El texto que sigue fue escrito por Alberto
Sicilia para el cuaderno, y es de esas cosas que te pasan y vas agradecer toda
la vida. Sicilia, además de un buen amigo, fue justamente por él, a inicios de
los dos mil, que llegué a la poesía. Para mí,
sin dudas representa un privilegio.
Esperaba este libro de Denis Fortún; lo
esperaba como un hombre espera que se abran las puertas del edén y adentro lo
reciban... cien mil vírgenes putas. Secuencias de una época, de un tiempo en
formación, todo libro restituye la visión del vencedor sobre su entorno. Hay
poemas de fuerza renovada que se pensaron en la isla maldita, que son parte de
una bahía del sur y que zanjan una deuda con los ponientes y describen, como
nunca, el hundimiento del sol y de la isla. Esperaba este libro, vomitado a
propulsión y razonado por un poeta hecho de fatigas cruciales, un hombre armado
de su propia independencia y libertad que se ha preparado para un salto y luego
ha asumido sus demonios y sus ángeles. Más adelante estarán los interiores, las
tierras revisitadas por el paso del hombre y por la memoria que dicta cada
huella; estarán los sitios que acomodan al poeta en su voz y lo hacen
despojarse de artificios, de falsas apariencias, de la engañosa reciedumbre de
los verbos. Yo conocí al poeta en su Isla y su Bahía. Balbuceante de notas, su
acento era certero, aún en la estación de las búsquedas; su convicción de amor
por las palabras era un signo de fuerza arrolladora, dispuesta a dar testimonio
de su fuego.
Como un film en progreso se abre este libro y
a la inversa de todas las obras, donde debes pedir salvoconductos para entrar y
pernoctar en ellas, esta llega y entra por todos tus sentidos, forma parte de
ti, que has transgredido, como el poeta, las normas y el tabú y alista tu
inconsciencia para un nuevo destino, siempre a la espera de esa puerta al amor
y a la inocencia.
Alberto Sicilia Tampa, agosto 8 de 2019