Hace una par de días, tal vez más, leí en el blog de Joaquín Gálvez un poema de mi buen ecobio y amigo Armando Añel (clic aquí para aquellos que gusten de disfrutarlo), y luego dejé un comentario un tanto metatrancoso que me sirve ahora para redactar éste post, o hacer una suerte de refrito de lo dicho antes en “La otra esquina…”, sin embargo, con una intención muy distinta al momento de escribirlo.
La Isla que a ratos se nos escurre desde antes, cuando la nombraron la “mas fermosa”, se ha vuelto hoy día un raro líquido que inevitablemente se nos va de entre las manos, aunque - y he ahí la paradoja-, no es lo fluido que debería ser y dada su peculiar viscosidad, deja rastros, manchas, incluso hedor, y a su vez se estanca. Es, por así decirlo, caldo denso, sucio, donde los hay quienes se empeñan en revolverlo constantemente, sin importar orillas, millajes, distancia ni presencia, porque de conseguirse el asiento que precisa, pierden. Si la inmundicia reposa, la transparencia que ha de subir los dejaría al descubierto.
La Isla también es un eterno dolor para aquel que una vez fue parte suya, lo que igual ha de asumirse -a pesar que muchos lo nieguen- que nunca conseguirás sustraerte a ella aún cuando te esfuerces y te descubras además insertado en un environment en el que una bordadura anglosajona cubra a tu hábito. El verde caimán -nombrándolo a lo “guilleniano”- es un eterno padecimiento, lacerador de escrotos, con el que hemos de coexistir irremediablemente. Pero hablemos sin ambigüedades, que lo malo en este caso no resulta intangible, etéreo; por el contrario, somos nosotros, de allí y de acá, los responsables de tanta mierda. Luego entonces, va siendo tiempo ya de reconsiderarnos… Sólo basta el empeño, ese que todavía es escaso.
La Isla que a ratos se nos escurre desde antes, cuando la nombraron la “mas fermosa”, se ha vuelto hoy día un raro líquido que inevitablemente se nos va de entre las manos, aunque - y he ahí la paradoja-, no es lo fluido que debería ser y dada su peculiar viscosidad, deja rastros, manchas, incluso hedor, y a su vez se estanca. Es, por así decirlo, caldo denso, sucio, donde los hay quienes se empeñan en revolverlo constantemente, sin importar orillas, millajes, distancia ni presencia, porque de conseguirse el asiento que precisa, pierden. Si la inmundicia reposa, la transparencia que ha de subir los dejaría al descubierto.
La Isla también es un eterno dolor para aquel que una vez fue parte suya, lo que igual ha de asumirse -a pesar que muchos lo nieguen- que nunca conseguirás sustraerte a ella aún cuando te esfuerces y te descubras además insertado en un environment en el que una bordadura anglosajona cubra a tu hábito. El verde caimán -nombrándolo a lo “guilleniano”- es un eterno padecimiento, lacerador de escrotos, con el que hemos de coexistir irremediablemente. Pero hablemos sin ambigüedades, que lo malo en este caso no resulta intangible, etéreo; por el contrario, somos nosotros, de allí y de acá, los responsables de tanta mierda. Luego entonces, va siendo tiempo ya de reconsiderarnos… Sólo basta el empeño, ese que todavía es escaso.