Lo mismo en Facebook que en la Red, muchos se hacen eco de la visita a Miami del grupo de teatro Buendía, considerado hoy por la critica especializada como uno de los mejores exponentes de arte dramático en Cuba. Llegan con el antecedente además de que su presentación en Chicago gozase de una muy buena acogida, con la puesta de La visita de la vieja dama, una obra que bien puede considerarse subversiva en la Isla por lo que nos cuenta, o al menos muy actual, y que al decir de algunos conocedores, se trata de una metáfora de lo que acontece en Cuba -para ampliar sobre esto ultimo, dejo un enlace de lo publicado por Café Fuerte.
Sin embargo, el hecho de que vengan a Miami por primera vez y yo me ponga a escribir una crónica, nada tiene que ver con posturas políticas o apreciaciones estéticas. Sino, que su visita me hace recordar una arista muy particular en los inicios de la compañía, la que increíblemente vi crecer desde platea y a retazos, por decirlo de alguna forma. Recuerdo que durante toda la década de los ochenta, ya viviendo en Cienfuegos, todavía no me aplatanaba lo suficiente en mi Fernandina como para dejar de ir a La Habana -aún no le tenia la animadversión que me produjo luego de los noventa, al punto que estuve catorce años sin visitarla- y cada vez que contaba con una oportunidad, me pasaba unos días en el apartamento donde crecí, en “Los Pastoritas de Nuevo Vedado”.
Por supuesto, estos “viajes a la semilla”, no eran continuos. Sucedían en largos intervalos, cada cuatro o cinco meses, a veces menos, otras más, y al llegar al barrio, pues habría de ponerme al tanto de lo sucedido en mi ausencia, y de las amistades. Fue en el año ochenta y seis, uno de los años que más hube de viajar a La Habana por razones personales, que conocí del proyecto. Resulta que en uno de mis regresos, Alexis, un viejo y buen amigo, me invitó a ir a la Iglesia que está ubicada en los “Bloques” (un conglomerado de edificios con techos redondos, construidos en la misma frontera con “La Timba”). La Iglesia, abandonada por más de veinte años, cerrada y sin que supiese como lucía un cura, y en el medio de un barrio “difícil”, se proponía ser la sede de un grupo teatral con muchachas preciosas y varios tipos de pelo largo. Las “niñas”, como la nombraba mi amigo, me comentaba él que todas estaban “muy ricas” y se ponían a trabajar en “shorcitos cortos” y la gente del barrio los estaba ayudando en la construcción; además que no faltaba el “alcholitis”, por lo que los vecinos cooperaban de muy buena gana. Y claro que fui con Alexis hasta la Iglesia, y de veras que las ninfas eran unos “caramelos”; y los “pelúos”, unos tipos muy buena gente que para nada les molestaba que “vaciláramos” a sus compañeras, las que nos ponía a cargar escombros.
Sin embargo, el hecho de que vengan a Miami por primera vez y yo me ponga a escribir una crónica, nada tiene que ver con posturas políticas o apreciaciones estéticas. Sino, que su visita me hace recordar una arista muy particular en los inicios de la compañía, la que increíblemente vi crecer desde platea y a retazos, por decirlo de alguna forma. Recuerdo que durante toda la década de los ochenta, ya viviendo en Cienfuegos, todavía no me aplatanaba lo suficiente en mi Fernandina como para dejar de ir a La Habana -aún no le tenia la animadversión que me produjo luego de los noventa, al punto que estuve catorce años sin visitarla- y cada vez que contaba con una oportunidad, me pasaba unos días en el apartamento donde crecí, en “Los Pastoritas de Nuevo Vedado”.
Por supuesto, estos “viajes a la semilla”, no eran continuos. Sucedían en largos intervalos, cada cuatro o cinco meses, a veces menos, otras más, y al llegar al barrio, pues habría de ponerme al tanto de lo sucedido en mi ausencia, y de las amistades. Fue en el año ochenta y seis, uno de los años que más hube de viajar a La Habana por razones personales, que conocí del proyecto. Resulta que en uno de mis regresos, Alexis, un viejo y buen amigo, me invitó a ir a la Iglesia que está ubicada en los “Bloques” (un conglomerado de edificios con techos redondos, construidos en la misma frontera con “La Timba”). La Iglesia, abandonada por más de veinte años, cerrada y sin que supiese como lucía un cura, y en el medio de un barrio “difícil”, se proponía ser la sede de un grupo teatral con muchachas preciosas y varios tipos de pelo largo. Las “niñas”, como la nombraba mi amigo, me comentaba él que todas estaban “muy ricas” y se ponían a trabajar en “shorcitos cortos” y la gente del barrio los estaba ayudando en la construcción; además que no faltaba el “alcholitis”, por lo que los vecinos cooperaban de muy buena gana. Y claro que fui con Alexis hasta la Iglesia, y de veras que las ninfas eran unos “caramelos”; y los “pelúos”, unos tipos muy buena gente que para nada les molestaba que “vaciláramos” a sus compañeras, las que nos ponía a cargar escombros.
Después de un tiempo, la Iglesia finalmente se convirtió en sede, y el grupo, compuesto casi en su totalidad por estudiantes del ISA, presentaron varias obras. Y hasta una vecina mía formó parte del proyecto, la que no voy a mencionar su nombre, y de la que sólo puedo decir, se trataba de una flaca con mucho swing, bonita, y en lo que los del barrio vivían locos con la belleza de su hermana menor -la mayor estaba casada-, la que incluso había hecho una película (Papeles Secundarios), para mi ella era la linda, la que me provocaba que la saludase con una cara de comemierda en extremo en lo que la veía como iba para casa de su abuela, para después comentarle a su hermano G. que “ella era la que era”. Y sin tenerlo muy claro, los de “Los Pastoritas…”, los de “Los Bloques…”, y hasta la negrada “incurta” de la Timba, se convirtieron en fervientes admiradores, y amadores, de Las Tablas. Y un ben día, Buendía se empezó abrir camino, comenzando a consolidarse, a tal punto, de ser lo que es hoy.
Ahora no sé si el Grupo sigue allí. Ahora menos voy a hablar de lo que representa para los de aquí este “intercambio cultural” que únicamente se inclina a un lado -y los habrá que me dirán, "en este párrafo el tipo mete el veneno". No, nada más voy a darle una cordial y modesta bienvenida a sus actores y actrices, con mis mejores deseos de que su presentación en éste emporio, que algunos consideran cementerio del arte, y allá cueva de mafiosos, les sea bueno, les sirva de mucho, y que la pasen bien…
En la foto, el Grupo junto a Ozzie Guillen, manager de los Chicago White Sox
fotos tomadas de la red