martes, 12 de diciembre de 2017

El guardián en la batalla. Palabras de presentación en VISTA 2017





 Armando de Armas y Denis Fortun VISTA 2017

por Denis Fortun

Un escritor tiene la obligación primera de radiografiar su tiempo, y hacerlo  con decoro, con veracidad. En el caso nuestro, "los criollos malditos", dispersados por el mundo a merced del descrédito por la única razón de no acatar los mandamientos de una dictadura, entonces es doblemente importante recrear eso que hemos padecido en todos estos años, amén de la ficción. “EL guardián en la batalla”, de Armando de Armas (Editorial Neo Club Press, 2017) es justamente "eso", describe un lapso en la existencia de un hombre que escapa, y desde aquí, "la tierra prometida", la llamada capital del exilio, capital que algunos pretenden desvirtuar como si padecieran una suerte de efecto placebo, descubre que su existencia se puede reducir a eso, escapar. El mundo y su reglas no se le ajustan.

Amadís, como si fuese hijo de pez, bojea, circunvala alrededor del caimán-isla, y finalmente conocedor de sus aguas y sus misterios, lo que redunda en miserias de todo tipo, lo deja atrás para establecerse en la Península, tierra en la que igual va a seguir su jornada porque es un ser inconforme con lo injusto. Hijo también de una libertad que precisa a toda costa, y no la idílica, sino esa que intuye –bajo la égida del absolutismo, y hasta me atrevo a decir que igual en democracia, la libertad es muy difícil experimentarla en su magnificencia si no te mueves por donde marca tu albedrío, y este ejercicio de dignidad carga su precio –, va contando su vida, la crudeza que asume con vergüenza y que antes mencionaba, entre tanto arremete como si de un juarmento se tratara, contra ese mundo sin estratos, chato y feo, que presupone el comunismo. Como dadaísta se porta, se mueve, se levanta, y gozador lo mismo disfruta desacralizar lo que otros de manera servil han pretendido enaltecer, vendiéndonos esa verdad improcedente, esa estafa manipulada por una izquierda indolente, sin valores. Amadis, radiografiando con sorna, porque no hay espacio para el dolor, no se lo permite.

Amadís se enfrenta con las armas que le ofrece la ilegalidad que ha elegido, que no es oveja de manso redil, y como tantos marginados que no comulga con “la epopeya”, Amadís dignifica su bajo mundo, lo defiende, es su espacio autónomo y lo conoce bien, espacio donde el honor tiene su "espacio". Pero Amadís tiene rabia, y esta lo impulsa a atacar a las huestes de los monikongos. Embiste no solo con cinismo, con la burla descarnada. Cualquier manera es válida, y lo mejor, sin el resentimiento que terminaría por consumirlo en la autocompasión, que no es otra forma que la que encarna el dolor, y que por consecuencia representa la derrota.

Es el drama, y un poco la comedia, por qué no, de un personaje que en ocasiones es príncipe, otras truhán, siempre guerrero; curador de su tiempo y de una Isla que sus orillas va terminando en zócalo, erosionándose metafórica y literalmente. Es el drama de aquellos que le rodean, los que estuvieron antes, las que estuvieron, los y las de ahora, cómplices de sus desventuras y alegrías, y de la más simple desobediencia civil que obligó a Amadís a inventarse un derrotero secundario, de zonas hondamente grises, para por fin conseguir la luz lejos de esa Isla pecera. Esta es una novela que relata las alternativas que tiene a mano un sujeto que, más que vigilante, “ellos” consideran debe ser vigilado, y que definitivamente lo ha sido; que se establece en un exilio con reglas complicadas, y como un estigma, en el otro borde del mundo que ahora habita, también terminar vigilado.

Preparando esta reseña leía otra que escribiera Armando Añel a este cuaderno, y confieso que me ha resultado sumamente interesante, y coincido asimismo por la perspectiva en que coloca a “El guardián en la batalla”: el plectro de esta historia –léase estilo más que inspiración–, el retruécano en medio de las imágenes a veces enrevesadas, escatológicas, de una picaresca vista con anterioridad en su obra, de una estructura que llega hasta el uso de la jitanjáfora, hay un recurso constante, indiscutiblemente sensible al minuto exacto de revelarse Amadís como padre, esposo, hijo amante, incluso malandro. Armando de Armas se vale de un lenguaje de alegorías en medio de lo alucinado, aun cuando lo terreno y grotesco no lo elude con mojigatería, pero en esa composición está sin lugar a dudas la certidumbre de un elemento importante en su obra, el poético, ¡y de qué forma!   

Otra razón para considerar a este cuaderno distintivo en la obra de Armando es la lucha que percibo entre el narrador que cifra una novela compleja, y el que escribe cuentos cortos. Por momentos, en “El guardián…”, considero, más que establecer una continuidad de capítulos, las historias si bien son las del mismo personaje y el expressway, ese viacrucis que deja ver la simbiosis badana de autor-personaje, y lo digo por  mencionar el escenario más recurrente donde lo poético se ofrece con mayor esplendor, estas historias podrían considerarse independientes una de la otra. Y a mi juicio el cuentero gana, lo que en mi opinión se agradece, hecho que me remite a “Mala Jugada”, libro de relatos de Armando que tengo entre mis favoritos.

A medida que voy leyendo “El guardián en la batalla” sonrió y voy tomando notas. A medida que leo un capitulo y otro, pienso en las vivencias del amigo, muchas que conozco de primera mano, esa suerte de “tinglado emocional” que le sirve para narrar y que, dicho sea de paso, en su caso están más apegadas a la realidad de lo que sus lectores suponen, aun cuando una entelequia convulsa de simbología muy individual, en un lenguaje que mixtura lo peor y lo mejor de la sublime condición humana, formen parte de una atmósfera –no entorno, no ambiente–, en el que se mueve Amadís, el protagonista por excelencia de Armando, más que su alter ego y heterónimo, su primera piel, esa que muestra sin pudor las cicatrices que el hombre esconde y el escritor muestra como trofeos.

A medida que he ido leyendo esta novela escrita hace ya más de una década, es increíble constatar su vigencia, su apego a la realidad soez y malsana de un mundo que no evoluciona, donde intentar ser independiente es castigado. A medida que leo, está patente el compromiso del autor por narrar desde la honestidad que ha de asumirse; que los historiadores oficiales, sin importar orillas, escamotean cualquier hecho que pueda manchar a la “inmaculada revolución”. A medida que paso una página y otra, no me cabe duda que muchos deben leer “El guardián en la batalla”   



Miami, diciembre 9 del 2017
Festival de Arte y Literatura Independiente VISTA
La novela "EL guardián en la batalla", de Armando de Armas, es premio compartido Reinaldo Arenas de narrativa 2017