miércoles, 23 de enero de 2013
Nostalgias y estafas...
Creo que no hay ser humano más propenso a la nostalgia por su país que el nacido en Cuba. Es como si el estar lejos representara un pesado fardo, una laceración de la que aparentemente no se conoce el remedio capaz de aligerar todo el peso que figura la distancia y los años. Una angustia sustentada por el sobrado orgullo de la belleza de una Isla.
Y quizás sea eso, que la condición de isleño es una variable a tener en cuenta. Es como si, al saberse ubicado en un espacio con bordes ajenos a otros, el amor por esa heredad rodeada de mar termina exacerbándose.
Los cubanos en el extranjero padecen en su mayoría de una delirante añoranza por la majestuosidad de El Morro, si el sujeto es de La Habana; o por la puesta del sol en la bahía de Cienfuegos, si nació o vivió allí por un tiempo suficientemente largo como para adherirse a la hermosa cuadratura de una ciudad que jamás ha visto un ocaso reposando en el agua; hablo de dos patrones de melancolía que conozco de primera mano.
Y digo, nada contra aquél que “disfruta el abatimiento" por la tierra que se deja atrás, incluso sin renunciar a un regreso que concluye posponiéndose; ese estado se me antoja como una maleta más que te traes cuando sales, aún si cargas únicamente con un galón de agua y estás al amparo de una balsa insegura, a la deriva. Suerte para esos que supieron curarse de la morriña...
Sin embargo, no acabo de entender a los que mezclan la evocación que produce el desarraigo con acontecimientos que nada merecen glorificarse; sucesos que al recordarlos te dejan un sabor amargo por la certeza de cuánto tiempo te robaron, cuan enorme ha sido y es la estafa en que creciste.