jueves, 22 de abril de 2010

Cumberland, la Isla que pudimos ser…


por Denis Fortun

En tiempos en que el tiempo apenas si alcanza, encontrarse un libro cuya lectura fluya de manera rápida es un aliciente, que además ha de agradecerse. Esto lo consigue Erótica, novela de Armando Añel, publicada recién en Miami bajo el sello de Letra de Molde Ediciones. Primero porque te engancha su historia, y segundo, porque está escrita de manera que el lector no se siente aplastado por un mamotreto de cuartillas interminables, un lujo que nada más pueden darse los del gremio, y sólo con los clásicos.

Leo en Ciudad Sucia (Dirty City) que Ignacio Granados asegura, y con razón, que la novela de Añel rompe el maldito hechizo de la banalidad en el realismo de la literatura cubana. Sin embargo, yo diría mejor que Erótica se escapa de una constante que ha de seguir viéndose, lamentablemente, en las letras criollas, y sin importar orillas, porque es un libro ajeno a la pretensión de cubanizar o volver local lo que nos cuenta, y sobre todo, por mostrarnos con simplicidad nuestros defectos, al hablar sobre un estilo de vida y pensamiento que bien pudo ser nuestro, y que dejamos escapar por ese chauvinismo enfermizo que a toda hora nos asiste a los cubanos.

Compuesta por crónicas paralelas que a su vez confluyen, Erótica nos narra la vida en Cumberland, la tierra lo mismo de Alicia y su conejo, la que bien puede considerarse el islote soñado. Allí, donde se sabe con absoluta certeza que “el nacionalismo es letal en cualquiera de sus variantes”, los problemas verdaderamente serios se resuelven de manera que mejoren lo vivido diariamente y sin pretensiones de trascendencia o posturas épicas, con la ayuda del Consejo de los Consejos y la sabiduría de próceres tales como Meneito, “arquitectura galopante”, eternizada; Victoria de las Flores, cantinera del restaurante “Apetitos Perpetuos”, creadora del “Trago”; Barnes Talavera, quien descubrió como le entra el agua al coco y aseguró, además, que “el amor es flujo de información”; Emenegildo Evans, respetado entre los respetados, autor de “Biografía de un espermatozoide”; o Kanú Sisborne, inventor del “chaleco de castidad”, instrumento que fue utilizado por El Innombrable para protegerse de cualquier ataque que llegase por su retaguardia durante sus cincuenta años en el poder, en la otra Isla.

Esos son los héroes que habitaron Thamacun hasta que éste desapareciera en 1960, víctima de la estrategia de tierra arrasada. Luego el islote resurge de manera virtual en la Red, como El Hecho.

Padre de la reformulación de la autoestima y la desmitificación, El Hecho se traduce en un nuevo concepto de heroicidad -esa gedeonada actitud que tanto daño nos ha provocado—; sus intérpretes se preocuparon por legislar leyes tan necesarias y adelantadas como permitir que el pollo se pueda comer con la mano y podamos, después, chuparnos los dedos.

Por otra parte, están las pesquisas de una pareja que sigue a diario a personajes reales dentro de esa virtualidad que ahora vive Playa Hedónica, una blogoisla donde los hay que se apoyan, otros se odian, y una buena parte se hace literalmente trizas. Playa Hedónica, como bien dice Granados en su reseña sobre esta excelente novela corta, recrea las pasiones -bajas y altas— que han recorrido la blogósfera criolla en forma de “conjura de los necios”; un ultranacionalismo puntoCON que nos marca la piel -ese lienzo perpetuo que a veces cuidamos poco— muy desfavorablemente.

Erótica, libro de buen diseño, con una ilustración que atrapa y sugiere, se diferencia, y para bien, de lo que se hace en la literatura cubana contemporánea. Entonces, cómprala. Leerla es un acto que bien vale la pena.