La trágica desaparición de Adrián Leiva, lamentable sin dudas, me lleva a reflexionar sobre algo que veo a diario en el aeropuerto de Miami. Más de una decena de cubanos -podría decirse bien que sucede semanalmente-, son regresados desde la Isla luego de haber preparado sus viajes por largo tiempo. El esfuerzo de una gran mayoría por reunir el dinero que costeará dicha empresa, -nada más me refiero a los gastos básicos de pasaje e impuestos, y pagos de aduana y seguros en Cuba-; en algunos casos tramitar la renovación de un pasaporte que cuesta una enormidad; dedicarle días enteros a la compra de todo lo que han de llevar a su familiares, queda desecho en segundos al escribirte un oficial de inmigración y extranjería en una página cualquiera de tu pasaporte, con pésima caligrafía y tinta azul, que no estás autorizado a entrar a tu propio país.
Aseguran los que han pasado por esta terrible experiencia, que los pretextos que aducen las autoridades son diversos, pero el favorito es la “condición de balsero”; claro, cuando te explican el motivo. Por lo general no comentan nada, apartan al pasajero y lo devuelven a la aerolínea que lo trajo.
Pero la triste odisea no termina ahí. Si en tu viaje de ida has practicado escala por las habituales rutas de tránsito que sirven para finalmente aterrizar en Cuba, ya sea Cancún o las Islas Cayman, la posibilidad de que el equipaje no regrese con su dueño son altas y, muchas de las veces los charter o las compañías que prestan el servicio, no se hacen responsables de la pérdida y te descubres en Miami con las manos vacías.
Sin embargo, estos percances, que podría denominarlos de corte comercial, son pocos si se compara con la frustración del retornado, el dolor -he visto a hombres llorar de impotencia y rabia- cuando la principal razón del viaje queda trunca: la de estar con tus seres queridos; padres, hijos, hermanos; primos e inclusos amigos del barrio que no ves ya ni se sabe cuanto. Por eso, no es de extrañar que hombres como Adrián, apuesten por el riesgo con tal de pisar su tierra y abrazar a los suyos.
Alguien una vez me dijo que la patria es la familia y los amigos, lo demás es puro paisaje que puede sustituirse por otro, y una buena cantidad de veces, muchos más hermosos que los que dejaste atrás; y que la nostalgia, es un padecimiento que afecta a los melancólicos delirantes. Tal vez llevaba un poco de verdad en su razonamiento, hecho en un contexto al que irremediablemente terminas odiando cuando no cuentas con opciones. Pero esta afirmación no lo es del todo completa si no te asiste el libre derecho de tú elegir si quieres regresar o no al sitio en que naciste, y menos, que haya alguien que te lo prohíba únicamente porque tus formas para escapar no fueron “legales”, o porque sólo pienses de manera diferente y asimismo tengas el coraje para enfrentarte, como lo hizo Adrían.