martes, 16 de enero de 2018

Zoé Valdés, entrevista

Regresar, para mí, no contiene ningún misterio. El misterio mayor es partir. Partir sin nada, sin el apoyo de nadie, con una niña pequeña, veinte dólares en el monedero, y la maleta repleta de libros. Partir ha sido el mayor misterio de mi vida...



Es una entrevista extensa, no hay dudas, basta con mirar la cantidad de preguntas. Sin embargo, es un cuestionario que podría abarcar muchas más, y que agradezco, porque se trata, sobre todo, de las respuestas de una de las escritoras más polémicas del exilio cubano luego de 1959, y por qué no, del "intramuros" lo mismo, con una vasta obra publicada en todo el mundo. Una mujer, además, con muy poca reserva para el subterfugio, el eufemismo, por lo que dice las cosas como piensa, y que asegura, se siente libre, relativamente feliz, con su hija y su gata en medio de un Paris que siempre será atrayente.


Partir ha sido el mayor misterio de mi vida...
Entrevista a Zoé Valdés
por Denis Fortun

Denis Fortun: ¿Quién es Zoé Valdés?

Zoé Valdés: No es una pregunta cómoda, al menos para mí. Muchos se preguntan “quiénes somos”, sin poder hallar una respuesta exacta, porque aspiran siempre a una gran sentencia colosal. No es mi caso. Yo, al contrario, no estoy tan interesada en mí, ni en saber quién soy, sino más bien quiénes son los otros, los que me rodean; aunque, por supuesto, me observo a través de ellos por el rabillo del ojo y de la mente, a hurtadillas. O sea, me estimula quién soy yo junto a esos otros, y esos otros son muchas veces gente anónima o personajes de novelas, de ficción, viejos fantasmas. No soy nada más que esta que está aquí, una solitaria empedernida.  Sin dobleces, sin medias tintas, sin pensamientos oscuros, aunque cuando los tengo, como le sucede a cualquiera que se interese por la escritura, tampoco los rechazo, los apreso, y los convierto en literatura.

De niña siempre fui una persona muy triste con ínfulas de alegre, una mezcla nervaliana, por Gérard de Nerval, con Buster Keaton. Me agrada trabajar con constancia, lo disfruto, desde que me despierto, muy temprano, hasta que me acuesto, muy tarde en la madrugada. Soy noctámbula, amparada por la luna, aunque soleada desde dentro; qué remedio, en París apenas hay sol, o un sol frugal. Amo la libertad por encima de todo, y no hay nada más hermoso que un ser humano libre con conciencia de que lo es y de que dispone de esa libertad para construir algo provechoso para él y para los suyos. Fui una rebelde antes y lo sigo siendo ahora. No entiendo por qué me sigue pudiendo tanto la rebeldía. Por mucho que he tratado de aplacarla, o como mínimo, engatusarla, está vibrante en mi carácter, en mi disposición.

Poseo una pasión por conocer, por la sabiduría, por aprender de manera infinita. Tengo esa dicha, la inquietud permanente por el conocimiento. Soy más lectora que escritora, y si devine escritora fue gracias a la lectura. De niña, cuando me preguntaban qué quería ser de grande, quedaba unos minutos silenciosa, vacilaba, tartamudeaba, y respondía invariablemente con un “no sé”, o un “nada”. Lo hacía por pudor, pero puedo afirmar, que yo recuerde, mis primeras reminiscencias y mis primeras lecturas, y mi pretenciosa vida de juventud, yo sólo ansiaba vivir en la literatura, y no en la vida. Soy fiel a esa idea, o más bien, a ese deseo. El deseo es para mí más infinitamente importante.

DF: ¿Cómo llegas a la literatura?

ZV: Llego a la literatura a través de mi abuela materna, irlandesa, que era una actriz de teatro, del teatro Martí, en La Habana, una actriz muy de segunda categoría, pero que era una gran y exquisita lectora, de hecho declamaba versos, lo que se llamaba entonces declamadora, y era muy apreciado en la época. Yo era una niña muy intranquila, y como vivíamos muy “estrecho”, en un cuarto de un solar, en la calle Muralla, me subía a los muebles todo el rato. Me encantaba trepar encima del escaparate y tirarme de cabeza hacia la cama. Entonces, mi abuela, temiendo por los muelles del colchón, más que por el peligro de que me rompiera un hueso, le insistió a mi madre para que me diera un papel, o un cuaderno, y un lápiz, y al punto se sentó conmigo, con uno de sus libretos, y con la intención de repasarlo conmigo. Ella leía en alta voz y yo anotaba las palabras que me gustaban por su sonido, y ella me corregía las faltas de ortografía. Aprendí a leer y a escribir con tres años, mi abuela me enseñó. Así empezó todo. Y nada más y nada menos que con poemas de Charles Baudelaire en español y en francés, aunque ella lo hablaba con mucho acento, un incorrecto acento. Aquello de ses ailes de géant l’empechent de marcher, “sus alas de gigante le impiden caminar”, me sedujo -corresponde a El Albatroz. Entonces, lo que comenzó como un juego tranquilizador, fue tomando forma de ensueño, de quimera desmesurada, en mi cabeza; una especie de idea romántica.

Después, mi madre me mandó un tiempo a Cojímar, para que pudiera ir al mar, por mi asma, y también para que canalizara mis ansias aventureras -yo era muy marimacha entonces-, y me subiera a los árboles cuanto quisiera, y explorara la naturaleza. Por supuesto, aprendí a escalar los árboles, matas de ciruelas, de lo que fuera; también me iba al Golfito, a nadar sola. Pero siempre con algún libro que mi abuela me conseguía o que yo misma buscaba y compraba en las librerías. El poco dinero que mi madre me daba, porque era camarera y ganaba una miseria, lo invertía en libros. Mientras que las demás niñas se preocupaban por ser las más bonitas y atractivas, yo anhelaba ser la más inteligente. Sería porque no ignoraba el hecho de que no era nada agraciada, y sólo me quedaba el otro camino. Porque, además, mi abuela, que sí era una mujer muy bella e inteligente, y muy seductora -cabellera rojiza, ojos intensamente azules-, se dedicaba a dejarme claro lo siguiente: “Tú, bonita no eres. Tú eres una fea atractiva, inteligente. Inteligente, eso sí”. Y lo subrayaba a menudo, y puede que me haya marcado, y sea esa la razón por la que trabajé en ese sentido, en el de la creación, la espiritualidad. Empecé a escribir un Diario -como cualquier escritor-, eso ocurrió a los once años, al que llamé más tarde “DiaEros”, y también poesía. Tuve el gran honor de que mi abuela declamara algunos de mis poemas públicamente. Así empezó mi amor por la literatura, a través de la lectura, muy temprano. Es un amor eterno, que no traiciona nunca.

DF: La literatura cubana en el exilio, sin reducirnos a espacios geográficos, a tu juicio, cuáles voces consideras sobresalientes. De la que se factura en la Isla, dame tu opinión. ¿Crees que sean dos literaturas desemejantes?

ZV: No leo ahora demasiada literatura cubana, antes leía más. Cuando estaba en Cuba, sí vivía más pendiente de esa producción. Desde hace tiempo y en la actualidad me interesan casi todas las voces cubanas del exilio, porque creo que desde el siglo XIX la verdadera literatura cubana se ha escrito desde el exilio. De los contemporáneos, prefiero a Guillermo Cabrera Infante, Lydia Cabrera, Leví Marrero, Carlos Ripoll (historiador de José Martí), Reinaldo Arenas, entre otros, pero esos son los principales, no los únicos, aunque fallecidos; Juan Abreu, José Abreu Felippe, Armando de Armas, Daniel Fernández, Yanitzia Canetti (aunque ella no sé si se considere personalmente exiliada, pues ha regresado a Cuba, en cualquier caso vive fuera y su obra ha sido creada en gran parte fuera de Cuba, y es una amiga a la que soy fiel).
No leo nada de lo que vive y se mueve en Cuba, porque supongo que lo que es realmente bueno no me llega, tampoco leo a esa gente que afirma que vive en Cuba y que en realidad lo hace en un asiento de un Boeing (como escribió en una ocasión Carlos Payá), y para colmo viajando mal, porque no viajan para conocer, viajan para aparentar.

Ahora releo la novela-ensayo de Álvaro Alba, “En la pupila del Kremlin”, leída hace tiempo, y que fue plagiada descaradamente por uno de esos autores famosos de los Emiratos Insulares Shithole de Cagonia Esclava, ex Cuba.

Si yo viviera en Cuba ahora, no me leería ni a mí misma. En otros tiempos ya hubiera sido otra la opción y mi decisión, pero esos tiempos están demasiado lejanos y tampoco siento ninguna nostalgia por ellos.

Y no creo que haya literatura cubana alguna, no creo en ese sentido de pertenencia regional, ni en una literatura chilena, ni argentina. Yo amo a Jorge Louis Borges, a Manuel Mujica Láinez,  a Octavio Paz, a Mario Vargas Llosa, a Dulce María Loynaz, a José Lezama Lima, y a José Martí por encima de todos, por nombrarte algunos autores. Los amo porque son grandes autores y punto. Pero no ubico a nadie en un sistema nacional, ni mucho menos nacionalista, ni tengo una idea geográfica ni turística de la literatura y el arte. Mi pertenencia es exclusivamente espiritual.

DF: De la literatura cubana que antecede a 1959: autores que te hayan servido como referentes, influencias que sientas se manifiestan en tu obra.

ZV: Mi referente principal es José Martí, el más universal. Por lectura, y por la lectora fiel de su obra que soy. Reafirmo que antes que cubana soy martiana, porque mi patria es Martí. También José María de Heredia, el cubano-francés simbolista que estuvo nombrado y designado académico en la Academia Francesa antes que Paul Valéry, Gérard d’Houville, que no es más que el seudónimo de novelista que usó su hija, Marie de Regnier, casada con Henri de Regnier y amante de Pierre Louÿs, tan buena escritora como su padre; Gertrudis Gómez de Avellaneda, Julián del Casal, Juana Borrero, obra breve, infantil entre comillas, e intensa; Félix Varela, Cirilo Villaverde, el tan denostado Carlos Loveira… La generación de Orígenes, su figura principal, José Lezama Lima, con sus excepciones y excepcionalidades.

En general, me interesa todo lo que se escribió antes de 1959, lo bueno y hasta lo que yo considero malo, y que otros por el contrario consideran bueno. Desde mi primera juventud en Cuba pervivo con esa manía de los libros viejos, y de las librerías de viejos, que les llaman, y allá donde voy las busco y encuentro; manía o maña que comparto con mi mejor amiga, desde la adolescencia, Enaida Unzueta. En Buenos Aires me di banquete, supongo que tú también, por lo visto de tu viaje reciente.

DF: ¿El hecho de ser un escritor que se enfrenta a la dictadura castrista abiertamente, y además, mantener una actitud muy distante de lo políticamente correcto, piensas que redunda en un lastre que te convierte en un apestado para las grandes editoriales de hoy, y el mundillo del arte en general?

ZV: Sí, en efecto, ser procastrista es un gran negocio, e incluso serlo entre líneas todavía lo es más y mejor. Por el contrario ser anticastrista es de una peligrosa honestidad que se paga caro. Yo he tenido y tuve siempre muy buena relación con las editoriales y con la prensa, inclusive con aquellos críticos –cuando todavía existían los verdaderos críticos, tuve la dicha de conocerlos personalmente y de que escribieran sobre mi obra- que hicieron crítica desfavorable de mis novelas. Y también encontré en mi camino pedruscos poderosos que me hicieron y me siguen haciendo barrera, y que me han clausurado puertas, las que yo tenía abiertas única y exclusivamente debido a mi trabajo, y no por mis acciones ideológicas (nunca serví a ideología alguna ni ninguna ideología me ha servido a mí para nada) y mucho menos por mis ideas políticas, ideas y no militantismo, aclaro.

La primera persona que se interpuso en mi camino, enviada por el Gabo, y el Gabo imbuido a su vez por Fidel Castro directamente, tras la publicación de ‘La nada cotidiana’ fue la agente literaria catalana Carmen Balcells, de la que todos hablan maravillas. Yo también, creo que fue una excelente agente literaria, pero una espantosa y cegata pro castrista. Luego, la editora Beatriz de Moura, también hizo lo suyo; la escritora Rosa Regàs, que me difamó públicamente, entre otras y otros. Nunca, lo preciso, estas señoras me enfrentaron, ni me manifestaron nada directamente a mí, pero sus malas vibraciones y chismorreteos sobre mi vida y mi obra me llegaban a través de terceros. Una pena, porque creo que son mujeres de una gran calidad, valiosas, como agente la primera, como editora la segunda, y como escritora la tercera. Y siempre las traté con mucho respeto. Pero ellas mismas no se trataron con respeto en relación a mí.

DF: De tu obra en prosa, cuál es tu favorita. La poesía, qué lugar ocupa en ti. El cine…

ZV: No tengo favoritismo en nada, ni por nadie. Puedo objetar, no sin equivocarme, que mi mejor novela es la que acabo de escribir, por lo que ella representa para mí –en este momento de mi vida- y para la historia de esa Cuba, esa que ya no existe porque nos la escamotearon. Siento mucho cariño por mi primerísima novela escrita a los veinte años, “Sangre Azul”, y por “La Nada Cotidiana”, que me dio a conocer mundialmente. Empecé escribiendo poesía y nunca dejé de hacerlo. Tengo seis poemarios editados en castellano y uno en francés, o sea siete, y saldrá un octavo pronto en español y en italiano.

El cine es otra forma de respiración vital. Mis dos pulmones son la palabra y la imagen, por ambos respiro. Siempre he trabajado en el cine y lo sigo haciendo, aunque sea de manera oblicua. Produje documentales de pintores cubanos exiliados cuando nadie se ocupaba de ellos, y ahora muy pocos se acuerdan de ese interés mío y de esas producciones cuando se refieren a estos pintores, que han devenido santos. A todos los conocí, y fueron mis amigos. De modo que el cine y la pintura, hablo de la pintura, no de eso que se hace ahora y que no sé lo que es, ni me interesa, son para mí fuentes imperecederas de inspiración y trabajo.



DF: Algunos te acusan que estuviste “conectada” con la élite del poder cultural cubano ¿Qué les diría a los que supuestamente “no olvidan” y aseguran conocerte?

ZV: No tengo nada que decirle a nadie porque jamás oculto nada, todo está en mi obra y en mis entrevistas, y hasta en mi página de Facebook-Candela al Jarro. Mi conexión con ese supuesto poder en Cuba es la siguiente: A los 18 años me casé con un hombre que era muy amigo y trabajaba con Alfredo Guevara, en aquel momento creador y presidente del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), y amigo de juventud de Fidel Castro, comunista a su manera, afrancesado más que sovietizado; figura controversial donde las haya. Meses después de esa relación y matrimonio, que parecía normal, me confiaron que mi esposo y Guevara mantenían una relación amorosa, de la que siempre estuve ajena, tampoco nunca los vi en la cama. Mi vida, entonces, durante siete años fue absolutamente monacal, entregada al sacerdocio de la literatura, y al conocimiento, porque con mi esposo podía leer libros que él conseguía, primero a través de José Lezama Lima, de quien fue también muy amigo y discípulo, y con quien también se le atribuye una relación amorosa, plasmada en un poema bellísimo que se titula “El esperado”, y después, a través de sus viajes. Le agradezco a ese primer esposo toda la sabiduría que adquirí con él, a través de esos libros que me prestó y de sus vivencias; ya, después, el horror conyugal forma parte de mi vida privada. A través de él conocí a Alfredo Guevara, que siempre me trató –dicho por él mismo- como la esposa de su amigo, que era lo mismo que Venus, su perrita, en relación a Bachus, su perrito predilecto, la atracción que lo mantenía cercano.

Nunca sostuve en esos años conexión ninguna, ni mucho menos directa, con el poder, ni tampoco me beneficié de nada. Seguíamos viviendo en un cuartucho en Mercaderes 2, el Solar de los Intelectuales, así le llamaban, con baño colectivo y sin cocina, con un pequeño reverbero de luz brillante o keroseno, y comiendo de la libreta de racionamiento como cualquier cubano. Tras el fracaso monumental de la película “Cecilia”, dirigida por Humberto Solás y producida por un entusiasta Alfredo Guevara, y el ICAIC, en la que trabajaron muchas personas que hoy se encuentran en el exilio en Miami y en otras partes del mundo, incluido mi primer esposo, Fidel Castro, en un ataque de ira de los que a él le cegaban, ejecutó la destitución de Guevara. Su destitución supuso enviarlo a un exilio de terciopelo en París como embajador de la UNESCO, a lo que él aceptó porque no podía elegir. Estamos hablando del año 1983, en aquellos años todavía enviar a un funcionario de la categoría de AG a un país capitalista, era más un castigo que un premio, un premio hubiera sido considerado el nombramiento en un país comunista.

Recuerdo que mi esposo me pidió que saliéramos esa noche a hablar mientras caminábamos por el muro del Malecón, y me anunció que Alfredo Guevara le había propuesto irse con él a París, en el equipo que él formaría, y que él debía aceptar, pero que para viajar debía irse con una esposa, o sea, conmigo, cosa de evitar comidillas. Como comprenderás accedí, no sólo porque yo en aquel momento concebía el amor como una entrega total a ese hombre, además entre cargar cubos de agua a diario en un cuarto de La Habana Vieja y bañarme en un baño colectivo con un “mirahuecos” al que tenía que estar esquivando, llamado Al Cafotano, con nombre de mafioso. Luego entonces, cualquiera hubiera hecho lo que yo hice, irme con él a París, ciudad con la que yo soñaba a través de la literatura. Había leído ya “En busca del tiempo perdido”, en la edición que había pertenecido a Lezama, y acotada por él, pues Lezama se la había regalado a mi esposo. También, mucho antes, había leído toda la obra de Lezama, porque había conocido a María Luisa, la viuda de Lezama, y la visitaba asiduamente.

Cuando por fin se produjo el viaje, contaba 23 años, y pasé cinco años en una ciudad y en un país maravilloso donde no todo fue maravilloso, como podrás suponer. El control por parte de la embajada castrista era muy recio y yo siempre he sido un espíritu libre. Antes de salir -y lo preciso bien-, hicieron una verificación exhaustiva, sobre todo política, de mi persona: yo había sido expulsada de la universidad y mi padre había sido un preso político que acababa de ser liberado. Pero las mañas de Alfredo Guevara hicieron que eso pasara a un segundo plano, y se notificara como importante pero no decisivo. Tras esos cinco años, regresé forzada a Cuba, lo que era normal en mi caso; me divorcié, y después de muy breve tiempo me volví a casar. Mi segundo esposo murió en un accidente de avión, fueron cuatro años de vida en común. Nos distanciaban infinidad de discusiones políticas, él era, más que castrista, de izquierdas, un convencido al que le decían Pepe Kruschov, y yo seguía con mi rebeldía lógica de la edad y de mi carácter, pero nos amábamos y pese a esas diferencias, pues nos entendíamos. Tres años después de su muerte encontré al padre de mi hija, y vivimos veinte años casados, en el exilio en París.

Mi relación con el poder, entonces, como ves, fue breve y sobre todo leve. Es curioso que nadie cuestione la relación de mi primer esposo con el poder, que sí fue él quien la tuvo. Nadie dijo nada cuando, por ejemplo, presentó a la bloguera Yoani Sánchez en México, pues que fue él quien lo hizo. O tampoco cuestionen el caso de Guillermo Cabrera Infante, que fue directamente diplomático en Bélgica y viajó con Fidel Castro a Estados Unidos, como él mismo cuenta en sus libros, a la misma edad en la que yo me estaba ya exiliando. Ni tampoco se comente sobre la participación política de Juan Arcocha, también diplomático, y un escritor injustamente menos conocido. O de la presencia del poeta Raúl Rivero como corresponsal de Prensa Latina en la URSS y mano derecha de Toni Pérez Herrero, el tercer hombre desde el punto de vista ideológico de Cuba, jefe del PCC, antes que Carlos Aldana. O del propio Jesús Díaz, creador y director de la Revista Cuba Encuentro, que fue el secretario general del Partido Comunista del ICAIC, y que se dedicaba a colgar en el mural, quiénes hacían la guardia y quiénes no. O del miliciano Leonardo Padura, y de su puesto relevante en la UNEAC CUAC CUAC (como la llamaba Reinaldo Arenas). Es muy curioso que no investiguen y comenten sobre Wendy Guerra y sus relaciones con el Gabo y la Escuela Internacional de Cine. O sobre Daína Chaviano y su relación con Wichy Nogueras, que también fue mi amigo, y su otra amistad con Mario Rodríguez Alemán, reconocido censor perteneciente a la corriente del realismo socialista de la isla. Ni se hurgue en el pasado de Pedro Juan Gutiérrez y su actuación como periodista oficialista de Verde Olivo, la revista del MINFAR, y Bohemia. Ni la relación estrecha de Wendy Guerra, reitero, con Gabo y Norkita Korda, a lo que a mí no me corresponde contestar, porque no soy la indicada ni me interesa para nada la vida de nadie.

Existe una especie de fijación malsana conmigo, y un cúmulo extraño de mentiras e infamias que, dicho sea de paso, tampoco me importan demasiado. Pero, desde luego, esa persecución moral de mi persona no debe dejar vivir confortablemente a los que la ejercen a diario, y mienten sobre mí.

Mi relación con Alfredo Guevara, que jamás llegó a ser verdadera amistad –aunque sí reconoció que yo era la mujer más inteligente que él había conocido-, terminó cuando cesaron mis cuatro años de contratación como Jefa de Redacción y Sub Directora de la Revista “Cine Cubano”, para lo que me propuso porque yo estaba desempleada, mi amigo el poeta Antonio Conte, “el Niño Conte”, a quien conocí durante mi primer matrimonio, y que en ese momento era el que ocupaba el cargo de Jefe de Redacción de la Revista “Cine Cubano”, pero lo habían invitado a ir a Colombia, viaje que aprovechó para quedarse, y me propuso como su reemplazante. Antonio Conte luego se exilió en Miami, donde murió de un infarto, gran poeta y gran persona, muy vinculado, por cierto a la Revista “Cuba Internacional”, que fue una revista como de elegidos, creada por el régimen, por supuesto, hacia el extranjero, y donde también trabajó Reinaldo Escobar, alias “Macho Rico” para sus amigos, como él bien aclara, actual esposo de Yoani Sánchez, y que fue mi amigo en aquella época de juventud, cuando él estaba casado con Sonia Pérez, también fotógrafa de “Cuba Internacional”.

No tuve ninguna relación profunda con el poder, ni jamás fui privilegiada directamente por el poder castrista. Trabajé para el estado cubano solamente siete años, bajo contratación, en una institución cultural. Me exilié a los 34 años, y jamás fui militante de nada, ni le hice ningún daño a nadie. A mi sí que me lo hicieron, y me lo siguen haciendo, y mucho, con ensañamiento y alevosía. Tampoco me preocupa. Uno se muere cuando se muere. Y la verdad es mi verdad, la que vivo a diario.

Curiosamente, tampoco se indaga, ni nadie o pocos se interesan, por conocer mis intervenciones en pro de los pintores contestatarios de los 80, y mi defensa y apoyo desde la revista “Cine Cubano” a cineastas underground en la isla, y mis enfrentamientos a Alfredo Guevara y al propio Fidel Castro a partir de mi guión ‘Vidas paralelas’, que es el primer guión antes que ‘Fresa y chocolate’, y tiene como protagonista a un homosexual y a un guaposo, Orlando Urdaneta, venezolano, y Omar Mohinelo, cubano; que ambos protagonistas pueden dar fe. La polémica alrededor de esa película amenazó con silenciarnos a todos, y de hecho la película fue eliminada con los pretextos más absurdos e injustos, y otros justos, porque debimos de haber ido a más, pero yo sólo era la guionista. Que por cierto, hoy aparece el director como co-guionista, y ese guión lo escribí yo sola. Curioso también que se ignore mi renuncia a pertenecer a organismos de masas elementales, CDR y FMC, y otros menos, como la UNEAC CUAC CUAC, y mi firma en un documento opositor, del que luego fui extrañamente borrada.

Soy hoy una mujer libre, relativamente feliz, con mi hija, con mi gata “Sócrata”, con mi soledad, y con el hombre que amo y me ama, el hombre al que siempre esperé, aunque ahora vivamos lejanos uno del otro.


DF: ¿Cuándo y por qué decides salir definitivamente de Cuba? ¿Por qué Paris y no Miami?

ZV: Nunca quise irme de Cuba, mientras mis amigos enloquecían por marcharse yo vivía con esa idea romántica en mi aturullada cabeza de que las cosas había que cambiarlas desde dentro. Muchas veces estuve tentada a irme, una de ellas solamente por acompañar a alguien a quien quise mucho, un amigo que se largó en una balsa. No lo hice, por mi, por mi madre, no por miedo, yo muy pocas veces tuve miedo. Cuando a mi padre por fin le dieron la salida, y se fue mi mejor amiga, entonces empecé a pensarlo seriamente. Incluso, cuando vivía aquí en París en aquellos años 80, con mi primer marido, estuve a punto de hacerlo, de quedarme, estuvimos a punto de hacerlo. Pero él siempre se debió a la fidelidad y al agradecimiento con Alfredo Guevara.

El déclic definitivo lo tuve cuando ocurrió la tragedia del Remolcador Trece de Marzo, mi hija estaba recién nacida y yo no quería que mi hija viviera lo mismo que yo viví, yo ya había perdido las esperanzas de cambiar algo desde dentro. Sabía que aquello tenía dos vías: la cárcel o el exilio. El 5 de agosto de 1994, el día del Maleconazo, le puse punto final a “La nada cotidiana”. Un amigo francés imprimió el manuscrito en su hotel, y se lo llevó con él.

Salí ese día muy temprano con mi hija en brazos a dar un paseo por el Malecón, a que tomara el sol, y entonces me encontré con el fenómeno del Maleconazo. Momentos muy intensos y angustiosos. Preparé todo minuciosamente y muy rápido, con ayuda de dos periodistas franceses, Jean-François Fogel y Bertrand Rosenthal, coautores del libro Fin de siècle á La Havane. Les secrets du pouvoir…, y de una profesora y traductora de “La nada cotidiana”, Carmen Val Julián, de la Escuela Normal Superior.

La Escuela Normal Superior me cursó una invitación de tres meses para impartir unas conferencias sobre la poesía amorosa de José Martí, y mi editorial francesa se ocupó de las invitaciones de mi hija y de mi marido. Ya yo había osado –por lo que había tenido serios problemas políticos- publicar mi primera novela “Sangre azul”, sin la autorización de la agencia CENDA, que dirigía el argentino Jorge Timossi, y que controlaba los derechos de autor de los escritores cubanos en el extranjero (una manera de ellos ganar dólares). Sólo dos escritores en la época habían osado firmar contratos de forma independiente con una editorial francesa viviendo en Cuba: Reinaldo Arenas y después yo. A Arenas le costó dos años de cárcel, entre otras injustas acusaciones. En mi caso, cuando lo firmé, todavía no había leído “Antes que anochezca”. Ahí fue que me enteré de la verdadera causa, o una de ellas, de la prisión de Reinaldo: publicar en el extranjero, aparte de su homosexualidad, claro está, pero sobre todo su firme posición política en contra del régimen.

DF: El General, es evidente que no pretende dejar la silla del poder en Cuba tan corridamente, a pesar de haberlo prometido, pero de levantarse, seguirá sentado en la de Primer Secretario del Partido, la que es objetivamente el verdadero poder. Todo se va a reducir a un cambio de butacas y renovados cojines, y uno que otro cuadro viejo colgando en una nueva oficina. Sin embargo, esto de una manera u otra va acontecer, y un día, quiera Dios no sea muy lejano, El General va a terminar, al decir de Heberto Padilla, “fuera del juego”. ¿Qué avizoras para Cuba después que Raúl Castro ya no forme parte del casting actual? ¿Podría darse el escenario de que el castrismo se enraíce como doctrina, una seudo ideología, y llegue a presentarse, incluso, como un nuevo partido?

ZV: No creo que Raúl Castro deje el poder nunca, como tampoco lo dejó su hermano jamás, incluso después de su tan cacareada jubilación. Ellos sólo se apartan del poder al morir cómodamente en sus camas. No creo en ninguna sucesión viable que solucionará nada, esa sucesión será familiar, y de a dedo, como ellos acostumbran. Miguel Díaz-Canel pudiera ser nombrado, pero la familia controlará invariablemente a través del hijo de Raúl Castro, Alejandro Castro, o de la hija, Mariela Castro, más conocida como ‘Mocopegao’, que son los que llevarán el mando, junto con los militares. Allí no se moverá nada sin el dominio de la mafia Castro.

El Partido Comunista no necesita presentarse como nuevo Partido, puesto que hasta el momento es el primer y único Partido de ese desdichado país. De nuevo y de novedoso no tiene nada, más bien de anciano y decrépito sí que tiene mucho. No pienso que ellos aceptarán, ni de broma, ningún tipo de pluripartidismo, y por otro lado los cubanos de a pie tampoco se interesan demasiado en eso, lo que no quiere decir que la oposición válida lo intente mediante figuras legales que se salten la supuesta ‘legalidad castrista’, pero que cumplan la legitimidad internacional. Pero los cubanos, o “kubanoides”, término prestado del maestro Andrés Pascual, andan muy ocupados en el nuevo ritmo de moda, y en buscar la manera de escapar de aquel infierno.

Escribí y publiqué una ‘Propuesta para una Cuba verdadera, vital y libre’, muy pocos cubanos se han interesado en ella. Nadie de la oposición, aparte algunos miembros del MCL (Movimiento Cristiano Liberación) me ha hecho comentario al respecto.

DF: ¿Para ti, qué falla en la oposición cubana, que luego de tanta miseria social, económica, y durante más de medio siglo de férrea dictadura, no se consigue aun aglutinar a una sociedad que padece de todo menos lo bueno, para que finalmente suceda una insubordinación total? ¿Alguna corriente, una figura en particular con la que simpatices?

ZV: Falla todo, porque el sistema, durante seis décadas ha construido, y cometido, una pirámide de inmoralidades y crímenes en los que se basa la mera existencia, y por supuesto, ese ha sido el nefasto pilar de toda la sociedad. Muy pocos se salvan de esa matriz podrida. Y resulta más fácil readaptarla a las necesidades propias que tumbarla para edificar otra.

Con la única corriente con la que simpatizo es con el Movimiento Cristiano Liberación, que es la única real existente -con diferencias, por suerte, porque nuestras diferencias son comprendidas-. Tuve esas diferencias con Oswaldo Payá, en vida de él lo critiqué públicamente y por escrito, y él tuvo la grandeza de responderme cuando lo conocí aquí en París. Aunque no abracé totalmente sus intenciones, me convencieron su forma cercana y diferente de abordar los temas, su inteligencia. Payá tenía otro lenguaje, un lenguaje fluido, de entendimiento, aunque no compartiéramos las mismas experiencias, ni las vías, pero teníamos el mismo objetivo, la clara libertad de Cuba, de una Cuba próspera y decente, en la medida en la que la decencia sea vista y admitida en el mundo de hoy -a mi juicio-, y sin los Castro. Si lees el capítulo que le dediqué en “La Ficción Fidel”, mi crítica es dura para con él y para el MCL en su posición relativa al exilio, pero al final termino afirmando que “este será probablemente el único hombre con el que se podrá contar para pensar en el futuro de una Cuba libre”. A Payá se le podía criticar, y él respondía con indulgencia, no se hacía el loco, no evitaba, no hacía como si tú no existieras. No, Payá respondía, y respondía de manera inteligente, caballerosa, y convincente. Reitero, aunque no estuve y no estoy de acuerdo con algunas de sus perspectivas, puedo concluir que ha sido la figura más importante que ha tenido Cuba en los últimos veinte años.

Lo demás, pues mira, en una época me interesé bastante por algunos opositores de dentro y del exilio, ya hoy en día los veo poco sugestivos. Creo todavía firmemente en los “Presos Plantados”, en la labor de “Alpha 66”, de Ángel de Fana y de Ernesto Díaz, de Sylvia Iriondo y “MAR por Cuba”. “Hermanos al Rescate” fue una organización que salvó muchas vidas de balseros cubanos, a pesar de lo que se diga y hasta se invente.
Y tengo una amistad histórica con la familia Batista y con los Díaz-Balart, en la que hay también muchas diferencias entre mi pensamiento y el de ellos

En la Aquella Isleta ha coexistido desde el 2007 hasta la fecha una oposición que yo llamo “bichidisidencia”, muy apropiada y conveniente para Raúl Castro. Esto empezó mucho antes de algunas publicaciones en el extranjero, y bajo la máscara de un supuesto exilio condescendiente y “encontrón” con la tiranía, y se condensó, tomó fuerzas a partir de un grupo de blogueros y falsos opositores, “empresarios” –como ellos mismos se han definido- de la Cuba Inc. Raulista Fraudulenta, y de lo que Oswaldo Payá supo alertar –como algunos de nosotros desde el exilio- y de lo que él mismo fue en parte víctima, y que le costó la vida finalmente.

De modo que veo solamente en estos momentos como un movimiento verdaderamente activo al MCL, y aunque como sabes, su líder, Eduardo Cardet, fue condenado a tres años de cárcel de manera injusta y todavía se encuentra en prisión, tienen muy movilizada a su coordinadora Rosa María Rodríguez. Es un movimiento que trabaja en silencio, como hormiguitas, y llegan de la manera más discreta y efectiva a los lugares más recónditos de la isla, sin apoyo de ningún tipo. El resto, a estas alturas, me parece poco fiable y en el peor de los casos muy oportunistas, y sin ningún proyecto fundamental y esencial.

DF: Eres sumamente controvertida, radical en algunos casos, y las pasiones son intensas en ti y en ambos bandos: unos te odian, te acusan de cuanto se les antoja; otros te defienden “a capa y espada” y muestran a cada minuto su solidaridad ¿Zonas para la concordia en Zoe? ¿Perdonas a tus enemigos, y de paso ofreces la otra mejilla…?

ZV: No pretendo ser controversial como no sea a través de mis escritos y de mis ideas, a veces a través de mis poses públicas de escritora. La verdad siempre es radical, por eso es verdad, y para llegar a ella no sobran las controversias, más bien faltarían. No hay verdades a medias tintas.

Soy apasionada en el amor, pero no en el pensamiento. Poseo, aunque no lo demuestre intencionadamente, una semi formación cartesiana, pues llevo muchos años en Francia, y la pura razón forma parte de mí. La estudio y la asimilo, eso sí, desde mi insularidad. Aprendí a pensar con José Martí, con Félix Varela, y en Francia con sus pensadores, escritores, poetas y filósofos, así como con otros pensadores y creadores europeos.

En cuanto al odio que tú dices me tienen, aseguran por ahí que el odio es una manera de amar, de profesar el amor, de reconocer, y así lo tomo. Los que asumen mi defensa, pienso que son personas valientes, justas, y lo agradeceré toda mi vida. Mi zona de concordia es la inteligencia. Me enamora y me seduce la inteligencia. Con la imbecilidad y la ignorancia no puedo, no comulgo, no consigo fraguar nada, objetivo y no objetivo.

No tengo enemigos, ellos me tienen a mí. De manera que no tengo nada que perdonar. Sostengo y mantengo, eso sí, un combate, y ese combate es en contra del castrocomunismo y del comunismo.

DF: ¿Tienes fe que, en un futuro seamos una nación democrática, basada en el respeto a la ley y el orden, amantes del derecho propio y ajeno? ¿Por el contrario, estamos tan jodidamente condenados a padecer de manera perpetua, debido a lo que unos llaman “nuestra idiosincrasia”, “la cubanía”?

ZV: No tengo fe en nada que provenga del ser humano, o “humalo”. Que me perdonen Dios y Martí, no tengo fe en el mundo ni en la humanidad. Tampoco la tengo en esa Cuba que veo ante mis azorados y apesadumbrados ojos, y que me horroriza. La humanidad ha atravesado por períodos espantosos y por momentos sublimes. El padecimiento, sin embargo, ha sido perpetuo, en una u otra dirección y dimensión. “La vida es una estafa”, cito a mi mejor amigo, el pintor Ramón Unzueta, que en paz descanse. La perfección no existe, y los cubanos no estamos exentos de ese fatum o destino cruel, que no es precisamente un destino, a mi modo de ver, sino más bien resulta una consecuencia de la historia fatal e inhumana de la humanidad a través de los siglos.

Medio siglo de tiranía nos ha enseñado bien poco, por lo que se puede comprobar; o bien poco hemos ansiado aprender y asimilamos cada vez menos de las experiencias vividas. Sin embargo, sigo añorando comportarme con ademanes positivos, y sólo deseo lo mejor para el mundo y para Cuba. Esa Cuba, que deberá en algún momento regresar a sus antiguas aspiraciones de universalidad y civilización, por las que tanto se luchó antaño.

DF: ¿En una Cuba democrática debería proscribirse el Partido Comunista Cubano, tal y como hicieran en Ucrania?

ZV: El comunismo, así como todos sus símbolos y representaciones, debieran proscribirse como se ha hecho con el fascismo, el nazismo, y sus símbolos y atributos. Claro, ellos siempre encontrarán una forma de deslizarse bajo otros nombres y facciones. Pero urge que, de manera real y no solamente simbólica, en honor a los millones de víctimas, el comunismo sea considerado uno de los peores enemigos de la humanidad, indigno de ella y de representarla por cualquiera de sus vías, y que en consecuencia sea borrado de la faz de la tierra.

DF: ¿Proyectos inmediatos y a largo plazo que tengas?

ZV: He vuelto a la poesía, de manera inesperada, insólita, aunque puedo descifrarlo: estoy muy enamorada. Dulce María Loynaz me confesó hace años en una de aquellas visitas tremendas que me convirtieron en su devota lectora y amiga, y que recuerdo a menudo con otra persona muy querida para mí, y que también fue su amigo y lo es mío, el escritor, ensayista y profesor Alejandro González Acosta, que “escribir poesía de viejo era una grosería ridícula, que la poesía se escribía de joven”. Pues estoy encantada con esta otra grosería ridícula de las mías.

He terminado por fin la novela de Batista, y en Francia saldrá este año una novela erótica y también política, sobre la sexualidad habanera en los años 70, y sobre el deseo y la libertad, desde luego. He publicado recientemente en Francia una noveleta sobre los últimos días de Paul Gauguin, que ha salido editada junto con la magna exposición que le dedica el Grand Palais en París. Y acaricio varias ideas que todavía no están demasiado concretas en mi mente…

DF: Cuba: ¿una herida que no cierra? ¿Regresarías alguna vez...?

ZV: Mi gran herida, la cicatriz abierta, se llama José Martí, su muerte me duele cada día, y su poesía y su escritura me acompañan día y noche. Cuba ya es sólo para mi Aquella Isla donde nací y crecí, y a la que no reconozco en la Cuba actual.

El mundo es vasto, y he descubierto otros mundos y otras islas. Hay una que amo, se llama Loyalty, “Lealtad”, es hermosa y me conviene emocionalmente, desde su nombre hasta la espesura de su naturaleza. Regresaré a Cuba, cuando existan la libertad y la democracia, para observar y volver a levantar el pie de inmediato. Por el momento es lo que pienso, podría cambiar de parecer, podría suceder que no regrese nunca, pase lo que pase. Regresar, para mí, no contiene ningún misterio. El misterio mayor es partir. Partir sin nada, sin el apoyo de nadie, con una niña pequeña, veinte dólares en el monedero, y la maleta repleta de libros.
Partir ha sido el mayor misterio de mi vida...