hubo
una vez la charca
—historias de ranas que no vale la pena te cuente—
y hoy es caminito enquistado
de guizazos
pero hubo
antes un arroyo de márgenes estrechas
—de esos que complacen—
que fue agua mansa
—esa que Dios ha de
librarnos—
y el
arroyo se hartó de elementos
y en
su estreno de corrientes y mal tiempo se hizo río turbio
—en un inicio de caudal minúsculo—
y pronto
quedó claro y enorme
y era
mucho más que charca arroyo y río
y
mudó a riesgo de su propia suerte
y fue a besar a un golfo propenso a sofocarnos
hubo una vez el golfo
—azul de Olokun—
donde
flotaban absurdos y mesías nadando bocarriba
—por eso de tener al sol como
bitácora y promesa—
y se dice
hubo un buen signo en medio
de los cambios que participaban
todas esas aguas y los hombres
—hoy sin evidencias que fue
bueno pues sólo queda fango—
y juran los incautos más
entusiasmados
el golfo se propuso cautivar
al río
y le ofreció un solemne
sacrificio al dios que
protege los senos pequeños y
las caderas anchas
y hubo de todo
incluyendo maniobras
en tanto el mundo continuaba
arrastrando lo pendiente en
el diluvio
hubo una vez
—a secas una—
que aconteció el hechizo en
medio de promesas y aros
y el intento más allá del
agua trascendió en sinopsis
hubo también
que de haber tanto y no
notarlo
vino a suceder la sequía
y apareció para quedarse la
arena alba y su sordina
feudo árido
donde ahora se envuelve el
recuerdo a una duda
y antes hubo nada más que charca
Foto Panol de la Vega