Por Denis Fortún
Mucho se habla de la pureza de la poesía. Los hay que, van por el mundo buscando -con muy buenas intenciones tal vez- todo tipo de fórmulas para definir a un poeta como incontaminado, pulcro, etéreo y hasta candoroso al momento de dignificarlo. Sin embargo, se olvidan que un oficio como este para nada tiene que ver con ecuaciones químicamente puras y superfluas. Una de las herramientas más comunes de un hacedor de versos es la catarsis, que hurga en la propia laceración de sus entrañas, por lo que nos lleva a un estrato terreno y bien lejos de lo sideral. Un poeta es una suerte de animalito que va nutriéndose de sus emociones, de sus olores, y de su propio dolor; incluso se vale de los ajenos, y hasta los mundiales si le sirven para su propósito; entonces, no hay castidad e inocencia cuando se enfrenta uno al desgarramiento. Para probarlo está el libro de Joaquín Gálvez, Trilogía del paria (Editorial Silueta, 2007) y aseguro esto, a pesar de que a lo mejor su autor no coincide conmigo en cuanto a mis aseveraciones a lo que de "candideces" se trata.
Trilogía…, que en la obra poética de Gálvez vendría a ser el tercer cuaderno que se le edita, es una compilación de poemas que van desde su juventud en La Habana -la que me atrevo a colimar en su natal Guanabacoa-, continúan luego en el exilio -en New Jersey más exactamente-, y después terminan como dispersos, más al "sur", en Premoniciones, que viene a ser la tercera parte y final de un cuaderno que, no me cabe dudas, antecede a los dos que ha publicado. Pero todo casi siempre pasa cuando tiene que suceder y, no por gusto, este poemario sale con ese supuesto retraso (más que todo por un excesivo cuidado de su autor).
Estamos en presencia de un libro que, al decir de Rodolfo Martínez Sotomayor, es un testigo de su tiempo y referencia para la gran mayoría de cubanos que vivimos fuera de Cuba; y por supuesto que Miami es una sede perpetua de este “tiempo” que nos toca y un “testigo” de primera fila, por lo que, es este emporio y no otro el mejor sitio para que se descubra. En una ciudad rodeada de expressways, repleta de semáforos, Joaquín Gálvez se olvida del asfalto que la "encajona", se burla de velocidades, de la premura de llegar temprano y al regresar tarde pasar por el supermercado, y nos da en su voz, la que nunca ha dejado de ser poema, unos versos para nada cándidos e "incontaminados" porque son comprometidos, acusadores -y hermosos-, y se convierten en arte poética; que eso sí, va cargada de una velada inocencia en ocasiones, como si se tratatse de un intencional despiste a que nos somete Joaquín, lo que para muchos quizás los confunda con candor, adjetivos sinónimos, pero que aquí no significan lo mismo porque es un lenguaje agudo y mordaz, y que con intención acusa, transgrede, y es irónico, auténtico al punto que muestra las dos caras de una luna que deja de ser misterio en una de sus partes; porque todo para el poeta es posible y se atreve a anunciar que por primera vez en Martes se ha descubierto que en la Tierra hay vida inteligente.
Trilogía… es poesía desnuda, impúdica y muy distante de una moralidad mojigata y cándida, y lo mejor, que para nada son versos soeces que grafican crueldades y excrecencias, aún cuando no las esconden porque en todo momento te dicen que están ahí; porque también es un libro de realidades desheredadas y repletas de desdicha. Son poemas que nacen fuera de su jaula por oficio del autor al instante de crear, donde se desdobla el hombre y es poseído por el poeta excelente que habita en sus dos soledades interiores -la otra jaula-; la del ser que suda y sufre en la cotidianeidad más simple y, la del poeta que se alimenta de él y de lo tremendo que sus sentidos recogen y que convierten en arte al verso que es intuitivo, lo que lo transforman en un hacedor del que hay que leerse todo lo que escribe -y no escucharlo- una y otra vez para más que todo disfrutar de ese ejercicio que practica tan bien: el de construir imágenes que hacen de la muerte un zapatazo, de la locura una pregunta que tememos hacernos, y ni hablar de la industria alimenticia, “que otra vez ampliaba la enciclopedia del abismo en nuestro estómago“.
Poemas de un paria, tal vez le hayan resultado a Joaquín un ejercicio agotador, pero el cansancio en Gálvez nunca podrá vencerlo porque nos va a privar del disfrute de su poesía, algo que sin dudas se siente cuando se lee este cuaderno.
Publicado en “Diario Las Américas”
Sábado, 22 de septiembre de 2007
Mucho se habla de la pureza de la poesía. Los hay que, van por el mundo buscando -con muy buenas intenciones tal vez- todo tipo de fórmulas para definir a un poeta como incontaminado, pulcro, etéreo y hasta candoroso al momento de dignificarlo. Sin embargo, se olvidan que un oficio como este para nada tiene que ver con ecuaciones químicamente puras y superfluas. Una de las herramientas más comunes de un hacedor de versos es la catarsis, que hurga en la propia laceración de sus entrañas, por lo que nos lleva a un estrato terreno y bien lejos de lo sideral. Un poeta es una suerte de animalito que va nutriéndose de sus emociones, de sus olores, y de su propio dolor; incluso se vale de los ajenos, y hasta los mundiales si le sirven para su propósito; entonces, no hay castidad e inocencia cuando se enfrenta uno al desgarramiento. Para probarlo está el libro de Joaquín Gálvez, Trilogía del paria (Editorial Silueta, 2007) y aseguro esto, a pesar de que a lo mejor su autor no coincide conmigo en cuanto a mis aseveraciones a lo que de "candideces" se trata.
Trilogía…, que en la obra poética de Gálvez vendría a ser el tercer cuaderno que se le edita, es una compilación de poemas que van desde su juventud en La Habana -la que me atrevo a colimar en su natal Guanabacoa-, continúan luego en el exilio -en New Jersey más exactamente-, y después terminan como dispersos, más al "sur", en Premoniciones, que viene a ser la tercera parte y final de un cuaderno que, no me cabe dudas, antecede a los dos que ha publicado. Pero todo casi siempre pasa cuando tiene que suceder y, no por gusto, este poemario sale con ese supuesto retraso (más que todo por un excesivo cuidado de su autor).
Estamos en presencia de un libro que, al decir de Rodolfo Martínez Sotomayor, es un testigo de su tiempo y referencia para la gran mayoría de cubanos que vivimos fuera de Cuba; y por supuesto que Miami es una sede perpetua de este “tiempo” que nos toca y un “testigo” de primera fila, por lo que, es este emporio y no otro el mejor sitio para que se descubra. En una ciudad rodeada de expressways, repleta de semáforos, Joaquín Gálvez se olvida del asfalto que la "encajona", se burla de velocidades, de la premura de llegar temprano y al regresar tarde pasar por el supermercado, y nos da en su voz, la que nunca ha dejado de ser poema, unos versos para nada cándidos e "incontaminados" porque son comprometidos, acusadores -y hermosos-, y se convierten en arte poética; que eso sí, va cargada de una velada inocencia en ocasiones, como si se tratatse de un intencional despiste a que nos somete Joaquín, lo que para muchos quizás los confunda con candor, adjetivos sinónimos, pero que aquí no significan lo mismo porque es un lenguaje agudo y mordaz, y que con intención acusa, transgrede, y es irónico, auténtico al punto que muestra las dos caras de una luna que deja de ser misterio en una de sus partes; porque todo para el poeta es posible y se atreve a anunciar que por primera vez en Martes se ha descubierto que en la Tierra hay vida inteligente.
Trilogía… es poesía desnuda, impúdica y muy distante de una moralidad mojigata y cándida, y lo mejor, que para nada son versos soeces que grafican crueldades y excrecencias, aún cuando no las esconden porque en todo momento te dicen que están ahí; porque también es un libro de realidades desheredadas y repletas de desdicha. Son poemas que nacen fuera de su jaula por oficio del autor al instante de crear, donde se desdobla el hombre y es poseído por el poeta excelente que habita en sus dos soledades interiores -la otra jaula-; la del ser que suda y sufre en la cotidianeidad más simple y, la del poeta que se alimenta de él y de lo tremendo que sus sentidos recogen y que convierten en arte al verso que es intuitivo, lo que lo transforman en un hacedor del que hay que leerse todo lo que escribe -y no escucharlo- una y otra vez para más que todo disfrutar de ese ejercicio que practica tan bien: el de construir imágenes que hacen de la muerte un zapatazo, de la locura una pregunta que tememos hacernos, y ni hablar de la industria alimenticia, “que otra vez ampliaba la enciclopedia del abismo en nuestro estómago“.
Poemas de un paria, tal vez le hayan resultado a Joaquín un ejercicio agotador, pero el cansancio en Gálvez nunca podrá vencerlo porque nos va a privar del disfrute de su poesía, algo que sin dudas se siente cuando se lee este cuaderno.
Publicado en “Diario Las Américas”
Sábado, 22 de septiembre de 2007