domingo, 13 de noviembre de 2011

A propósito de un artículo de Modesto Arocha

Por Denis Fortun

La literatura carga con un estigma que otras manifestaciones culturales no padecen. Al menos aquí, en Miami. Se trata del mal disimulado desprecio al que se expone un sujeto dispuesto al ejercicio de la creación. Una suerte de marginalidad que se exacerba, para peor seña, si tu nombre no disfruta de la solidez que ciertos promotores consideran has de merecer al instante de ser convidado a algún evento, como una Feria Internacional del Libro, por citar un ejemplo.

Y lo más terrible, si tú formas parte de la lista de esos que han resuelto publicarse con una editorial que no está ubicada supuestamente entre las de mayores éxitos, más lamentable significa el empeño. Y te vuelves más sospechoso aún.

Si no eres un consagrado al que las editoriales le caen detrás, es decir, si te consideran uno de esos que escriben por amor “al arte”, en ocasiones para la gaveta, sin importar géneros, aquellos que se promueven como una elite de establecidos promotores en el negocio presumen que “los susodichos” hemos de ser condenados al más absoluto ostracismo. Y dudan además, por extensión, de la calidad de tu obra sin siquiera someterla a juicio.

Sin embargo, lo que no mencionan los jerarcas del negocio ferial es que no necesariamente lo editado por una firma de renombre ha de interpretarse como bueno, y por tanto digno de publicidad. Son innumerables los casos que ilustran la triste historia de volúmenes al amparo de una editora de primer nivel que finalmente se descubren como un paciente comatoso. Mamotretos que ni “una ambulancia de las letras avituallada con la mejor de las técnicas de salvamento” logra revivir cuando les proporcionan los primeros auxilios, ya desde la misma imprenta.

¿Es que acaso, como sugieren algunos, se debe fraternizar con los que deciden quiénes participan o no en esta ferias, para así pasar el filtro? ¿Realmente estamos en presencia de una cofradía local?

Por supuesto, un padecimiento que lacera el sentido común de los artistas todos, y de los escritores en específico, es el ego. La enfermiza necesidad (y necedad) de creernos que alguna vez seremos trascendentales, que lo que hemos “producido” en literatura basta para que seamos eternos, ha venido a perjudicar el esfuerzo de aquellos que, con un ego parecido, a veces mayor, se diferencian del resto por el simple detalle de que cuentan con sobrado talento. Y es que esa obsesión de varios escritores “con tendencias preclásicas” por saberse éditos, lejos de ayudarnos se traduce en un perjudicial elemento que ha obnubilado ni se sabe desde cuándo al detector del que tanto hablara Mr. Hemingway. Un acto que, por falta de escrúpulos, hay editoriales que ignoran… y “allá va eso”. Luego entonces, las consecuencias; que sin dudas las hay cuando se maneja un proyecto de manera irresponsable.

Pero, si cualquier escritor asume que sus historias --o versos, ensayos, lo que fuese-- tienen una calidad mínima, y por lo tanto halla que pueden reproducirse al amparo que legitima el soporte impreso, en tiradas discretas de quizás cien ejemplares --un número que se ajusta de acuerdo a la liquidez de su chequera--, pienso que resulta válido el deseo; claro, siempre que sea “literalmente potable”. No es óbice “que tal atrevimiento” se asuma como una irreverencia que después te imposibilite clasificar para una Feria Internacional del Libro, incluso sin importar latitudes.

Lo que debe primar siempre es la calidad de lo escrito y no un sello al lomo de un cuaderno de exquisito diseño, con portada de lujo y el mejor papel para darle cuerpo a lo que, a lo mejor, no lo merece.

Qué sería de esos escritores, en su mayoría poco conocidos, si no tuviésemos el apoyo de editoriales que se mueven (y aquí tomo prestado el término de la dialéctica) por la demanda, y que intentan colimar con seriedad sus propuestas en el marco del respeto que han de regalarle (venderle es el mejor término) a sus lectores potenciales, aunque tenga uno que pagar por eso. Que al final no somos comunistas ni funcionarios que participan de los beneficios de tal o más cual cooperativa. Reconocemos que el negocio prima, lo cual nos convierte en una sociedad saludable. Las regalías, que las hay, en este negocio no son muy habituales.

Creo con toda convicción que, más que un sello de primera línea, al momento de escoger un libro para un evento lo que debe prevalecer es la estética de una obra vigorosa, legible y disfrutable, y no el dato de si el sujeto que la escribió (y la sufrió) fue capaz de sufragar los gastos bajo la egida (para los organizadores) de una oscura editora.

También es bueno acotar, en referencia a la denuncia que hiciera Modesto Arocha en su artículo publicado en Neo Club Press, que en esta edición de la Feria Internacional de Miami se van a presentar libros cuyos sus autores han corrido con los gastos de edición. Lo que prueba que una justificación como la que le dieron al dueño de la editorial Alexandria Library deja de convertirse en un argumento serio de inmediato. Y más cuando eventos de este tipo, y de probado prestigio, en otras regiones han aceptado la promoción y presencia de editoriales y sus autores “cuentapropistas”.

Igual, ¿qué de terrible hay en que uno se autogestione la producción de un libro si se sabe al margen de ese mecanismo de las grandes editoriales y el acceso le resulta casi imposible, a no ser que un día de suerte te enteres que has sido premiado en un concurso de relevancia?

Lo mismo se conoce de ferias, ya sea en Europa o América Latina, que van adecuándose a las nuevas reglas que se suceden a diario luego del destape virtual. La Internet ha marcado nuevos derroteros en cuanto a publicaciones. La tecnología ha dictado sus propias normas y los eBooks cada vez gozan de más aceptación. De todos es sabida la comodidad que genera guardar en una tableta electrónica cientos de volúmenes disponibles a la vuelta de un clic.

En fin, que refiriéndome al caso particular de la Feria Internacional del Libro de Miami, es valedero que al momento de negar la presencia de un autor y su cuaderno se tome en cuenta lo que he reiterado a la largo de estas cuartillas: la calidad de lo escrito y no quien lo publica.

¿A qué viene esa segregación de sellos “menores”, que para nada pueden competir, ya sea por su infraestructura o porque reconocen sus propias limitaciones, contra los enormes gestores de espacios como la Feria del Libro; y se tenga la certeza además, para mayor ironía, que hay otros, menores lo mismo, que participan?

Nada, que a mi juicio el asunto destila un tufo desagradable y establece precedentes inaceptables.


Publicado en Neo Club Press