Año 2005, en el Koubek Center, una presentación coordinada por el Pen Club
Año 2008,
agosto 27 más exactamente, se publicaba en la página de un blog de Cubaencuentro
una entrevista que le hiciera a Armando de Armas; de hecho, fue la primera de
otras dos que hoy lamentablemente no he podido recuperar, entre otras razones
porque terminaron censurándolas en las redes. Al momento de irse Mandy, muchos de
aquellos que en una época juraban ser sus “amigos incondicionales”, acabaron dándole
la espalada por temor a su posición vertical en contra del comunismo,
la izquierda, el wokismo, y toda esa morralla que hoy buena parte del mundo en
su delirio comparte a gusto, y otros que no, pues se callan por temor a
aparecer como “incorrectos”. Muy pocos cuentan con el coraje suficiente por
decir las cosas por su nombre, enfrentarse, reconocer incluso que se han equivocado, evolucionar su pensamiento, revalorizar los hechos que una vez interpretó de una manera, sucesos con los que luego no comulgaba por esa evolución que menciono; cambios en la vida de un hombre al amparo de un acto que presupone respetarse así
mismo, respetar qué se piensa, y ser coherente con el segundo en que se vive.
Revisando hoy
la entrevista, que inexplicablemente aún no la han borrado, aplicándole el
famoso código 404, leo la introducción que le hicieran: asegura Fortún haber
advertido en la blogosfera que el autor de “Mitos del antiexilio” se
ha vuelto un personaje controvertido y ha despertado todo tipo de criterios, lo
mismo favorables que en contra, lo que a su vez ha provocado un movimiento
inusitado en aquellos espacios en los que aparecen sus trabajos, lo que pudiera
traducirse en un alto porcentaje de clics. Lo que no dicen es que, amén de
ser uno de los primeros en advertir los cambios que se avecinaban, casi de
manera profética, tuvo la osadía de hablarlo tal y como merecen asuntos como
esos: con honestidad, con absoluto apego a su creencia, sabiendo el precio que podría
pagar, y que pagó.
Por último,
fue esta una entrevista que disfruté, lo conocía bien, desde muy joven, cosa
que Emilio Ichikawa me decía que representaba una ventaja injusta con el resto
de sus amigos escritores, y nos reímos los dos más de una vez por las
respuestas suyas. Tiempo después, trabajando él en Radio y TV Martí, me dio un
pequeño cuestionario para publicarse en la sección que tenia en la Web de dicho
proyecto dizque anticastrista. La idea fue como una suerte de revancha, algo
así como, si tú me preguntas, ahora me toca a mí preguntarte. Sin embargo, esa
entrevista que me hiciera acabó en la papelera o trash de la emisora.
Sirva esta
suerte de indagación por Mandy como homenaje al amigo, y vaya mi abrazo
fuerte.
Miami, octubre
del 2024
Una entrevista con Armando de Armas
Denis Fortun: ¿Cómo es que alguien nacido en
un contexto puramente campesino, y sin referentes en cuanto al arte en general,
se decide a estudiar una carrera de letras y finalmente se convierte en
escritor?
Armando de Armas:
La verdad es que no decidí nada. Ese ambiente está entre los dos elementos
fundamentales para hacerme escritor. Una localidad atemporal en las cercanías
de la ciudad de Santa Clara, en la que los duelos a machete, los incestos y los
amoríos, se cantaban en décimas; además de la épica del bandolerismo
perteneciente a un pasado no muy lejano. Crecí oyendo historias de aparecidos y
tesoros escondidos contadas a la luz de una lámpara chismosa. Historias a las
que se daba tanta credibilidad como a las otras pertenecientes a una realidad
dura y escabrosa.
Había en casa una escopeta de 16 milímetros
con dos cañones, perteneció a uno de mis antepasados desde la Guerra de
Independencia. Mi abuelo había estado en la guerra y en ella perdió ocho
hermanos. Había también un machete paraguayo que era el arma blanca predilecta
de los insurrectos. La gente cree que el machete de las cargas es el mismo
machete con que se chapea un patio. Nada de eso, es un arma formidable, ya le
faltaba un pedazo por el uso y el abuso, y era de mi tamaño yo con trece años,
y ni pensar que pudiera levantarlo, con una cruz plateada en la empuñadura
pesaba una enormidad. Eso explica que esa arma se llevara las enemigas cabezas
de un tajo y que, en la primera carga al machete, la de Máximo Gómez, quedasen
en el campo las carabinas españolas con el cañón trozado limpiamente de un
machetazo.
Conocí a otro veterano de la independencia,
que hizo la invasión a las órdenes de Gómez con el grado de sargento. Él me
curó el asma, un infierno el asma, la medicina no pudo y aquel hombre, blanco y
de ojos azules, que se había iniciado en Palo Monte con los congos insurrectos,
me curó. En mi casa no había libros, es más, leer era una actividad sospechosa.
Mi abuela materna había sobrevivido la
reconcentración de Weyler e integrado más tarde las células de acción y
sabotaje del ABC contra el general Gerardo Machado (esto te lo digo sin orgullo
alguno, pues lo cierto es que el desbarajuste sin solución para los problemas
nacionales se inicia, precisamente, con la revolución del 33 y la caída de
Machado, para incrementarse luego durante los llamados “gobiernos auténticos” y
desencadenar la catástrofe del infinito descenso con la toma del poder en 1952
por el general Fulgencio Batista y su posterior fuga en 1959, dando lugar así a
la tiranía de los Castro). De ella escuché las historias de Genoveva de
Brabante, Tirante el Blanco, Amadís de Gaula y el Cid Campeador, que para ella
eran todas verídicas. Es curioso, ya hombre observé a dos presidiarios que,
retándose a muerte, escupían parrafadas enteras de La Ilíada de Homero,
uno en el papel de Aquiles y el otro en el de Agamenón, ambos analfabetos
totales.
Es como si yo, en plena mitad del siglo XX, tuviera el privilegio excepcional de experimentar lo que sería el origen mismo de la literatura, su oralidad. Ver que la vida no sólo influía en la literatura, sino que la literatura de insospechadas maneras influía también en la vida, y más extraño aún, el privilegio de ver cómo lo hacía en las vidas de los seres más elementales y alejados del intelecto, mucho más inclusive que en la vida de la gente que se tiene por culta, puesto que para ellos la literatura era una realidad histórica, no ficción. También, muy niño, fui testigo de la rebelión campesina contra el comunismo que aceleradamente implantaba Castro. Tráfago de hombres y de armas durante las madrugadas en la cocina de mi casa, incendio de cañaverales en la noche, disparos, rumores, represión… Luego estaba la soledad, perderme durante días en el monte sin que nadie supiera de mí, en largos soliloquios, armado de un arco y unas flechas que fabricaba del gajo de un árbol de güama y varillas de güin con una puntilla de acero insertada en la punta, un tirapiedras, un cuchillo y, cuando pude, con una escopeta de aire comprimido.
Creo que todo eso que te cuento me llevó
primero a la reflexión, y mucho más tarde a la escritura. Agrégale que era muy
malo para el deporte, aparte que no tenía oportunidad alguna de practicarlo, y
era y sigo siendo extremadamente vago para el trabajo físico. Viéndolo desde la
distancia creo que no tenía otra alternativa que el nefando vicio de la
escritura. Esto que te he dicho no quiere decir que añore ese mundo en ningún
sentido, y de hecho en cuanto pude, aún niño, escapé de ese lugar para nunca
más volver. Mi obra no tiene nada que ver con la novelística de lo bucólico
pastoril, sino con la novelística urbana. Más que nada ancla sus raíces
entrelazando los géneros de la caballería y la picaresca.
DF: De
joven en Cuba te movías en un submundo peligroso, donde quebrar la ley era cosa
de todos los días. ¿Esta marginalidad te ha servido a la hora de contar tus
historias?
AA: No me gusta hablar mucho de ese pasado,
no porque reniegue de lo que viví, Dios me libre, sino porque, como muy bien ha
observado el ensayista Emilio Ichikawa, parecería ahora que todos los cubanos
provienen de ambientes marginales, moda marginal, y ya no se alardea de ser de
El Vedado sino del Fanguito, de ser graduado de una universidad sino del
presidio, de ser católico sino mayombero. Los intelectuales, poetas y pintores,
y hasta los académicos, arriban de la isla escupiendo por el colmillo el asere
y el monina y el ecobio y otros términos más iniciáticos aún. Y no tienen ni la
más puta idea de lo que quieren decir, simbólicamente me refiero, aunque a
veces ni siquiera literalmente. “Generación asere” creo que le llaman a eso, y
lo más cómico del asunto es que la mayoría de ellos, la verdad, se gasta una
cara de monaguillo o bitongo o cogegalleta o vaya usted a saber qué. Gente que
si le suenas un siquitraque al lado está corriendo hasta que se acuerde, y que
en una celda haría las delicias de las auténticas y viciosas ratas de presidio.
Pero, volviendo a tu pregunta, sí, ese
ambiente peligroso es el segundo elemento fundamental para que me haya
convertido en escritor, junto a todo lo demás que te cuento en la anterior
respuesta y, como en el caso del primer elemento, no siento nostalgia alguna
por el mismo. Ambos sencillamente constituyen el sedimento, la oscura materia
prima con la que elaboro mi obra, un material ciertamente escabroso, sucio y
mal oliente en muchos casos, como salido de las alcantarillas de esos sueños de
los cuales uno despierta un tanto avergonzado, de la índole de la sustancia que
le habita allá en lo más íntimo, pero eso fue lo que me tocó, lo que me
otorgaron. Uno no escoge un material. Uno tiene un material y luego trabaja,
trata de hacer lo mejor con lo que tiene.
DF: Sé
de una amiga que una vez le dijo a otra: "A Mandy se le puede decir
cualquier cosa, hacer con él lo que sea, porque sabe bien cómo guardar un
secreto, es un hombre, una tumba. Ahora, el problema es cuando escribe. No le
den una cuartilla, que enseguida convierte todo lo que sabe en un cuento. ¿Hay
algo de cierto en eso?
AA: Te
refieres a mi buena amiga Vicky Ruiz de Zárate. Bueno, ella es una mujer
inteligente y atrevida, sus razones tendría… Pero, sí, un escritor puede ser un
caballero en sus transacciones diarias y frente a la cuartilla en blanco transmutarse
en un chismoso de altura. Claro, para guardar la honrilla ha de cambiar
nombres, situaciones, ambientes. Así y todo, un grupo de los más patibularios
personajes de mi libro Mala
jugada me citaron un día a un hotel de Miami Beach para
celebrarme juicio. Uno de ellos, particularmente enojado, alegaba que yo
falseaba las historias, que él no había matado a su enemigo porque lo hubiese
perdonado o porque hubiese envejecido, o se hubiese reblandecido, como yo
contaba en el relato, sino que, simplemente, no lo había matado porque no había
tenido oportunidad o no se lo había topado en el camino.
DF: ¿Y
cómo resolviste un asunto tan espinoso? ¿Y cómo además no aprendiste la lección
y sigues escribiendo sobre lo cotidiano y lo que les sucede a gentes que te
rodean y lo que menos quieren es que se sepan sus historias, aun cuando cambias
sus nombres?
AA: Les dije a
los muchachos que en vez de enjuiciarme debían homenajearme, pues gracias a mí,
y con un poco de suerte, ellos seguirían viviendo en mis libros después de muertos.
Vaya, que les ofrecí la inmortalidad a cambio de la no manifestación de mi
inmediata mortalidad. Terminamos ese día bebiendo Heineken en cantidades
industriales, riendo, llorando, recordando la época en que éramos tan jóvenes y
tan locos y nada nos importaba, y la muerte era una cosa lejana que podía
sucederle a otros y no a nosotros.
Todo el que me
rodea ha de saber que corre ese riesgo, padezco el vicio del escriba, vicio que
para colmo he elevado a categoría de virtud y por el que he pagado el precio de
la persecución primero y del ostracismo después. Creo por otro lado que un
personaje literario no es más que eso, un personaje literario, por mucho que se
parezca a un personaje de la vida real.
DF: Tu
último libro publicado, Carga de la
caballería, tiene un
cuento que narra la historia de un personaje que se conecta con el mundo de los
muertos, y con el pasado. ¿Estas narraciones son pura ficción o es verdad que
has tenido experiencias extra-sensoriales?
AA: Sí, he
tenido ese tipo de experiencias. Cuando alguna vez me he definido como un
escritor realista es en el sentido de que, para mí, acorde con lo vivido, la
realidad es tanto la realidad per
se como las aberturas, grietas, hendijas y fisuras por donde
asoma esa, digamos, realidad rara, de un orden otro, mundo de lo inasible que
no por inasible deja de mostrarse y determinar con unas, para la mayoría,
insospechadas fuerzas. Definir eso, explicarlo, entra ya en el terreno de la
charlatanería. Ahora, estar incapacitado para explicar un fenómeno dado no me
libera del deber de dejar constancia del mismo, de ser notario de sus
manifestaciones. Hablo, en definitiva, de la experiencia, cualquiera que sea su
índole.
DF: En
un reciente trabajo tuyo publicado en varios espacios de la Red sobre Obama,
hablas de la religión yoruba. Lo que para muchos delata a un practicante, por
el conocimiento de la religión afro que manifiestas. ¿Es Armando de Armas uno
de los tantos cubanos que dicen ser sincréticos y creen en Dios y Obbatalá?
AA: Mira, yo
me considero un entusiasta del estudio de las religiones comparadas. Me fascina
la similitud de los símbolos fundacionales en el dogma de las grandes
religiones monoteístas y politeístas, y aun la similitud de estos con los de
las pequeñas religiones de pueblos perdidos en la inmensidad de la historia y
la geografía. Se trata de la equivalencia del arquetipo de la divinidad manifestándose
en el tiempo y las distancias. La equivalencia, ciertamente arriesga, pero
equivalencia al fin, del hueso de un santo en el anillo de un obispo católico
con la kiyumba, cráneo, de un muerto capataz de caldero en la ganga de un tata
palero.
Luego, faltaría a la sinceridad si no te
hablo de mi personal y complicada historia religiosa, de mi experiencia, que es
lo que al final cuenta. Bautizado católico, en un hogar con esa laxitud propia
de la religiosidad existente en la mayoría de los hogares cubanos. No obstante,
la mayoría de mis numerosos tíos, y mis abuelos por parte de madre, se habían
convertido a la tremebunda secta de los Testigos de Jehová y pasado por las
cárceles castristas por motivo de ese culto. Mi tío Alberto García protagonizó
un sonado caso por propaganda enemiga debido a un mimeógrafo que le ocuparon
junto a literatura de la secta, revistas Atalaya y otros panfletos, y aparecía en
la muy pendeja prensa de la isla en fotos tomadas al lado del aparato, desde
unos ángulos que le otorgaban el aspecto de un asesino en serie o un salteador
de camino. Un hombre que era una especie de santo de lo bueno o lo bobo que
era, y sigue siendo.
Con siete u ocho años integré las pertinaces
huestes de los Testigos de Jehová, pero enseguida me expulsaron por motivo de
que andaba enredado en peleas constantes y no ponía la otra mejilla. Esta sería
la primera expulsión de una serie de numerosas expulsiones a lo largo de mi
vida, premonitoria la cosa. Entonces, a medida que fui creciendo y
envolviéndome en ambientes disolutos, ambientes de romper y rasgar, me alejé de
toda religiosidad y dejé de tener, de percibir las experiencias pneumáticas de
la niñez.
Después, una noche, atrapado en una redada y
con todas las posibilidades en mi contra -es decir, de que me dejaran a la
sombra por años-, fervorosa oración y promesa de por medio, ocurrió una suerte
de milagro en que los papeles se trastocaron, los testigos se confundieron, el
fiscal tartamudeó y los guardias se ablandaron, y nuevamente me vi en la calle,
limpio de polvo y paja.
Fue ahí que empecé a regresar a los orígenes,
a religarme, que es lo que significaría el vocablo religión, que viene del
latín religare, volver
a ligarse con la deidad o las deidades. Pero lo hice por el camino iniciático,
en las logias masónicas y teosóficas y del cristianismo esotérico. Me conectaba
en definitiva con la gran corriente del gnosticismo occidental, la de Valentin,
Marcion, Bardesanes, Isidoro, el hijo de Basílides, y Carpócrates, pasando por
Juan El Bautista, y
terminando con Johann Wolfgang von Goethe, Herman Hesse y Carl Gustav Jung, por
mencionar sólo algunos de los que en la historia han tomado la vía del
conocimiento, de la experimentación, para relacionarse con el difuso mundo de
lo divino, que es lo que más o menos viene a ser el gnosticismo, el pulir la
obra de los alquimistas, el manos frescas para trabajar la de los yoruba.
Con Jung aprendí que dentro de la gran
tradición cristiana y politeísta occidental uno debe trabajar espiritualmente,
o psicológicamente si quieres un término moderno al uso, desde su contexto
cultural más inmediato y telúrico. Que los dioses y demonios son o pudieran ser
muy locales y domésticos y que, por ejemplo, un alemán, que cuenta con el
acervo del dios Wotan y los poderosos espíritus de la Selva Negra, más lo
cristiano, convertido al islamismo puede resultar además de absolutamente
ridículo, absolutamente ineficaz y hasta perjudicial. Que un cubano, que cuenta
con el acervo del dios Obbatala y los poderosos espíritus del Monte, más lo
cristiano, convertido al budismo y la contemplación puede resultar además de
absolutamente ridículo, absolutamente ineficaz y hasta perjudicial.
Un hipotético cubano budista pudiera decirle
a otro paisano: ¡Oye, asere, te salvaste que lo mío es contemplación y nirvana
y eso, que yo si no estoy en ninguna sonsera de esas de la guapería, si no te
iba a reventar la cara dura esa a ver si aprendes a buscar la iluminación!
DF: Algunos
de tus detractores te acusan de ser un extremista de derecha, un encantador de
serpientes… hasta aseguran que los hay temerosos de contradecirte en tus
posturas políticas y que, además, eres una mala influencia que transpira sólo
radicalismo. ¿Acaso estoy delante de una especie de fundamentalista del neocon?
AA: Desconocía
que yo provocara tan fuertes reacciones. Mira, no soy extremista de derecha ni
de nada, lo que pasa es que nuestros moderados son como el ejemplo del budista
cubano con que termino la otra respuesta, y no están dispuestos a abrirse a los
puntos de vista que desmonten las bobadas en las que ingenua o interesadamente
creen.
Pero, vamos a ver, si ser de extrema derecha
es defender la libertad del individuo, la propiedad privada, el libre comercio
como primer elemento civilizador en la historia de la humanidad, y sobre todo
no estar peleado con el ser, con el orden natural de las cosas, apostar por los
valores tradicionales de Occidente y además creer que todo eso debe defenderse
con las armas si preciso fuera; que la guerra a veces es un mal necesario, que
Estados Unidos es en el tiempo presente la cabeza de lo que conocemos por
Occidente y que, por otro lado, encarna como ninguna otra nación en el mundo la
democracia, la libertad y el progreso; que el Estado de Israel es un enclave
occidental allá en el Oriente Medio que debe ser defendido a como dé lugar… si
eso es ser de extrema derecha, bueno, pues lo siento, soy entonces de extrema
derecha, fundamentalista neocon y
todo lo que quieras.
DF: Mitos del antiexilio ha dado mucho que hablar y algunos que se denominan tanques
pensantes no entienden todavía cómo un sujeto como tú, a quien para nada
respalda una impronta de pensador, venga a aparecerse con un análisis tan
novedoso y concluyente en cuanto al exilio cubano y sus posturas ideológicas.
Dime lo que piensas en cuanto a esto.
AA: Lo cierto
es que no me considero un pensador, no sé siquiera qué cosa es un pensador, los
hombres somos presuntuosos al pretender que pensamos algo. Más bien tiendo a
creer que algo o alguien nos piensa, o a lo sumo que los más lúcidos de la
especie captan unos pensamientos, unas ideas inmanentes que pueden ir en contra
o a favor del Espíritu de la Época. En mi caso las ideas y pensamientos de los
que me he apropiado van contra el Espíritu de la Época, pero quizá ocurra en un
tiempo bisagra en que el Espíritu de la Época pudiera estar cambiando. Esto
último explicaría el relativo éxito de un libro como Mitos del antiexilio, un
texto que años atrás hubiera estado condenado al ostracismo (quiero decir al
ninguneo al que son tan dados nuestros progres y sociatas, representantes,
claro, del espíritu epocal, ese que pareciera que, al fin, se va haciendo
otoñal).
DF: De
todos es conocida tu amistad con el congresista Lincoln Díaz-Balart. ¿Tienes
aspiraciones políticas en una Cuba poscastrista? ¿alcalde por Cienfuegos? ¿senador
por Las Villas?
AA: Mi amistad
con Lincoln Díaz-Balart está sustentada en la afinidad de ideales respecto a
Cuba y su libertad, y en que, por otro lado, es un hombre con una gran cultura
y sentido del humor, alguien con quien puedes hablar de política y de los
entresijos de la política, de historia, arte y literatura, alguien que de niño
contó con un maestro excepcional, nada menos que el poeta Gastón Baquero.
Digamos que, congresista aparte, Lincoln resulta más intelectual, y sobre todo
más inteligente, que muchos de nuestros atildados intelectuales al uso.
En cuanto a mis aspiraciones políticas, la
verdad es que no las tengo. La política sólo me interesa desde el punto de
vista de la escritura política y, por supuesto, siempre estaré orgulloso de
haber sido un opositor a la más feroz tiranía padecida en el hemisferio
occidental. Pero ello, demás está decirlo, no me hace un político, sino alguien
que tuvo y supo defender sus ideas políticas.
DF: La
tabla fue tu primera
novela, escrita de manera clandestina en Cuba con medios muy rudimentarios, es
decir, bolígrafos y papel, por lo que asumo le tienes un especial afecto. Sin
embargo, aún no se publica. ¿Está signada por algún sino maléfico o es que
todavía no estás listo para que sea consumida por los lectores? ¿O se trata de
pudor debido a lo cruda que resulta y al hecho de que los personajes que la
componen viven todavía y bien pueden verse retratados de alguna forma?
AA: Empiezo a
contestar la pregunta por lo último. No tengo pudor alguno, a un escritor que
se respete le está vedado tener pudor, si lo tiene que se dedique a otra cosa.
Creo que el problema fundamental para que La tabla (dieciocho años después de haber
sido escrita y de ser una de esas obras del ambiente underground de las
cuales muchos hablan y pocos conocen) no haya sido publicada es el Espíritu de
la Época de que te hablaba. Pero felizmente ese espíritu, iniciado
probablemente con la Reforma Protestante, incrementado notablemente en el siglo
XIX, apoteósico y avasallador en el XX con el triunfo del nacionalsocialismo
por un lado y el internacional socialismo por el otro, con su legado de
estatismos, gregarismos, hombres nuevos, campos de concentración, gaseamientos
y fusilamientos, resultado en definitiva del racionalismo extremo, de la oscura
superstición de la razón pura y dura, felizmente, decía, ese espíritu pudiera
estar dando muestras de ir hacia el ocaso, y La tabla quizá pudiera tener finalmente su
lugar bajo el sol, o al menos bajo las prensas.
DF: Termino
con lo que pudiesen ser dos preguntas en una. ¿Cómo es que pueden convivir en
una misma persona el escritor, hasta cierto punto agnóstico, que por un lado es
practicante de la religión yoruba, con fe en lo supremo y respetuoso de lo
etéreo, y por el otro el irreverente en cuanto a maneras de conducirse y hasta
de vestir, lo que te hace ver muy lejos de los clichés que asumen los
intelectuales cubanos sin importar orillas? Una gorrita bolchevique, por
ejemplo, o unos espejuelos montados al aire, tú sabes.
AA: Bueno, no
son dos preguntas, me has disparado sin piedad una ráfaga de preguntas. Veamos.
La literatura, el arte y el pensamiento, si son, son paradojales. La vida misma
es paradojal, y no hay mayor paradoja que la paradoja divina, nada más hay que
estudiar desprejuiciadamente el Libro
de Job para entenderlo. Entonces, creo, cualquiera que apueste
seriamente por captar y transmitir algo de la literatura, el arte o el
pensamiento inmanentes, de la vida misma, que pretenda religarse mínimamente
con la divinidad, ha de ser, por fuerza, una persona paradójica, no hay manera
de escapar de eso, sólo asumirlo, asumirlo y punto. Respecto a las gorritas
bolcheviques, me dan escozores testiculares, y en cuanto a los espejuelos, a
Dios gracias aún no los necesito.
Una tarde de viernes, que definitivamente se van a extrañar