Lo veía cada mañana levantarse como si fuese su último día; es decir, cansado, muy cansado. Luego de bañarse, se pasaba varios minutos peinando su abundante pelo blanco, demasiado si tenía en cuenta sus mal tratados setenta y tantos. Después, un buche de café, un tabaco, y sin mirar a mi vieja, le anunciaba que se iba a trabajar en su tarea diaria: de una vez conseguir la libertad perdida. Ya su intento por hacerlo desde adentro, le había costado 18 años de presidio.
El día que mi madre me avisó que él había fallecido de un infarto en casa del ex-comandante, sentí mucha pena por todas esas gentes que esperan. Entonces, de un impulso, sin saber cómo, me vino a la mente este corto poema que al tiempo titulé “Paciencia”.
Frente a un espejo de balsas peinas canas
esperando termine la fiesta de otro chivo.
esperando termine la fiesta de otro chivo.