradecirte en tus posturas políticas y que, además, eres una mala influencia que transpira sólo radicalismo. ¿Acaso estoy delante de una especie de fundamentalista del neocon?


AA: Desconocía que yo provocara tan fuertes reacciones. Mira, no soy extremista de derecha ni de nada, lo que pasa es que nuestros moderados son como el ejemplo del budista cubano con que termino la otra respuesta, y no están dispuestos a abrirse a los puntos de vista que desmonten las bobadas en las que ingenua o interesadamente creen.

Pero, vamos a ver, si ser de extrema derecha es defender la libertad del individuo, la propiedad privada, el libre comercio como primer elemento civilizador en la historia de la humanidad, y sobre todo no estar peleado con el ser, con el orden natural de las cosas, apostar por los valores tradicionales de Occidente y además creer que todo eso debe defenderse con las armas si preciso fuera; que la guerra a veces es un mal necesario, que Estados Unidos es en el tiempo presente la cabeza de lo que conocemos por Occidente y que, por otro lado, encarna como ninguna otra nación en el mundo la democracia, la libertad y el progreso; que el Estado de Israel es un enclave occidental allá en el Oriente Medio que debe ser defendido a como dé lugar… si eso es ser de extrema derecha, bueno, pues lo siento, soy entonces de extrema derecha, fundamentalista neocon y todo lo que quieras.

 

DF: Mitos del antiexilio ha dado mucho que hablar y algunos que se denominan tanques pensantes no entienden todavía cómo un sujeto como tú, a quien para nada respalda una impronta de pensador, venga a aparecerse con un análisis tan novedoso y concluyente en cuanto al exilio cubano y sus posturas ideológicas. Dime lo que piensas en cuanto a esto.

 

AA: Lo cierto es que no me considero un pensador, no sé siquiera qué cosa es un pensador, los hombres somos presuntuosos al pretender que pensamos algo. Más bien tiendo a creer que algo o alguien nos piensa, o a lo sumo que los más lúcidos de la especie captan unos pensamientos, unas ideas inmanentes que pueden ir en contra o a favor del Espíritu de la Época. En mi caso las ideas y pensamientos de los que me he apropiado van contra el Espíritu de la Época, pero quizá ocurra en un tiempo bisagra en que el Espíritu de la Época pudiera estar cambiando. Esto último explicaría el relativo éxito de un libro como Mitos del antiexilio, un texto que años atrás hubiera estado condenado al ostracismo (quiero decir al ninguneo al que son tan dados nuestros progres y sociatas, representantes, claro, del espíritu epocal, ese que pareciera que, al fin, se va haciendo otoñal).

 

DF: De todos es conocida tu amistad con el congresista Lincoln Díaz-Balart. ¿Tienes aspiraciones políticas en una Cuba poscastrista? ¿alcalde por Cienfuegos? ¿senador por Las Villas?

 

AA: Mi amistad con Lincoln Díaz-Balart está sustentada en la afinidad de ideales respecto a Cuba y su libertad, y en que, por otro lado, es un hombre con una gran cultura y sentido del humor, alguien con quien puedes hablar de política y de los entresijos de la política, de historia, arte y literatura, alguien que de niño contó con un maestro excepcional, nada menos que el poeta Gastón Baquero. Digamos que, congresista aparte, Lincoln resulta más intelectual, y sobre todo más inteligente, que muchos de nuestros atildados intelectuales al uso.

En cuanto a mis aspiraciones políticas, la verdad es que no las tengo. La política sólo me interesa desde el punto de vista de la escritura política y, por supuesto, siempre estaré orgulloso de haber sido un opositor a la más feroz tiranía padecida en el hemisferio occidental. Pero ello, demás está decirlo, no me hace un político, sino alguien que tuvo y supo defender sus ideas políticas.

 

DF: La tabla fue tu primera novela, escrita de manera clandestina en Cuba con medios muy rudimentarios, es decir, bolígrafos y papel, por lo que asumo le tienes un especial afecto. Sin embargo, aún no se publica. ¿Está signada por algún sino maléfico o es que todavía no estás listo para que sea consumida por los lectores? ¿O se trata de pudor debido a lo cruda que resulta y al hecho de que los personajes que la componen viven todavía y bien pueden verse retratados de alguna forma?

 

AA: Empiezo a contestar la pregunta por lo último. No tengo pudor alguno, a un escritor que se respete le está vedado tener pudor, si lo tiene que se dedique a otra cosa. Creo que el problema fundamental para que La tabla (dieciocho años después de haber sido escrita y de ser una de esas obras del ambiente underground de las cuales muchos hablan y pocos conocen) no haya sido publicada es el Espíritu de la Época de que te hablaba. Pero felizmente ese espíritu, iniciado probablemente con la Reforma Protestante, incrementado notablemente en el siglo XIX, apoteósico y avasallador en el XX con el triunfo del nacionalsocialismo por un lado y el internacional socialismo por el otro, con su legado de estatismos, gregarismos, hombres nuevos, campos de concentración, gaseamientos y fusilamientos, resultado en definitiva del racionalismo extremo, de la oscura superstición de la razón pura y dura, felizmente, decía, ese espíritu pudiera estar dando muestras de ir hacia el ocaso, y La tabla quizá pudiera tener finalmente su lugar bajo el sol, o al menos bajo las prensas.

 

DF: Termino con lo que pudiesen ser dos preguntas en una. ¿Cómo es que pueden convivir en una misma persona el escritor, hasta cierto punto agnóstico, que por un lado es practicante de la religión yoruba, con fe en lo supremo y respetuoso de lo etéreo, y por el otro el irreverente en cuanto a maneras de conducirse y hasta de vestir, lo que te hace ver muy lejos de los clichés que asumen los intelectuales cubanos sin importar orillas? Una gorrita bolchevique, por ejemplo, o unos espejuelos montados al aire, tú sabes.

 

AA: Bueno, no son dos preguntas, me has disparado sin piedad una ráfaga de preguntas. Veamos. La literatura, el arte y el pensamiento, si son, son paradojales. La vida misma es paradojal, y no hay mayor paradoja que la paradoja divina, nada más hay que estudiar desprejuiciadamente el Libro de Job para entenderlo. Entonces, creo, cualquiera que apueste seriamente por captar y transmitir algo de la literatura, el arte o el pensamiento inmanentes, de la vida misma, que pretenda religarse mínimamente con la divinidad, ha de ser, por fuerza, una persona paradójica, no hay manera de escapar de eso, sólo asumirlo, asumirlo y punto. Respecto a las gorritas bolcheviques, me dan escozores testiculares, y en cuanto a los espejuelos, a Dios gracias aún no los necesito.


Una tarde de viernes, que definitivamente se van a extrañar