por Denis Fortun
Sentí que alguien me alaba por el pantalón. Al volverme, me tropecé con una niña de unos cinco o seis años que en una de sus manitas sostenía un Santa regordete. Ella sólo quería saber dónde se encontraba su mamá. Mi mujer la cargó y muy dulcemente trató de consolarla. Sin embargo, la pequeña no parecía estar asustada; en todo caso, sus ojitos no mostraban miedo, apenas dudas. Los dos fuimos con la pequeña al mostrador de servicio al cliente. Allí, una señora muy amable nos atendió. Le explicamos que la niña estaba perdida, y que por favor, llamara inmediatamente por el audio para ver si alguna madre distraída aún no se daba cuenta de que su hija la buscaba por toda la tienda. La mujer cambió su expresión de amabilidad por una que mostrara la gravedad del asunto, tomó el micrófono, y dijo.
-Estoy buscando una mamá.
Mi mujer y yo nos miramos sorprendidos. Aunque el momento no era el propicio para una broma, no pudimos contener la risa. El anuncio, definitivamente se prestaba a confusión. La niña, todavía en brazos de mi mujer, no entendía nada, pero se río igualmente. Yo le pregunté cuál era el nombre de su mami.
-María- respondió la niña.
Fue entonces que la mujer del mostrador, con su rostro más serio aún, repitió el anuncio, esta vez más específico.
-Señora María. “Pliis“, dirigirse a “costume servis”. Su hija está perdida y busca a su madre.
Dos minutos después llegó corriendo, aterrorizada casi, la despistada madre, y luego de cargar a su hija, besarla y reprocharle con cariño que se le había escapado, nos agradeció a mí y a mi mujer y acto seguido empezó a contar su odisea, dándonos un sinnúmero de justificaciones que nosotros no le pedimos y, menos nos interesaba. Ya a punto de irnos, la señora del mostrador me comentó.
-Oiga, señor, yo lo que quise decir fue que buscaba a la mamá de esa niña- y sonriéndose agregó-. Ustedes los cubanos soy muy mal pensados.
Mi esposa, riéndose lo mismo, le dio la razón.