jueves, 3 de diciembre de 2009

La pelea del siglo



Genaro Malta se sentó visiblemente nervioso en uno de los magníficos butacones de caoba forrados con piel de llama e incrustaciones con cristales de zwarovski, que estaban a ambos lados de una inmensa puerta blanca de dos hojas con empuñadura y bordes oro, que permitía la entrada al enorme salón a que fue citado dos semanas atrás para que participara en una reunión en extremo confidencial

Sin tener la certeza de el por qué, desde que le avisaron oficialmente que tenía que estar en el Palacio de Gobierno con puntualidad el día fijado, reparaba en su existencia como si se tratase de una película en retrospectiva. Sobre todo recordando con orgullo, cuando siendo aún un muchachito pobre e imberbe, venido desde el redimido pantano en que había visto la luz por primera vez, llegó a la capital repleto de sueños y matriculó en la universidad popular, terminando su carrera de licenciado en "Artes de la Educación Física" cuatro años más tarde, y con honores, por lo que fue ubicado en el “Ministerio de Actividades Físicas Recreo y Ocio Orientado del Heroico Pueblo” como perito en disciplinas de alto rendimiento, en particular el boxeo, uno de los pocos deportes que él odiaba.

Para nada Genaro Malta era una persona predispuesta a la violencia, más bien lo contrario, pero como consecuencia de una costumbre adquirida en su niñez, en extremo inculcada por su madre, la que lo hacía con el objetivo de que su nene no se buscase problemas -la técnica de una dualidad refinada, que no debía contrariar a las autoridades abiertamente, las que "sólo pretendían darle un futuro mejor”-, pues siempre imaginó que debido a esa docilidad que aparentaba a diario y a su obediencia, un día lo iban a enviar a una misión en extremo importante en algún lugar del mundo oprimido, por lo que estaba dispuesto a aceptar lo que fuese con tal de ayudar al “Proyecto”, no sólo por su bienandanza, desarrollo personal, y de paso por la oportunidad de conocer tierras diferentes, sino, porque con su esfuerzo y total entrega, aportaba un granito de arena a la causa y el progreso del país, o de otros por ahí.

Al creerse entonces un posible elegido, Genaro se dedicó en cuerpo y alma a la tarea de facilitarle un soporte científico-técnico a la acción de que varios negros sudorosos se tirasen golpes encima de un ring con el claro objetivo de ganar cada pelea en la arena internacional, para así poner el nombre de la patria muy en alto y, en especial, el del venerado Numen, El Benefactor, El Artífice de Todo. Y los formó bien. Y se ganó un prestigio enorme como técnico. Y se hizo notar, al tal punto, que El Numen mismo lo llamó para que esa tarde lo asesorase en un nuevo plan a favor de la patria y el deporte.

Cuando El Numen en persona, y en compañía de su ministro de “Actividades Físicas, Recreo y el Ocio Orientado del Heroico Pueblo”, lo invitó a pasar al ostentoso aposento de reuniones muy exclusivas, Genaro Malta obedeció con una sumisión y prontitud tan perruna, que el Inspirador, como también era presentado su Señoría en los actos públicos que gustaba aparecer para dar sus discursos de horas y horas a un auditorio siempre aburrido, pero que se cuidaban de aplaudirlo fervorosamente, se sintió complacido y pensó que esta seria una sugerencia menor como las tantas que había tenido que dar lo largo de su vida en calidad de guardián del pueblo a funcionarios solícitos y dispuestos, pero de los que no confiaba porque, solo él, El Gran Numen, podía ocuparse personalmente en calidad de jefe supremo de todo para evitarse contradicciones y descuidos. Serviría entonces la explicación que pudiese dar Genaro, como una manera de refinamiento a la nueva idea del Patriarca, la que desde luego, debía traducirse en una orden.

Sin dilación alguna el número UNO empezó su perorata, que se resumía en la gran representación de un combate entre los veteranos Meolifardo S. S. y Mohamed Rassi Al Camoa, este último según comentarios del propio Numen, un negro egocéntrico y vanidoso al servicio del enemigo que se había cambiado el nombre y convertido a al Islam. Una pelea que habría de suceder en el estadio principal de la ciudad, al amparo del retrato gigante del mártir venerado que otrora fue su compañero de lucha y que muchos en voz baja juran que El Numen lo traicionó, junto a otra foto del Numen mismo cuando era joven, con su fusil de mirilla telescópica apuntando al enemigo.

El crítico momento que estaba viviendo la Patria producto del asedio constante de fuerzas malévolas, precisaba de un hecho que demostrara al universo entero la superioridad política del Numen en comparación a la del enemigo; por lo que el evento serviría para dejar muy en claro las conquistas del “Proceso”, similares en éxitos lo mismo en el campo del deporte como en la salud pública, lo que habría de traducirse en su legendario amor por los pobres y los humildes; después que Meolifardo le ganara al negro islámico, se le ofrecería a este ser atendido en el mejor centro hospitalario de la capital que únicamente recibía a pacientes extranjeros, por cuanto, con certeza conseguirían curarlo del mal de Parkinson. -Esta victoria del gran Meolifardo va a ser una inmensa derrota del enemigo - concluyó jerarca.

Genaro Malta antes de escuchar lo que El Numen le iba decir, tenia muy claro que contradecir a quien se le conocía también como La Conciencia Nacional, encerraba un precio que muy pocos estaban dispuestos a pagar y habría que hacer punto por punto lo que dijese. De lo contrario era como cavar su propia tumba. Así que no interrumpió al Numen hasta que este lo demandó, de manera muy amable, como para inspirarle confianza a su vasallo. Cosa que Genaro Malta no se atrevió a hacer, ni siquiera con un comentario favorable, porque esta vez El Numen había ido demasiado lejos al pedirle que él colaborase en algo tan infame y ridículo, que definitivamente provocaría la burla del mundo y la peor de las consecuencias caería sobre la nación, y el resultado iba a ser muy distante a lo que pretendían. Sin embargo, de qué manera le diría al Numen de su error, que asimismo él no estaba dispuesto a apoyarlo en tan irracional charada, y que no le sucediese nada terrible.

Genaro sudaba copiosamente y su lengua la sentía lenta, entumecida. No se atrevía a abrir la boca. No lograba entender que la persona que regía los destinos del país desde antes de que él naciera, y el que algunos aseguraban por el mundo se trataba de un hombre en extremo inteligente, extraordinario, se le ocurriese una idea tan descabellada como la que acababa de escuchar. Su mente funcionaba a velocidades increíbles para conseguir de alguna forma hacerle entender al Numen que su plan tenía un fallo enorme, ¡principal!, sin mencionarle que el acto en sí era grotesco: el tiempo, el condenado tiempo que a todos nos pone viejo, que no se detiene y nos arruga, nos hace lentos; un detalle que limitaba desde el inicio al proyecto y lo hacia precisamente la dificultad cardinal de Meolifardo S. Santander, hijo bastardo nacido en medio de la selva, fruto de una india con rasgos mongoloides y de un alemán. Un espécimen con una fuerza morrocotuda que a la edad de siete años mató un ternero de un piñazo en medio de la selva, y que con un cerebro del tamaño de un chícharo fue la mayor gloria del boxeo en el país y el mundo hacía veinte años atrás, pero que ya el almanaque le franqueaba su factura. Y su oficio de parlamentario (un “milagro” de la gestión política local del que todos sabían pasó por ordenes precisas del Numen debido a su obsesión con su deportista favorito, porque era más bruto que un burro este Meolifardo y apenas si se expresaba correctamente), lo había convertido en una masa fofa, un tipo lerdo, como a la mayoría de los parlamentarios, al ser esta profesión, de acuerdo a las propias palabras del ex pugilista, "una actividad muy sedentaria entre otras cosas por lo poco que funcionaba el parlamento". Y la falta de ejercicios lo volvió mucho más torpe, hasta indiferente al boxeo, al punto de no poder recuperarlo ni con entrenamientos de primera línea. Y si a eso se le sumaba los vicios que tenia el ex campeón: el alcohol, las mujeres, broncas en publico, drogas, otras cositas mucho más fuerte y hasta el rumor de que había matado a un tipo de un puñetazo por celos con una prostituta, pues no estaba ni remotamente en forma Meolifardo como para pelar nada menos que con Mohamed Rassi Al Camoa, otro grande, que aún cuando se conocía que estaba enfermo, se veía en mejores condiciones físicas.

El Numen miraba fijamente a Genaro Malta en espera de que le argumentase más estrategias que apoyaran lo dicho. Genaro en cambio solo pensaba en como decirle al Numen que las cosas no eran tal como las imaginaba. La ensoñación del Numen era un descalabro que sin dudas su senilidad lo hacía creer como un acto heróico. Genaro lo tenia bien claro y no sólo porque fuese un avezado técnico, sino porque tal enfrentamiento entre los dos ex boxeadores que en su día fueron lo mejor del mundo, ahora cansados y viejos, uno enfermo, pues cualquiera que tuviese un sentido común medio muy fácil que podía concluir que se hablaba en ese hermoso salón, por boca del hombre mas importante del país, de un garrafal disparate. Decirle al Numen que no se podría conseguir lo que ansiaba tan fervorosamente por su desmedido ego e intento de vender una mentira, para supuestamente demostrarle al mundo que la Patria no estaba quebrada, ni en la miseria, y las conquistas del “Proceso” se mantenían y el deporte en especial era un bastión inexpugnable capaz de aceptar cualquier reto y ganarlo, era una misión en extremo riesgosa.

Sin embargo, Genaro Malta no pudo contenerse y sacó coraje de algún lugar de su delgado cuerpo, no sé si por imprudencia o porque simplemente perdió el juicio ante tanto desvarío, y de una manera suave le dijo al Numen que existían dos posibilidades y que en cualquiera de las dos le tocaba perder a Meolifardo: una, que lo más seguro era que, Al Camoa se negara a tal circo por su terrible padecimiento, a no ser que la suma de dinero que le pagasen fuese como para no rechazarla; la segunda, si lo aceptaba, Meolifardo llevaba las de perder por su mala forma y condiciones en las que habría de entrenarse: pésimas.

Si se comparaba Meolifardo con su competidor, tal cual, a pesar de verse este último tembloroso y viejo como pasó en las Olimpiadas del 96, Meolifardo El Grande iba a ser derrotado de todas formas. Incluso, dándose el caso de que la concertación de ese combate se hubiese producido cuando eran los dos bien jóvenes, y que muchos rumores hubo en relación a eso y se especuló abiertamente sobre quién seria el ganador, dese luego con pronósticos bien conservadores, de haber pasado, lo mismo él apostaba a favor de Al Camoa. Por supuesto, Genaro Malta hizo tal confesión con un miedo enorme, porque balbuceaba en lo que contradecía al que no se puede contradecir. Lo que parece, fue un miedo menor al de involucrarse en un acto bufonesco y horrible como el que pretendía El Numen.

Juran los pocos que saben la historia, que El Numen ese día por suerte estaba de buen humor y al escuchar a Genaro nada más que dio un golpe fuerte en la mesa de caoba en que se habían sentado los tres, el que asustó incluso a su ministro, y se levantó y comenzó a caminar alrededor de ellos insultándolos. Acusaba lo mismo a Genaro que a su ministro de ineficaces, de insuficientes, de pendejos. Y luego de un silencio de varios minutos, que a Genaro le parecieron horas, al parecer reflexionando en lo que le había dicho Genaro Malta, reconociendo que tal vez su siervo tenía razón, les hizo jurar por “El Proceso” y su persona sagrada, que nadie jamás comentaría aquello fuera de allí, ni consigo mismo frente a un espejo, pues de hacerlo no los iba a perdonar por su incompetencia, como esta vez.

Dicen que El Numen terminó gritando la falta que le hubiesen hecho un Oscar Natalio “Ringo” Bonachea, un Joe Fraizer, o mejor un Larry Holmes, y no la sarta de cobardes y mediocres que le rodeaban. Después de todos los improperios, cogió por los pelos a su ministro y lo sacó del salón dejando a Genaro en medio de tan lujoso lugar, hasta que vino un señor vestido completamente de negro y sin dirigirle la palabra lo llevó a la puerta principal de Palacio y lo despidió́.

Suerte para Genaro, en la época que ocurrió esta inaudita reunión, Stallone no había filmado todavía la que parece será la parte final de Rocky, que de haberla visto El Numen, nadie lo hubiese convencido de lo festinado de su idea. Aseguran además que, en el justo momento de verse en la calle, fue cuando Genaro Malta empezó a idear el modo de escaparse del país lo antes posible y no regresar por buen tiempo; al menos hasta que en un futuro no muy lejano fuese otro quien gobernara.