por Denis Fortun
Juan, el padrastro de mis primos Raúl y Alejandro, cada vez que iba o regresaba a caballo de su finquita en Caonao, tomaba siempre por el mismo trillo. Era un camino estrecho que comezaba desde la carretera, en la que el amable guajiro dejaba parqueado su viejo Chevrolet del 49, y que terminaba en el sembradío donde el hombre cosechaba lo mismo arroz, hortalizas, que viandas o lo que fuese capaz de prenderse en esa tierra fértil, para luego comerse un tanto y vender el resto.
Su trayectoria siempre era solitaria por aquel boquete entre la hierba de guinea que poblaba la zona de manera indecente, por así decirlo. Y nadie tenía necesidad de tomar por ese atajo, a no ser que fuese al sitiecito de su propiedad para conversar con él; o que algún imprevisto sorprendiese al caminante, que además, por lo general se trataba de un vecino cercano.
Cuenta Juan que una tarde en que volvía de su faena se encontró en cuclillas, con sus pantalones por el tobillo, al viejo Elizardo, el que definitivamente “estaba dando de cuerpo”. Los dos hombres estuvieron uno frente al otro por varios segundos sin cruzar palabra, cual imagen de un duelo de curtidos cawboys, con la única diferencia de que Juan montaba a caballo y Elizardo permanecía agachado
Asegura Juan, que mirando con detenimiento al pobre cristiano, notó que su amigo impresionaba estar estreñido, por lo que después de aquel silencio que a ambos les pareció eterno, embarazoso además, el padrastro de mis primos preguntó en tono de jarana...
-Bueno, ¿se caga o no se caga?
A lo que el viejo Elizardo le respondió
-Siii, siempre se caga algo…