lunes, 21 de febrero de 2011
La estafa de los principios
En el 1959, cual un embrujo, Cuba quedó hechizada de una punta a la otra por lo que se definía entonces como el proyecto más humanitario que iba a gozar la nación desde su nacimiento republicano.
Hasta aquí, no expongo nada nuevo, en todo caso viene a ser repetitivo. Sin embargo, lo particular de la patriótica arenga de aquel enero, era que por primera vez, acorde a las innovadoras teorías que sus apóstoles se encargaban de reproducir por orientaciones del estrenado profeta, íbamos a contar con Verdaderos Principios para desenredar la terrible madeja en que la Isla estaba ahogándose, entre otras cosas, a falta de auténticos principios. Discurso cacofónico tal vez, para aquél que esté ajeno a nuestra idiosincrasia, pero real.
Lógicamente, en un número elevado, alarmante, muchos dieron por cierta la utopia maravillosa. Los pocos que no lo hicieron, caro que les costó su rechazo, ya fuese evidente o tácito. El hambre de ese entonces se resumía en la enfermiza prioridad de atiborrarnos con un “moderno verbo” cargado de corrientes populares. Soflama que finalmente nos remitía a la lejana Francia girondina, donde toda propuesta revolucionaria era bendecida. No importaba que a la larga resultara peligrosa y sangrienta. El hambre, para suerte de los millones que aplaudieron en su momento, entregando “el yo y el alma” al líder, no fue de pan. Esa desgracia se hizo tangible para los que venimos después.
Cinco décadas más tarde, aquellos partidarios de la nueva ideología descubren con dolor que la tan cacareada obra, empedrada hasta al tuétano de buenas intenciones, no sólo fue incapaz de materializar las conquistas sociales por la que tanto habían luchado un puñado de románticos con tendencias suicidas. Y los irrenunciables principios, devinieron en una terrible estafa que únicamente ha servido para manipularnos.
Hoy la Isla muestra números alarmantes en sus estándares económicos. Y en su vida diaria, ni vale la pena contabilizar lo que ha desencadenado la hecatombe socialista. Desde los manoseados sectores como la salud, la educación y el deporte -antiguas columnas donde aún se pretende en la actualidad encandilar al ciudadano de a pie, y donde según ellos, descansa el macroproyecto; restregándosele en ese orden a Occidente-, la depauperación es alimento diario. Y lo más cínico, en un país donde alimentarse propone malabares. Sin mencionar la pérdida de valores y la falta de una educación cívica elemental, que nada tiene que ver con instrucción.
El descontento, la abulia y la escasa motivación (por no decir ninguna) de abrirse camino como profesional, o simplemente por gestiones propias (lo que igual es imposible debido al estrecho marco de movimiento que permite el régimen), se resumen en la escapada por mar o en un pasaporte de la Unión Europea.
Atrás quedaron los tiempos en que a las gentes se les inflamaba las venas del cuello gritando que la Revolución era el más sagrado de los sueños y no preocupaba a nadie si para conseguirlo había que vivir en la peor de las carencias. Se avizoraba un futuro promisorio, que devino después en un infierno. Y lo más lamentable, pienso que en este segundo no se cuenta con una generalidad dispuesta a ofrecer su aorta a relieve y quedarse roncos con tal de reclamar sus derechos.
Aún, cuando corra el riesgo de contradecir a los más entusiastas (ya sea por la férrea represión que sucede constantemente en la Isla, o por que cada cual priorice su sobrevivencia diaria, lo que no da espacio a otras necesidades), el hecho de que por el momento se vislumbre una revuelta al estilo de las de Túnez y Egipto, y que el número de inconformes (que es mayoritario, y está allá, está aquí, lo que es indudable) sea capaz de llenar una plaza cualquiera, me resulta improbable.
Por supuesto, no dejo de reconocer que si un minuto es propicio para que se desencadene un masivo motín urbano en Cuba, es este. Al menos, como gustan de decir allí, “las condiciones objetivas” para que acontezca una rebelión se van creando a un ritmo desconocido, brota desde los más insospechados estratos, y quizás el ejemplo de otras latitudes prende.
Un día cualquiera, sin que por medio existan convocatorias o llamados a la desobediencia civil, bien puede que explote. Así de simple, de manera espontánea, repentina, aplastante.
Pero retomando los Principios (y Dios quiera me equivoque), nos engañaron a tal grado, que hoy la sola mención de una causa razonable, aún cuando sean diametralmente opuesta a los postulados “revolucionarios” y se basen únicamente en la adopción definitiva de la libertad en todo su espectro, y de una democracia real, suena a canto de sirenas desafinadas y ofrece muy poca confianza, sobre todo a la juventud.
Si llega alguien a pedirte sacrificio en nombre de la patria, lo tomas como un oportunista del que debes cuidarte. El concepto de “principios” ha sido tan prostituido, que si ven acercase al patriota de marras, lo que recibe por respuesta el individuo es la sospecha y el rechazo. Los evangelistas de la Revolución nos saturaron, y luego se han alejado tanto del origen de su demencial retórica, que terminaron enfermándonos de manera que hoy día a muy pocos lo mueve este tipo de motivaciones. Y ese es un lastre que por desgracia las generaciones más frescas carga en sus hombros. Lo que la gobernatura criolla sabe, y le saca provecho.
Nunca hubo mayor mentira, que rindiera tantos beneficios a sus promotores y miserias para él que la asumió como credo vital, que la de bordar con dulces sonoridades exaltantes los enormes discursos que sólo se refieren a Principios. Ideas que terminaron coartando el libre albedrío. Desmereciendo el lado práctico que ha de servir a una sociedad que pretende abrirse paso y desarrollarse. Principios que en el caso cubano, a ojos vistas fueron traicionados en su temprana edición.
La retórica, es buena para poetas del romanticismo tardío. Es por eso que hay que cuidarse de esos que van detrás de ideas plagadas de Principios que no pueden dejarse a un lado ni por un segundo, y por los que incluso seria mejor hundirse en el océano. Que además, los utilizan a su antojo por el simple hecho de perpetuarse en el poder.
Quien lo dude, remítase a la historia, la que lo ha probado con creces