Te despiertas temprano, detalle que molesta y que lo mismo es lamentablemente necesario: hay cuentas por pagarse, responsabilidades por las que has de ir a “curralar”. Sin tener claro el motivo, abres la mañana discutiendo con tu mujer, un performance que odias pues las represalias siempre -aunque pequeñas, y por supuesto, dependiendo de las razones-, a veces duran más de lo que puede soportarse, lo que implica un enorme ejercicio de paciencia que lo sustenta el amor. Ella se marcha antes que tú y lo hace sin darte el beso matutino, lo que te irrita más; por cierto, sientes que al cerrar la puerta subraya que está bien brava y, desde luego, por tu culpa.
Te levantas finalmente de la cama con toda la pereza que presupone el acto de dejarla. Te das una ducha pero no consigues relajarte lo suficiente y, contrario a lo que quieres, te ves obligado a vestirte con ese uniforme que detestas. De una buena vez te largas a la brega; terrible obligación de la que dieras cualquier cosa por prescindir de su uso, de su abuso, y de la que no hay remedio por ahora para evitarla. Llegas al trabajo con mal genio, aún no te repones de la bendita controversia, la que por más que te esfuerzas, no reconoces el inicio de su vorágine y de la que ya aceptas, eres el responsable. Descubres a varios tipos con los que no deseas cruzar palabra alguna; tipos que te caen mal y que ellos, por molestarte tal vez, se hacen notar y te saludan de manera muy amable, muy hipócritamente. Tú apenas les haces un guiño (de tener un revolver, a más de uno le dieras un tiro). Participas de una faena que odias…
Por fin la noche. El reloj marca el momento de irte. Cumples con tus ocho horas, las que sin dudas, en tiempos como estos son un privilegio. Vuelves acordarte de la brega mañanera, incoherente, simple, pan de matrimonios, y que sin embargo a esa altura del día, por más que repasas los hechos aún no sabes con certeza porqué se desató. Decides parar en un Liquor Store. Compras una botella de whisky. Regresas al auto, arrancas, se te olvida encender las luces y a escasos quince metros un carro de policía que está escondido en una calle lateral te para por andar a oscuras. Te defiendes, le mencionas al agente la horrible jornada que has tenido; tratas de justificar el olvido y a punto estás de contarle todo. Te ponen una multa. Asumes que la vida a veces es una mierda. Por fin vas a la casa con la secreta aspiración de que tu mujer este durmiendo profundamente gracias a un Xanax; no quieres más broncas, la amas por sobre todas las cosas. Sigiloso metes la llave en la puerta. ¡Sorpresa! Escuchas que tu amada señora te dice desde el cuarto. “No pases, quédate donde estás. Quítate todo y espera”. Obedeces, te despojas rápidamente de tu maldita cáscara, por si acaso destapas la botella de whisky y desnudo te sientas en el sofá. Ves entonces salir a tu hembra con un conjunto Victoria Secret espectacular, y es en ese preciso segundo que te reafirmas en la idea de que, la vida es bella cuando se tiene a una mujer maravillosa. La besas… Recién ahora, comienza tu hermoso día.
Te levantas finalmente de la cama con toda la pereza que presupone el acto de dejarla. Te das una ducha pero no consigues relajarte lo suficiente y, contrario a lo que quieres, te ves obligado a vestirte con ese uniforme que detestas. De una buena vez te largas a la brega; terrible obligación de la que dieras cualquier cosa por prescindir de su uso, de su abuso, y de la que no hay remedio por ahora para evitarla. Llegas al trabajo con mal genio, aún no te repones de la bendita controversia, la que por más que te esfuerzas, no reconoces el inicio de su vorágine y de la que ya aceptas, eres el responsable. Descubres a varios tipos con los que no deseas cruzar palabra alguna; tipos que te caen mal y que ellos, por molestarte tal vez, se hacen notar y te saludan de manera muy amable, muy hipócritamente. Tú apenas les haces un guiño (de tener un revolver, a más de uno le dieras un tiro). Participas de una faena que odias…
Por fin la noche. El reloj marca el momento de irte. Cumples con tus ocho horas, las que sin dudas, en tiempos como estos son un privilegio. Vuelves acordarte de la brega mañanera, incoherente, simple, pan de matrimonios, y que sin embargo a esa altura del día, por más que repasas los hechos aún no sabes con certeza porqué se desató. Decides parar en un Liquor Store. Compras una botella de whisky. Regresas al auto, arrancas, se te olvida encender las luces y a escasos quince metros un carro de policía que está escondido en una calle lateral te para por andar a oscuras. Te defiendes, le mencionas al agente la horrible jornada que has tenido; tratas de justificar el olvido y a punto estás de contarle todo. Te ponen una multa. Asumes que la vida a veces es una mierda. Por fin vas a la casa con la secreta aspiración de que tu mujer este durmiendo profundamente gracias a un Xanax; no quieres más broncas, la amas por sobre todas las cosas. Sigiloso metes la llave en la puerta. ¡Sorpresa! Escuchas que tu amada señora te dice desde el cuarto. “No pases, quédate donde estás. Quítate todo y espera”. Obedeces, te despojas rápidamente de tu maldita cáscara, por si acaso destapas la botella de whisky y desnudo te sientas en el sofá. Ves entonces salir a tu hembra con un conjunto Victoria Secret espectacular, y es en ese preciso segundo que te reafirmas en la idea de que, la vida es bella cuando se tiene a una mujer maravillosa. La besas… Recién ahora, comienza tu hermoso día.