jueves, 22 de julio de 2010

Los versos que me cuadran en la diáspora (I) Joaquín Gálvez y Margarita García Alonso


Hace varios días, comentando en la reseña que publicase J.C. Recio sobre Maldiccionario, mencioné una Antología que estaba preparando, cuyo titulo es Los versos que me cuadran en la diáspora. Por supuesto, al momento de exponer dicho comentario, nada de esto era cierto; en realidad se trataba de una broma, para nada irrespetuosa; o más bien, una aspiración que lamentablemente ahora, como propósito, no puedo asumir al menos en letra impresa. Simplemente intenté expresar de alguna manera que los poemas de Margarita García Alonso, que Recio publicase como colofón de sus apreciaciones sobre el cuaderno de la Marga, me gustaban, que los disfruté al leerlos, y que los imaginé asimismo dentro de las voces que desearía alguna vez juntar en un libro, en el que irían todos los poetas cubanos que, aunque fuese un verso, me “cuadran” sus imágenes, lo que dicen; y que igual, al habitar alrededor del mundo, la primera comunión que los une, además de escribir poemas, es la de vivir -o morir- fuera de la Isla. Un proyecto que de materializarse, a lo mejor los hay quienes lo han de considerar muy poco serio al girar en torno a premisas muy simples -"críquicos" sobran en Miami-; y que por el contrario, nada me impide llevar a vías de hecho bajo el soporte y la gratuidad que ofrece Internet.
Y que mejor sitio para eso -porque entre otras razones poderosas, es mi sitio-, que Fernandina de Jagua.

Confieso que muchos de ellos son buenos amigos, pero no por eso voy a centrarme únicamente en los que gozo de su amistad -como es el caso de los poetas que publico ahora. Estarían incluso los que no cuentan con la más minima (o puta) idea de que quien soy; los que ya no están; y esos que no me quieren bien, por las razones que sean. Sólo porque yo disfruto leerlos desde lejos, me resulta motivo suficiente para publicitarlos. El punto de que exista una declarada u oculta animadversión hacia mi persona -en casos específicos, creo que de manera gratuita; en otros, retribuida con gusto-, no me va a impedir que reconozca su talento y, dejar en manifiesto su valía. Toda una negación que no me voy a permitir porque seamos fáciles presas de la mezquindad y la envidia; o la mariconería literaria en casos señalados...

Dejo claro también que no habrá un patrón o regla, categoría estética delimitada, para que yo aglutine bajo un label los poemas (en realidad uno -cuando más dos en casos específicos-, nada más por problemas de espacio y diseño, lo que lamentablemente me haga cometer el imperdonable error de que quede fuera lo mejor de un poeta, lo más representativo, y que yo no conozca aún), como no sea que lo leído por ahí y luego publicado aquí, “me cuadre”; lo que igual representa el riesgo de que los haya, me vuelvan caldo gustoso para el vituperio más enconado, burlándose muchos de mi gusto por lo elegido para “subir” -una estética que confieso, no es la mejor para "los entendidos"-, lo que a su vez me importa un "caraxo"; y que tampoco pretendo biografiar, reseñar o discernir, sobre mis apreciaciones en cuanto a la obra del poeta de marras. Cuando más, su nombre, una foto, y el resto…

Se trata de poner en mi blog los versos que me cuadran en la diáspora.
Entonces, ahí van los dos primeros…




El hilo de Teseo
de Joaquín Gálvez
poema que tomo de Efory Atocha, de Santiago Méndez Alpizar


Esta ciudad es un laberinto, con su Minotauro absuelto.

Todos los días somos los comensales de sus fauces,
pues ya no nos salva la infalible espada, el certero hilo.

¡Qué dócil monstruosidad la que nos acechó en Creta!

Ariadna, solamente nos queda una carta para redimirnos:
deja que tu belleza me penetre como una espada,
y rescataré la certeza de tu hilo en un poema.
Ahora que el laberinto se ha expandido por todo el mundo
y vivir en las fauces del Minotauro garantiza
que, en cualquier momento, nos puedan cortar la cabeza.






Huidas
de Margarita García Alonso
poema que tomo de Sentado en el Aire, de Juan Carlos Recio.


No me he hecho, me han hecho.
Goethe.


Huí de lo que representaba esfuerzo y sobre todo de esa ventana
donde vi pasar a Madame Bovary, al perro, al
descendiente de vikingo
con el pelo rojizo en las axilas.

Huí del óleo que da látigos a mi vientre,
envenena las manos y salta a los muebles,
se enmaraña en mi pelo como una legión de enemigos.

Huí del aguarrás que come iris, vista, desvelo

Huí de la cola de conejo que seca, mata, e impone
esta imagen de drogada que deambula
hasta el estante de cigarrillos negros.

Huí de la palabra que doma,
del frasco en que piensa la gente,
del murmullo que desmiembra si mi nombre no parece
en la sección de conocidos locales,
autorizados o negados poetas que chocan dientes
en el interior de pequeños envases donde depositan la herencia.

Huí del campo donde jamás asenté cabeza
en noche silenciosa, sin grillo, luna,
huí de donde perdí el gusto por la charla,
enfundada en botas de cuero rustico, enlodadas
por la marcha en el bosque, vi el reflejo
de todo lo que vendrá al humano.

Huí del barranco en el que solía ser Mer de la Manche
sin interesarme el último estreno.

Huí de mi apego a rumiar pasiones despiadadas,
huí de mi madre que cuenta el pulso,
desde la sombra me retiene en muchacha.
Huí de mi hija, huí pavorosa arrastrando el mantel,
la alivié de mi inútil presencia con mi
carreta desvencijada por los viajes que no puedo hacer
a cierta isla, y los largos inviernos.

Huí de las cajas repletas de cartas,
veinte años de exilio en sobres amarillos,
sellos de mariposas de un país que encierra
al Hombre en un friso que nunca acaba.

Huí del indolente, del acuchillador
con la herida redonda del ombligo
la tripa colgando, enredándose en los caminos.

Huí del pasajero incierto que toma vino
en la despedida aclaré que no hago promesas.

Huí de mí que era la muerte y la escasez
de recursos.

No existe aún una sola razón para quedarme.