En la vieja cuidad de Fernandina se aununcia que el próximo año se hará un homenaje, en el marco de su centenario, a quien debería ser considerado uno de los cienfuegueros más universales, al menos en lo que a las artes plásticas se refiere: Mateo Torriente Bécquer. Nacido en Palmira, tierra de brujos, raspadura y caña -el pueblo de las tres industrias- un 20 de septiembre de 1910 -La Habana, 21 de agosto de 1966-, Mateo, que dejó una amplia obra lo mismo en yeso, barro y madera, dibujos, bocetos, pinturas al óleo y carboncillo, bien lejos de esquemas, con cierto misterio, una onda mística, sincrética sin dudas, por lo que se desmarca del resto de sus contemporáneos; y que estudió en la Academia San Alejandro de La Habana y en La Grande Chaumiére de Paris, fuera de La Perla a penas si se conoce su trabajo en la Isla.
Bueno es entonces que se le brinde el tributo que merece, y no quede su nombre únicamente como referencia de un salón provincial que presenta muestras de artistas locales, una vez al año, y al amparo de festividades que nada tienen que ver con el arte.