por Alejandro Ríos
Amigos muy confiables e inteligentes, personas vinculadas al mundo de la cultura artística y literaria han regresado de incursiones estremecedoras a Cuba, su país de nacimiento, luego de largas ausencias. No traen noticias halagüeñas que digamos. Los siento más bien en estado de shock, devastados con la experiencia.
Hubo reencuentros y fiestas ocasionales. Visitas a sitios que algo significaron en sus vidas. Y conversaron con decenas de creadores y teóricos que aguardan sus visas para viajar a Estados Unidos. El intercambio cultural se ha vuelto como el viaje a la meca.
La ansiedad se acrecienta, pues esa puerta se puede cerrar mañana, sin previo aviso. La idea es pasar por Miami, en camino a otros estados, y confraternizar, ponerse al tanto de las vidas ajenas, quiero decir de los exiliados, saber si de verdad valió la pena abandonar un país donde se puede mal vivir con trabajos ocasionales, para empezar de cero en un sitio de plenitud, como Estados Unidos, pero laboralmente muy exigente para los parámetros de medio siglo de dictadura ineficiente y paternalista.
Dicen mis amigos que los artistas e intelectuales de la isla hablan de Miami con desdén pues han confundido el potencial cultural y económico de la ciudad con la prosperidad de una finca en Okeechobee. Aseguran que cuando llegue alguna forma de libertad, nadie se acordará del sur de la Florida y La Habana será el centro de todos los mimos y atenciones como solía ser.
En el ínterin, sin embargo, la indigencia generalizada deja mucho que desear y el día que asome el rostro de la emancipación, por todos añorada, no pocos se sentirán frustrados al constatar que el mundo real puede prescindir de algunos sueños colectivos y hasta individuales inoperantes.
La parentela que visita La Habana procedente de Miami, pertrechada con los excesos de la sociedad de consumo, resulta vulgar y de mal gusto para el refinamiento cultural de los intelectuales y artistas cubanos, al tanto de las últimas corrientes del pensamiento internacional aunque tengan la ropa interior empercudida por la escasez.
Estos cubanazos de la abundancia, provenientes del norte, son sólo útiles para paliar necesidades perentorias, pues los graduados de conservatorios e institutos superiores de arte aspiran a un universo trascendente, de satisfacciones espirituales, aunque miren de reojo y con añoranza los cómodos nikes del primo visitante.
Junto a la burda represión del pescozón y la amenaza que se aplica a los ignorados disidentes, convive el lavado de cerebro mediático que no ceja en su afán de desvirtuar la realidad y considera enemigos a todo el que no comulgue con la gerontocracia gobernante.
Pocos balseros flotan últimamente en el estrecho de la Florida mientras más pan con tortilla se dispensa por las calles de La Habana, resultado del progreso de la economía del régimen en materia cuentapropista. Una suerte de resignación y costumbre a la austeridad recorre la población en general, mientras los artistas e intelectuales no cesan en sus fantasías y viajes de oxigenación.
Mis amigos de Miami han regresado desesperanzados. La ecuación cubana resulta disparatada y triste. Los planes de futuro son entelequias y el presente que es rudo, cáustico, comienza en la zozobra del amanecer y termina al final de la noche luego de parar en todas las estaciones de la supervivencia y la falta de rumbo.