viernes, 1 de julio de 2011
La melancolía delirante
Recibo desde España uno de esos correos que se me antojan una suerte de letanía, y que pretende exaltar lamentaciones desfasadas. Palabras que intentan, entre lo dicharachero y lo simpático, promover un sentimiento de resignación porque hemos descubierto que ya no somos de ninguna parte. Si, los cubanos que salen de la Isla, en su mayoría lo hacen odiando todo lo que representa esa cubanidad, y luego de un tiempo “afuera”, descubren que la nostalgia los entristece, el síndrome del gorrión enjaulado los aplasta, y se empeñan en cargar el fardo de una culpa que no les pertenece, ubicándose muchos en tierra de nadie. Inadaptados sobre todo para un regreso.
Por supuesto, reconozco que la “Isla marca”. Para aquél que nació y creció en un barrio habanero, no es lo mismo vivir en una Europa gélida, un Norte completamente anglo, que un Miami envolvente y cumbanchero a tal punto que en ocasiones molesta. Allá, en esos lugares ajenos del “calor y la fraternidad nuestra”, debe sentirse más la falta de “patria y gente”. Parece que a los de aquí les tocó una corta ventaja.
Pero lo curioso es la capacidad que nos asiste para desvirtuar los hechos. En apenas un par de años olvidamos la realidad que queda atrás, la que nos empujó sin dudas a dar el paso, y que supuestamente no soportábamos. Un escenario, que después de vivir en tierra ajena, edulcoramos y como reconoce precisamente el correo al que hago referencia, los hay quienes comienzan por pintarlo con mejores visos; un ejercicio casi improbable si tenemos en cuenta que se trata realidad muy trsite. La Cuba que nos tocó vivir a mi generación, las que me precedieron luego de 1959, y las que después me suceden, cuentan con muy poco de hermoso para disfrutar una morriña digna; nada que logre enmendarla un poco.
Sin embargo, es ahí, como reitera el email, cuando se empieza a recordar el viejo barrio, la mesa de dominó y la “chispa de tren” u otro tipo de alcohol de dudosa procedencia que compartías con los “ecobios”. Incluso, aquellos negrotes mal educados, que al pasar las muchachas les decían innumerables groserias, hoy asumes que se trataban de simples mancebos inexpertos, en la flor de su juventud y la sobrada producción de testosteronas, que piropeaban con gracia y frescura criolla a unas ninfas que disfrutaban el acto de saberse bellas y apetecidas.
Claro, esa añoranza te envuelve en lo que bebes un sorbo de whisky dentro de una sala confortable y con calefacción, o aire acondicionado, dependiendo del tiempo; en lo que ojeas un catalogo de una mueblería con idea de renovar alguna cosa porque tu mujer, la que conociste aquí, desea al menos una mesita nueva; y en lo que piensas, al ver los precios, que el presidente de turno del país donde ahora habitas es un comemierda pues no ha hecho nada por resolver la crisis; y lo mejor, es que no tienes miedo de gritarlo si lo consideras pertinente porque por primera vez eres libre de practicar ese derecho y conciente además de que puedes usarlo sin represalias.
Y la cura así es improbable, si cuando miras por la ventana descubres la nieve cayendo -porque eres de esos que le tocó la “mala suerte” de no venir a Miami-, en lo que preparas una taza de café. Es entonces cuando “te partes en dos” y ruegas por el cálido sol del verano criollo -pasas por alto la falta de un ventilador, de electricidad, y lo insoportable de la calentura del astro rey-; y te falta lo mismo el sabor del brebaje aquel, compuesto de chícharo y café del peor grano, que te llevaba “la vieja”, o “la jeva”, a la cama y que en reiteradas ocasiones vino a ser tu único desayuno.
Desde luego, como asegura el correo de marras, es aquí cuando odias a tu new environment. Comienzas a rememorar la belleza de tu país y sus gentes, tan abiertas, tan sociables, tan solidarias y deseosas siempre de ayudar al vecino; gentes dispuestas a participar de tu vida, lo quisieras o no. Lo que antes te perecía horrible hoy no lo es. La vieja de “vigilancia”, que no dejaba de meter sus narices en tus asuntos, en tu casa, y te hacia la vida “una croqueta”, ahora interpretas su comportamiento como parte de “la idiosincrasia nuestra, provista a interactuar de manera tan cercana, a veces invasiva, pero buena porque te ayuda y jamás te sientes solo”.
¡Vete a la mierda nostálgico incurable! Agradece lo que a unos, sólo por el empeño de conseguirlo, les costó ahogarse en medio del estrecho de La Florida. Es cierto que vives en un lugar con reglas nuevas, donde la competitividad y tus habilidades para salir adelante son imprescindibles, entre otras cosas, porque lo haces en una sociedad muy lejos del paternalismo que únicamente se entronizó allá porque así es la mejor manera de controlarte. Es verdad que te rodean gentes diferentes, que asimismo no vociferan ni piden sal o azúcar; lo que allá odiabas. Y si es triste cuando vuelves de visita, porque a los cinco días no aguantas y gritas por regresar a la que considerabas no era tu casa. Sabes que peor es permanecer como el ciudadano de segunda que fuiste. El espacio donde te preguntabas, qué hacías allí, esta vez precisas como el aire.
Descubres con pesar -lo que resulta inaudito- que lo que pensabas era una jaula es nada más y menos que el mundo libre, con lo bueno y lo malo que representa. La tristeza por la falta de tu terruño ha resultado un estado anímico innecesario, superable por suerte. Lo terrible es que nadie se cuestiona la verdadera naturaleza de ese desarraigo por partida doble al que estamos irremediablemente sujetos, y por el que algunos no consiguen reconocer como propio el emporio que les ha tocado, ni el que les vio nacer.
Nadie comenta -no sé si es por miedo o disfunción neuronal- que no se debe a la triste suerte de haberte marchado de tu país todo ese desgarramiento que corroe a unos más que otros -en todo caso un acto personal que en otras latitudes lleva implicito el remedio para contrarestarlo: con retornar basta-. Se olvidan, o se ignora con conocimiento de causa, que las razones de un exilio son las que nos deben asistir al momento de luchar contra la melancolía delirante. Ese es el verdadero culpable, el gobierno que te obligó a irte de tu propio suelo, por falta de libertad y oportunidades, y que ha muchos les prohibe el regreso; a los que los bendice con la gracia de aceptarlos otra vez, temporalmente, sucede despues de que un funcionario consular extendió un permiso de aprobación. Luego entonces, si ya tienes eso, libertad y opciones, disfrútalo y deja el resentimiento; o apuesta por conseguir el cambio, adentro…
Alguien me dijo una vez que la patria son los amigos, los buenos recuerdos, los ojos de tus hijos, las canas de una madre, todos ellos con su mirada cerca de ti; con el calor de los que quieres de manera tangible; el sitio en el cual te abres camino. Lo demás es un concepto abstracto, manipulador. Es puro paisaje, me aseguró con pesar...
Nunca pensé que, luego de siete años lejos de mi Fernandina de Jagua, le daría la razón.